La destrucción como necesidad
ELÍAS PINO ITURRIETA EL UNIVERSAL
2 de enero de 2011
2 de enero de 2011
Mucho se ha escrito sobre el papel de destructor que ha distinguido al presidente Chávez desde su ascenso al poder. Llevamos años leyendo y diciendo cosas sobre el particular, pero quizá falte un análisis solvente de lo que, más que una vocación, es en su caso una fuerza mayor. Ahora no se pretende tal análisis, sino apenas una aproximación que puede ayudar a los inventarios que cada quien realiza en fin de año. Haremos el intento de explicar este punto esencial de la vida venezolana, para ver si tiene sentido. La destrucción encuentra origen en el hecho de que quiera imponer un proyecto confuso de dominación sobre cuyo contenido sólo tiene él noción cierta, si llegamos a conceder que la tiene. Una noción que no parece distinguida por la estabilidad, sino por una constante mudanza del parecer personal debido a la cual topa con escollos formidables. La sociedad soñada por Chávez es un anhelo individual, un deseo privado que no puede convertirse en público sino mediante la aniquilación de todo lo que se le opone. No pretende la transformación de la realidad partiendo de un plan pensado con la debida propiedad, sino mediante lo que le vaya sugiriendo cada insomnio o cada trance de febril inspiración. El revoltillo está dirigido hacia cualquier meta, según vaya trajinando la receta al vaivén del capricho, motivo que obliga a una colisión con la diversidad de situaciones y personas a las cuales involucra. Un designio proveniente de pulsiones personales al cual no soporta una formación profesional en que se pueda confiar, ni un vínculo debidamente acreditado con la política ni la preocupación por estudios metódicos del arte de gobernar ni disciplinas relacionadas con una organización como los partidos políticos de cuño contemporáneo, es una tendencia ciega que fatalmente está destinada a la aniquilación de los factores que la adversen. Es una escoba desconcertada que todo lo barre. Debido a su irracionalidad y a su arbitrariedad esenciales, no congenia con la operación de discriminar. Para Chávez el entendimiento de Venezuela es un ejercicio autobiográfico. El país y su historia discurren de acuerdo con las vicisitudes de una oscura criatura de provincia a quien, según una unilateral interpretación, se le negaron las oportunidades del estrellato cuando fue oportuno. La evolución del país se resume en las frustraciones y en el resentimiento de quien imagina que se le escamoteaba un derecho a la supremacía, burlado por contendientes ventajistas a quienes debe cobrar la afrenta de un camino circundado de veneno. Todo pasa, necesariamente, por el rasero personal de quien ve el presente y el pasado según el estrecho prisma de unas vivencias supuestamente reprimidas por la maldad de quienes se ocuparon de arrinconarlas por el simple hecho de que no cabían en su cálculo de privilegiados. De allí la ausencia de matices, las generalizaciones brutales, las negaciones descomunales, el predominio de la superficialidad, la colocación del yo sobre los intereses del resto, en una carrera que mira la evolución del entorno y de los habitantes del entorno en función de lo que sucedió o pudo suceder a quien, gracias a la pródiga ruleta que usualmente se juega en el país, tiene ahora la ocasión de escudriñar y escribir la historia desde una atalaya cuyo guía es sólo quien la registra y redacta. La estrecha y escabrosa topografía de lo autobiográfico determina una versión de la república cuyo destino es, por consiguiente, la desaparición de la república según ella se ha formado desde el siglo XIX, o desde poco antes. Porque la autobiografía se revuelve a su antojo entre antaño y hogaño, con el propósito de meterlos en su rígido molde. La prepotencia del autobiógrafo no sólo topa con el bulto de un entorno heterogéneo cuyas características se resisten a una absurda simplificación, sino también con una historia que se le vuelve levantisca por el simple hecho de una procedencia en la cual destaca la influencia del liberalismo como factor principal. Una sociedad aclimatada desde los inicios republicanos en el regazo del pensamiento liberal, no calza en la horma de un entendimiento en el cual sólo privan los intereses de quien la observa sin buscar el auxilio de unos prismáticos debido a que siente que sus ojos penetran los secretos de cualquier horizonte. El empeño de convertir a Venezuela en una autobiografía pretenciosa, es decir, en una peripecia individual que comienza en el tiempo de remotas luchas de esclavos y cimarrones, no puede sino crear enemistades en sentido panorámico y buscar su eliminación sin dejar títere con cabeza, desde el principio y hasta nuestros días. De lo contrario la autobiografía quedaría en nada. A los problemas descritos se agrega la palmaria incapacidad de quien quiere hacer un país a su imagen y semejanza. Como carece de las herramientas para la edificación de estructuras destinadas a la permanencia, se puede contar con la desaparición de lo que de su voluntad dependa y de lo que puede ser su sostén: instituciones de fomento material, organismos de seguridad, despachos y servicios que antes funcionaban, sistemas educativos, etc. Ni lo que lo puede apoyar está garantizado en sus designios. Esto último pudiera considerarse como una ventaja, como el fatal desenlace de una pretensión sin fundamento, si no se convirtiera finalmente en una calamidad general. Aunque la calamidad de real envergadura sea, por supuesto, la fuerza mayor que determina el destino de un hombre que debe destruir para subsistir.
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