La asamblea anonadada
ELÍAS PINO ITURRIETA | EL UNIVERSAL
9 de enero de 2011
El entendimiento del nuevo período de la Asamblea Nacional puede nublarse si sólo se detiene en la actitud del presidente Chávez en la víspera, cuando vetó la reforma de la LEU, recogió las nuevas velas del IVA y tuvo palabras corteses para la oposición. Tal vez considerase la molestia de los estudiantes, capaz de convertirse en polvorín, o pesara con balanza adecuada la carga de los impuestos para compadecerse de la ciudadanía y anunciar un cambio de conducta, se ha llegado a pensar. Más aún, la selección de un presidente del Parlamento que debuta con voces de concordia para los nuevos colegas, se ha apreciado como parte de una rectificación capaz de sembrar entusiasmos entre quienes pierden cada vez más la paciencia frente a los desmanes del régimen. Quizás ahora se avizoren tiempos de cambio, pues de lo contrario el jefe del Estado se hubiera ahorrado unas demostraciones de afabilidad que no congenian con su estilo de gobernar, se ha escuchado en los corrillos que rara vez se entusiasman con las señales enviadas por la cúpula. Tal vez la Sala Situacional haya calculado la debilidad del Gobierno para sugerir un viraje progresivo hacia los caminos de la democracia, también han sugerido algunos analistas. No creo que convenga entusiasmarse con espejismos.
¿De dónde provienen las rectificaciones, si de veras existen? No son sino el resultado de una decisión imperial, es decir, la emanación de una sola voluntad que toma una resolución para su beneficio sin la consulta de la sociedad. Más todavía, sin la consulta con sus allegados, según se atreven a jurar acreditadas fuentes. Que se anuncien sin la existencia de un vínculo con los gobernados, de un diálogo aunque fuese somero con factores de diverso pelaje o con los habituales de palacio, permite hablar de una operación calculada únicamente para superar las aguas de una turbulencia pasajera o para profundizar, sin levantar más olas, un proyecto de dominación. De allí la designación de un probado aunque poco conocido militante en la cabeza de la Asamblea. Al principio, mientras la calma vuelve, puede decir cosas creíbles porque jamás ha dicho algo ante auditorios masivos; nadie puede negar que sea una novedad y hasta una promesa, porque pocos pueden dar completa cuenta de su paso por la vida pública y porque cualquier prospecto no sólo es novedoso, sino francamente prometedor, si se compara con la ciclópea opacidad de la antecesora. Lo pueden confundir con un primerizo pese a sus horas de vuelo en los vetustos aviones de hélices que la revolución continental dispuso para viajeros de primera clase desde los años sesenta del siglo pasado. La lista de pasajeros de esa época no es accesible a la consulta pública. Es difícil el conocimiento de la identidad de todos los que han surcado desde entonces los cielos en esas coloradas y camufladas naves. Pero se sabe que el programador de los itinerarios fue Fidel Castro, e igualmente que Fernando Soto Rojas tuvo tarjeta de pasajero frecuente. De la existencia de estos antecedentes nadie puede llegar a la idea de que la deliberación volverá al seno de la Asamblea Nacional, según algunos incautos han pensado después de ver a Chávez echando a la basura la reforma de la LEU y el aumento del IVA después de lanzarles piropos a los rectores.
Además, antes del inesperado y relativo descubrimiento de Soto Rojas fue reformado el Reglamento de Interior y Debates con el objeto de reducir a mínima expresión la discusión de los asuntos nacionales, de llevar casi a la nada la esencia del Parlamento en el cual se sostiene, según ocurrió en el pasado en Venezuela y sucede hoy en otras latitudes, la vida de las democracias. El nuevo reglamento no pudo condenar a la mudez a los nuevos diputados porque la restricción hubiera sido demasiado escandalosa, pero recortó el tiempo de sus intervenciones y redujo el número de las sesiones del cuerpo hasta la exigua cantidad de cuatro cada mes. La medida no sólo cercena la participación de los opositores sino también la de nuevos voceros oficialistas, operación mediante la cual se devela la intención de profundizar el control de la sociedad por la voluntad de la misma persona que administraba a sus anchas la vida de la ciudadanía cuando la Asamblea Nacional era un complaciente receptáculo. Así impide la esperada reacción de quienes se supone llegan con la misión de oponerse a sus designios, pero también el salto de cualquier liebre que venga de los predios del PSUV hasta ahora complacientes y mansos. El análisis no debe olvidar la puesta en marcha de un plan de congresillos comunales, dependientes del Ejecutivo y por lo tanto marcados por el dictatorial estigma de la bastardía, cuyo propósito es el desplazamiento del Poder Legislativo cuyo legítimo origen es la soberanía popular. Ante tal panorama parece que le cae de perlas a Chávez el auxilio del casi inédito Soto Rojas.
Soto Rojas viene, siguiendo las instrucciones del jefe al pie de la letra, con la misión de conceder al pueblo la función de legislar. Pronto nos sorprenderá con la existencia del "pueblo legislador" según lo pensara y creara Lenin en mala hora, para que todos los diputados, tanto de la oposición como del Gobierno, sean simples adornos en una deplorable republiquita de pacotilla. De allí que, de momento, haya convenido arrojar los lastres de la LEU y el IVA, una acción que no ha dejado de pescar incautos. Chávez debe pensar que la concesión le sale barata, si nos convierte poco a poco en soviéticos.
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