martes, 11 de enero de 2011

NO ES SOTO ROJAS, ES EL MODELO


Vladimir Villegas

El Nacional


Criticar a Fernando Soto Rojas porque el traje no le quedaba bien, o porque su dicción no es la de un orador refinado, o por su origen campesino, o por su condición de ex guerrillero convertido en presidente de un Parlamento sin tener experiencia previa en las lides legislativases tan lamentable como lo fue su anuncio de que la oposición será tratada a carajazo limpio.

Algunas de las críticas al nuevo presidente de la Asamblea Nacional están teñidas de ese aire de superioridad que algunos dejan escapar, para mirar por encima del hombro a quien no tiene sus delicados modales o su desenvoltura ante las cámaras de televisión o ante un escenario público, que bien puede ser un Congreso, un auditorio académico o incluso una concentración popular.

Soto Rojas es un luchador de los que arriesgaron el pellejo por sus ideas. Eso lo llevó a participar en la resistencia contra Marcos Pérez Jiménez, como militante de Acción Democrática, y luego, ya en las filas del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, se fue a la montaña porque creyó que la lucha armada era el camino para que las fuerzas socialistas tomaran el poder. No hizo nada distinto a lo que hicieron en ese mismo período hombres como Teodoro Petkoff, Pompeyo Márquez, Eloy Torres, Guillermo García Ponce, Freddy Muñoz, Moisés Moleiro o Américo Martín, y mujeres como Argelia Laya, María León, Doris Francia y otras tantas militantes del PCV, del MIR y luego de otras fuerzas.

El problema no es Soto Rojas, es el modelo que se quiere imponer en Venezuela, con un tufo a socialismo caudillista.
No es su pasado de guerrillero, porque también lo fue Dilma Rousseff, la nueva mandataria de Brasil. El problema es el presente y su lamentable arranque como presidente de la Asamblea Nacional. No es a carajazos como se debe debatir en un Parlamento, y menos cuando se presume de tener la razón histórica y la verdad en la mano.


Sólo loas y más loas, al mejor estilo estaliniano.El modelo de país consagrado en la Constitución de 1999 no fue diseñado para que las instituciones traten a las patadas a quienes tienen ideas distintas, y mucho menos para que se aparten de sus funciones, entre ellas, en el caso de la AN, la de controlar las acciones del Poder Ejecutivo. Ya sabemos que si para la oposición habrá carajazos desde el Parlamento, para el Gobierno nuevamente habrá aplausos prolongados, incondicionalidad, solidaridad automática y, por supuesto, ninguna acción por muy constitucional que sea, que pueda molestar al líder, o tan siquiera incomodarlo.

Allí estriba el problema de fondo. En que no se puede sustituir el debate político que es natural y además necesario en un Parlamento, por el abuso de poder, por el atropello a los factores que no comulgan con el PSUV. A menos que se quiera confesar de una buena vez, y sin pudor alguno, que se buscó el poder para aplicar la aplanadora que antes se criticaba, para buscar venganza en lugar de justicia, y para triturar, aislar, segregar y espaturrar, si cabe el término, al adversario, como lo quiso hacer Betancourt con el PCV antes de que se fuera a la lucha armada.

Los venezolanos, chavistas o no chavistas, esperan mucho de la Asamblea Nacional, y que su trabajo se traduzca en leyes beneficiosas para la seguridad social, para el fomento del empleo productivo y para el mejoramiento de las condiciones de vida. Los “tatequieto” hay que dárselos a la corrupción, a la inseguridad, a la inflación, a la falta de vivienda, al autoritarismo, a la intolerancia y a la prepotencia con la cual se quiere seguir gobernando el país.

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