La Confederación
Argelia Ríos
Al comandante Ramiro Valdés jamás le conmovió derramar la sangre de sus compatriotas. Por algo, su imagen es la de hombre "duro" y cruel; la de un comandante siniestro, cuya severidad le ha merecido laureles magníficos en las páginas oficiales de la revolución cubana. Las otras, las que se escriben con tintas de llanto, no le otorgan galardones: en ésas sólo se encuentra el prontuario de un verdugo áspero, desprovisto de cualquier amago de susceptibilidad. La disciplina marcial de Valdés -siempre disponible para las peores faenas en su país-, es un rasgo que nadie le escamotea: sus actuaciones jamás generan sospechas. Es, en definitiva, uno de los personajes recios de la nomenclatura isleña y, probablemente, el rostro inolvidable de esta hora menguada que comienza a transcurrir.
Nada es casual por estos días. El "proceso" experimenta un giro que ya antes había sido advertido y que muchos prefirieron, y prefieren, desestimar. En esa rotación, Venezuela formaliza la entrega de su soberanía, como sólo puede ocurrir en una nación sin dolientes, donde la dignidad no es producto de demanda mayoritaria. La transacción es inenarrable: las imágenes son todas insuficientes para describir la abominable operación del alto mando bolivariano. Apenas una, la del adicto capaz de cualquier cosa para obtener una dosis de opio; el opio del poder, que convirtió la "esperanza de cambio" en una pesadilla de servidumbre: en la reversión de la independencia, cedida para favorecer un mandato vitalicio.
Valdés -quien acaba de arribar a la Venezuela confederada que vamos siendo- ha llegado antecedido de la renuncia irrevocable de quien estuvo fungiendo de vicepresidente de la República. El hecho, como todos los acontecidos en la alborada de 2010, no parece producto del azar. El comandante cubano se ha incorporado al Gobierno del presidente Chávez, justo a tiempo para finiquitar un trabajo del cual, todavía, no hemos sido formalmente enterados. Es evidente, sin embargo, que los galones calados sobre los hombros de Valdés no encajan sino en el lugar que dejó libre Carrizalez, a quien le está sucediendo un joven genuinamente marxista, cuyo destino en la revolución desconocemos. Muchos recordamos la vieja gráfica presentada en los salones bolivarianos, en la que se fundían, indecorosamente, la bandera de Cuba con la de Venezuela. Valdés no está en estos predios para administrar megavatios. Su tarea tampoco se reduce a las limitaciones en el uso de las nuevas tecnologías comunicacionales. El Gobierno está importando técnicas de opresión. Es cierto que Chávez desea atemorizar al país: pero no es falso que los broches de este comandante cubano sugieren responsabilidades más gruesas. La presencia de este hombre anuncia tiempos amargos: para todos.
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