HECTOR SCHAMIS
Alguna vez desde este mismo lugar escribí acerca de la historia de Argenzuela,
país imaginario con dos capitales, Buenos Aires y Caracas, creado por
el acuerdo político de dos casas cuasi reales, la de los Kirchner y la
de Chávez. Su política económica era similar, sus alianzas
internacionales eran las mismas, su desdén por las instituciones
republicanas, equivalente, y sus deseos de perpetuarse en el poder,
idénticos. Era una especie de Imperio Austro-Húngaro, pero en América
del Sur.
Aquel imperio europeo tuvo medio siglo de existencia. Este durará
menos, aunque fue más largo de lo necesario y, sobre todo, más de lo
aceptable. De hecho, Argenzuela implosiona ante nuestros ojos este 18 de
febrero. Exquisita coincidencia, en ambos lugares, diversos sectores de
la sociedad civil salen a la calle en este 18 de febrero.
En Venezuela los familiares de los presos políticos llaman a la
sociedad a vestirse de blanco. Los estudiantes regresarán al lugar de
aquellas masivas protestas de febrero pasado, donde se entregó Leopoldo
López. Reclaman hoy por los encarcelados sin causa. Recuerdan a aquellos
asesinados en las protestas de hace exactamente un año, cuyos verdugos
fueron identificados pero jamás llevados a juicio. Piden, en definitiva,
por la paz, la libertad y la justicia. Hoy no tienen ninguna de ellas.
En Argentina la sociedad acude a la convocatoria de un grupo de
fiscales para reclamar contra la impunidad y por la justicia en la
muerte de un colega, Alberto Nisman, cuyo caso cada vez se parece menos a
un suicidio. Fernández de Kirchner lo consideró un suicidio, pero
luego, constituida simultáneamente en acusada y juez del fiscal Nisman,
por su propia cuenta le cambió la caratula al caso: asesinato. Esta
marcha es por la justicia, contra la impunidad de los asesinos de
Nisman, pero lo curioso es que la Presidente critica—y desprecia—a los
fiscales que organizan la marcha, no a los asesinos.
Estas líneas están escritas con urgencia y con temor, temor de dos
gobiernos que ya casi no existen, pero que se sienten dueños del poder.
Con miedo a dos Estados que no son capaces de hacer política monetaria
con coherencia, pero cuyos servicios de inteligencia conocen demasiado
de la vida de los ciudadanos y tienen demasiada autonomía. Con temor a
dos ideas políticas que no tienen presente ni mucho menos futuro, pero
sí recursos para poner una fuerza de choque en la calle y provocar a
estudiantes sin armas y a fiscales con corbata.
Se trata de dos gobiernos que tienen la absoluta certeza que, a esta
altura, su relato solo convence a quien está pago, es decir, no convence
a nadie. Es el espanto de dos gobiernos que cada vez se parecen más a
una colección de organizaciones criminales, para las que perpetuarse en
el poder no es por política ni ideología sino simplemente la manera de
asegurar su impunidad.
En definitiva, Argenzuela tiene hoy en el poder a dos entidades sin
poder, dos fieras heridas. Se saben muertas, pero su propia agonía las
determina a llevarse con ellas a todo aquel que esté cerca. Y lo peor
del caso es que eso mismo lo exhiben con orgullo, amenazan con
arrogancia, actúan con impunidad.
Las incertidumbres abundan acerca de cuándo y cómo terminarán estos
gobiernos fallidos y qué dejarán detrás. Pero hoy, sin embargo, hoy lo
único que importa es que este #18F termine en paz.
Twitter @hectorschamis
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