martes, 17 de febrero de 2015

Elecciones y excepciones

RICARDO SUCRE H. 

Evito opinar acerca de las cosas de los estudiantes. Muchos se expresan con genuino interés hacia este grupo, pero otros aprovechan la favorable imagen que tienen los alumnos, para endosarse lo que la expresión “estudiantes” tiene en nuestra historia: atributos todos positivos. O para terciar en sus elecciones o decisiones, la que corresponde a ellos exclusivamente.
También fui estudiante y representante estudiantil. Fui crítico –y sigo siendo crítico, afortunadamente, ahora que hace mucha falta- participé en conflictos, pude actuar -ganar y perder- tomar mis decisiones; pedir consejo, pero al final, decidir. Los estudiantes que hoy actúan en un contexto diferente al que viví, también merecen la libertad para hacerlo. Opinar desde la perspectiva de lo que uno hizo y haría hoy, parece pedante y poco útil, porque cada persona y grupo vive su momento, con los retos y decisiones de su tiempo.  
Sin embargo, me voy a salir de esa política para esta entrada del blog, porque en la semana del 12 de febrero sucedió algo que me dejó un sabor amargo; un sabor que apunta a una situación que percibo desde el año 2014 con más intensidad: un discurso que apunta a la disolución del voto, de las elecciones, como valor y acto político para expresar una opinión, para el cambio, o como espacio para dirimir conflictos, y se le coloca como algo no principal, sino accesorio. Algo “que está allí, pero es prescindible”.
En el mundo opositor gana espacio un clima de opinión -muy intenso en las redes sociales- que cambió la valoración del voto: del voto pugnaz al voto ineficaz.
Pugnaz, en el sentido de la conciencia de la desigualdad en las elecciones, pero se luchaba para ganarlas. Se valoraba el sufragio y se luchaba por su eficacia.
Ineficaz, en el sentido que se percibe que el voto no cambia nada, así se gane. No se le valora y no se le percibe eficaz. 
Pero vamos a lo de los estudiantes, a lo que me dejó el sabor desagradable, relacionado con la idea anterior.
Se hicieron las elecciones para la FCU de la UCV el 30-1-15. Ganó una fórmula y otra que compitió con el mensaje central que no era de partidos, quedó de cuarto lugar.
Llega el 12 de febrero. La opción que ganó la FCU el 30-1-15, informó de una actividad para el Día de la Juventud en la UCV. Aquí está lo que me dejó el sabor agrio: la fórmula que llegó de cuarto envió un comunicado en el cual precisó que la propuesta de la FCU para el pasado 12-2-15 no respondió al “sentimiento de todo el estudiantado” y la calificó como “aquietadora de la movilización estudiantil”. Este grupo convocó a su actividad, aparte de la convocada por la FCU, el mismo 12-2-15.
Tal vez esta “doble convocatoria” se debió a la inexperiencia o falta de tacto por parte de la presidencia de la FCU para consultar a todos los estudiantes  –las famosas “muchachadas”, las que en la política venezolana ahora no solo se ven en “muchachos”, sino en otros menos “muchachos”, pero eso ya es otro tema- y el asunto no pasó de un incidente, pero el punto agrio se mantiene y es el siguiente: competiste, hiciste campaña, aceptaste las “reglas del juego”, definiste tu estrategia, tus mensajes, tu fórmula para la FCU, fuiste a debates, te entrevistaron en medios, usaste redes sociales….pero los estudiantes no te votaron sino lo hicieron por otra opción ¿Por qué hacer una convocatoria aparte, con ese tono?
En política se gana y se pierde. Si trabajas, vas a ganar. A veces se gana perdiendo. Otras, se pierde ganando. En ocasiones, se gana ganando, y en otras se pierde perdiendo.
El sabor amargo es que las elecciones parecen que no obligan. Participo, pierdo, y si algo no me gusta, hago una actividad que contrasta con lo que hacen los ganadores de la elección. Algo así como una “FCU paralela” para el día 12-2-15.
Lo que deja el discurso de la disolución del voto es que siempre habrá una excepción para saltarse la voluntad de los electores. Participar en una elección es una rutina, que siempre puede saltarse. El sufragio no resuelve, tampoco dirime, y menos obliga a aceptar lo que los votantes digan. Está sujeto al “mientras tanto” de las excepciones.
Esta práctica la inauguró Chávez cuando perdió la reforma de 2007. El famoso “Por ahora” de esa fecha y la “Victoria de mierda”, con lo cual selló su desprecio a la voluntad del pueblo que no quiso votar su reforma, a pesar que fue él quien la promovió e hizo campaña por ella.
Aparecieron las excepciones. La derrotada reforma de 2007 se aplicó de facto, vía decretos o leyes habilitantes, porque había una excepción: una “revolución” está por encima de lo que piensen unos electores que seguramente estaban “confundidos por la propaganda burguesa”.
Maduro también le agarró el gusto a las excepciones. Los electores de un estado o municipio votan por un alcalde o gobernador que no es del PSUV, pero el gobierno de Maduro les impone unos “Protectores” para saltarse la voluntad popular, que no favoreció al candidato oficialista, y se justifica con una excepción: “Es que el gobernador no trabaja”, “Es un vago”, etc.  
Pero esta disolvente “moda” llegó al mundo no gobierno: los estudiantes votaron en una elección que ningún movimiento cuestionó, la FCU ganadora decide una cosa en el ejercicio de su mandato, pero aparece una excepción para saltarse esa decisión y hacer otra actividad ¿Y así se pretende ganar confianza en el país? Imposible.
La excepcionalidad supone que el elector no es genuino en su voto, porque “está confundido”, porque “tiene miedo”, o por cualquier razón que lo presente como voluble. Un votante que no decide, sino que es maleable por poderes externos. Volvemos a 1920 o 1930: la “teoría de la aguja hipodérmica”. Las personas no piensan, no deciden, no evalúan; solo se les “inyectan” ideologías o emociones para que se comporten de una forma que no es de ellos, sino de otros. Las "teorías conspirativas" o la "propaganda subliminal", tan en boga hoy día. 
 ¿Y durante la campaña para la FCU, las opciones “no aquietadoras” de los estudiantes, no comunicaron ese atributo? Supongo que los estudiantes sabían los atributos de las opciones, y al final decidieron lo que estimaron mejor para ese grupo.
Más que brincarse la voluntad popular de los estudiantes de la UCV, la gran pregunta es ¿Por qué los estudiantes no votaron por las opciones “no aquietadoras” de los alumnos, especialmente cuando son el grupo más activo para ir a la calle?
Mi punto es que si los electores deciden una cosa, eso debe ser respetado. No hay excepciones. Si competí y no gané, no puedo esgrimir una excepción para dejar de lado la decisión de los votantes. Haz oposición, todo lo dura que quieras; pero respeta el derecho de quien ganó a hacer su gestión.
Se dirá que lo anterior es para “tiempos tranquilos” ¿Y una excepción hará que el tiempo se “tranquilice”? No parece. 
Venezuela parece avanzar hacia una suerte de pretorianismo estructural: cantidad de jefes y jefecitos que monopolizan espacios de poder (de cualquier tipo y por cualquier medio), para hacer e irrumpir cuando les de la gana, y aunque se comprometan, violan sus propias promesas cuando les conviene, porque siempre habrá una “excepción” para burlarse de los electores: la “revolución”, la lucha por la libertad, por “los caídos”, por la soberanía, por la “patria”, etc ¿Y la sociedad? Aguantando sus caprichos, y se paraliza cuando a algún jefecito o jefecita no le gusta algo.   
Insisto en un punto que he tocado en otros artículos del blog: tal vez como nunca antes –si cabe una comparación, las elecciones de 1963, serían cercanas- el voto y las elecciones enfrentan su reto más difícil: sobrevivir y prosperar al discurso de la disolución del voto. Son más los adversarios que promotores, los que hoy día tienen el voto y las elecciones.
Nadie quiere sentirse obligado, nadie quiere medirse. Muchos quieren seguir cobrando “las rentas” de un poder que seguramente no es tal a los ojos de los votantes.
Regresamos a lo básico de nuestra historia: construir un discurso sobre la eficacia del voto, instrumental y ético, ante el discurso que lo anula.
No recuerdo si lo escuché de muchacho en las reuniones familiares en las que se hablaba de política –que no para echar cuentos sobre política, que es otra cosa- o lo leí en algún libro acerca de Venezuela, pero el mensaje es que cuando Luis B. Prieto y los pioneros de la moderna educación venezolana promovieron hacerla accesible a todos, cambiaron el Mauser por los lápices como vía para el ascenso social. Venezuela dejó de ser una excepción para ser realidad tangible.
Hoy tenemos un reto similar: que no se convierta en excepción, y sea realidad tangible en estos tiempos de cambios.

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