CARLOS ANDRÉS PÉREZ
GENIO Y FIGURA
Casi que arbitrario el juicio sobre los hombres, no sabe uno cómo calificarlos, más aún si son públicos y notorios como suelen serlo los políticos. O a lo mejor es que hay cierta balanza con la cual pesarlos y valorar vida y obra, sin que necesariamente sean ambas congruentes, pues hay culpables vivos o muertos, confesos, presos o en fuga, que han modernizado a sus países. Marcos Pérez Jiménez, por ejemplo, tildado de dictador militar venezolano de los años 50, parece ser un niño de pecho al compararlo con sus análogos, aunque en tiempos y geografías distintas, Pinochet y Videla. ¿O es que no era tan dictador como lo pintan? Todo parece ser tan relativo en estos tiempos que ocurren, que alguien que fue hasta hace poco acusado de funesto, pase ahora a ser santo porque la ruleta de las circunstancias así se lo consienten. A todas estas recuerdo que una escritora “descubrió” que Juan Vicente Gómez, considerado como tirano con mayúscula por tantas generaciones de venezolanos, también tenía su lado bueno y a pesar de todo lo malo que fue, pues también poseía él sus “luces”. Lo mismo podría decirse entonces del ya nombrado Pérez Jiménez, quien construyó escuelas, hospitales, carreteras, avenidas, hoteles, represas y hasta universidades, a pesar de su desprecio por la libertad. Ahora, con su muerte, revive el juicio público sobre la figura siempre controvertida de Carlos Andrés Pérez, presidente de Venezuela en dos ocasiones y actor político emblemático de los cuarenta años que duró el proyecto democrático. Siempre se caracterizó por su personalidad pugnaz, atrabiliaria y voluntarista, y fue acompañado de todos los epítetos habidos y por haber por sus presuntos vínculos con la corrupción, la entrega de la soberanía nacional, el irrespeto a los derechos humanos, el abuso del poder, en suma. Hasta para sus compañeros de partido pasó de ser líder y héroe a villano. Hasta su vida privada estuvo, está, marcada por la polémica, tanto así que se discute entre familiares suyos el destino de su cadáver. Genio pues y figura hasta en la sepultura.
En verdad que en su segundo mandato trató de cambiar las apariencias, deslastrarse de su pasado, verse otro, y así se inventó de patilla, pelo largo, sacos a cuadros y saltando cualquier charco que él imaginaba un océano. Y el pueblo lo seguía queriendo. Se rodeó entonces de mentes modernas para perfeccionar su nueva imagen, desechó de golpe y porrazo a los que consideraba sus ya pueblerinos y apolillados compañeros de partido y se codeó con la crema y nata de chicos bien e inteligentes que harían el trabajo técnico mientras él se dedicaba a lo suyo, la política, sobre todo de cara al exterior, sin el aburrimiento de pasar por el visto bueno de los cavernícolas de la vecindad doméstca a los que, sin éxito, no quiso parecerse nunca más. Jamás se lo perdonarían.
El “Caracazo” de 1989 lo agarró a él y a su equipo por la espalda. O lo provocaron sin saber o los sorprendió ese gancho social inesperado al hígado del cual no se repondrían ya más. A partir de allí se desató una furia, se liberó una venganza contenida en el tiempo que había demorado en aparecer por la fuerza que el poder, el carisma o la autorictas imponen. Los sentimientos menos nobles se postergan ante el fantasma de la fuerza, el miedo a la ley, razones morales o el volumen del botín. Ante la falta de visión, de lealtad, de sentido común, los enemigos que Pérez había dejado en el camino, que hoy se rasgan las vestiduras, no sólo lo abandonan sino que hicieron todo lo posible por apedrearlo públicamente. Y así lo ejecutaron, constitucionalmente, claro está. Y él se dejó morir, asumiendo sin pestañear su cruz. Hugo Chávez, surge allí en ese preciso momento que es el de la caída de Pérez y del proyecto político que encarna junto con otros que es el de la democracia a su medida. Ese melodrama final abre las puertas explicativas a la tragedia de hoy. Ahora quieren ser perdonados los que traicionaron a Carlos Andrés y al país. Cobardes, resentidos, desleales, farsantes, con golpes de pecho levantan alabanzas dislocadas al Pérez fallecido de hoy. Sin que él lo sepa, Chávez lo ha reivindicado momentáneamente, para su mal, pues quién puede ser peor ante un espejo. Hay quienes afirman que Pérez y Chávez se parecen. Creo que en lo fundamental no. Puede que haya similitudes en la arrogancia, el populismo, la demagogia, la hiperactividad, la conexión lógica entre sus defectos y sus excesos simultáneos. Eran sí, son, en el fondo, extremadamente parroquiales y simplificadores, y cometieron el error histórico de querer dar saltos exageradamente largos para el alcance de sus posibilidades personales y para el engañoso piso del país, pequeño, millonario y errático, en que se empinaron. Seguro que Pérez hubiera preferido otra muerte, más parecida a ninguna de las dos.
Leandro Area
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