Richard Youngs / Kalypso Nicolaidis
Después del éxito electoral de Syriza en Grecia, la Unión Europea
necesita volver a los orígenes y diseñar una estrategia adecuada con la
que abordar la presencia de los emergentes partidos antisistema.
Durante las primeras semanas de gobierno de Syriza se ha puesto el
foco en la renegociación de los pagos de la deuda de Grecia y en las
reformas estructurales. Sin embargo, los retos que ahora afronta la
Unión Europea van mucho más allá del éxito o el fracaso de las
conversaciones sobre el rescate griego.
La victoria de Syriza en Grecia confirma que el ascenso de los
partidos antisistema está preparado para dominar la política europea.
Las raíces de la crisis del euro no se han resuelto y los partidos
antisistema —ya sean de extrema izquierda, populistas o euroescépticos—
están al alza en países tan distintos como Suecia, España y Reino Unido.
Hay enfrente un peligro indiscutible. Y es que ahora que parece
alcanzarse un acuerdo sobre los nuevos términos del rescate de Grecia,
la élite política de la UE respirará con alivio y no sentirá la
necesidad de reexaminar las bases, más amplias, de la integración
europea.
El hecho de que el acuerdo sobre la deuda griega sea por lo general
bienvenido, no deja de ser un paliativo. Lo que se necesita es un debate
más fundamental y sustantivo sobre lo que los ciudadanos realmente
requieren de un “proyecto europeo”.
Si los partidos predominantes comienzan a aliarse para defender el statu quo,
ello reforzará el auténtico elitismo que causó la presente crisis. Se
trata de un impulso instintivo que margina la legítima frustración que
sienten los ciudadanos hacia la interesada irresponsabilidad, la
corrupción y la incapacidad para enfrentarse a la recesión en curso y al
letargo institucional de Europa.
Una de las más importantes lecciones que pueden extraerse de la
victoria de Syriza es la de que la Unión Europea necesita de un proceso
mucho más participativo en su toma de decisiones. La legitimidad
democrática de la Unión Europea es hoy extremadamente frágil. Los
Gobiernos no pueden pedir siempre a los votantes que acepten sacrificios
en nombre de un idealismo europeo que solo ellos han definido. Y no
pueden desviar las quejas sobre el déficit democrático de la Unión
Europea arguyendo que la Unión cumple con el crecimiento sostenible y la
justicia distributiva. No lo hace.
El apoyo a las políticas y a la cooperación tiene que ser pacientemente construido desde abajo hacia arriba
A menudo parece como si la Europa de hoy se enfrentase al dilema
siguiente: o tenemos una cooperación europea más estrecha o tenemos una
mejor democracia a nivel local. Mientras las élites predominantes ven la
cooperación europea como algo necesario para lograr la recuperación
económica, los partidos antisistema parecen tener ahora una mejor
narrativa para recuperar el control democrático sobre la toma de
decisiones en la Unión Europea.
Es necesario que los políticos europeos demuestren que una más
profunda cooperación en el seno de la UE y una más profunda democracia
pueden ir juntos. Y para eso necesitarán algo más que alianzas tácticas
entre fuerzas predominantes diseñadas para preservar los modos
existentes de hacer política en la UE.
El apoyo a las políticas y a la cooperación europeas tiene que ser
pacientemente construido desde abajo hacia arriba. La lección que otros
países europeos deberían extraer de las elecciones griegas es que tal
cosa no puede hacerse excluyendo a los partidos populistas.
Con ello no sugerimos que los partidos etiquetados como antisistema o
populistas ofrezcan soluciones bien elaboradas. Sus programas contienen
flagrantes incongruencias. Pero algunos de ellos tienen propuestas
válidas para el empoderamiento de los Parlamentos nacionales, para un
uso mayor de la democracia directa y para limitar lo que las decisiones
de Bruselas puedan dictar a los Estados miembros.
El ascenso de los partidos antisistema en Europa es más que un
incidente efímero, algo que pueda revertirse mediante nuevos rescates o
algunos retoques políticos. Se asienta sobre profundos cambios
sociológicos y de clase que han hecho que muchos sectores de la
población no se sientan representados en el actual espectro político.
Europa necesita ahora dar algunos sensatos pasos atrás y hacer lo que
debería haberse hecho antes de que se pusiera en marcha la maquinaria
del intrincado proyecto de integración de la UE. Los líderes políticos
tienen que dar espacio a un debate no excluyente, abierto y fundamental
sobre los principios básicos de la cooperación europea.
Es sabido que populismo es un concepto manifiestamente impreciso. No
es del todo patológico: las políticas que reflejan las preferencias
populares son, al fin y al cabo, la esencia de la democracia sensible.
El populismo es peligroso cuando se desliza hacia el autoritarismo y la
intolerancia. La prioridad debe consistir en revitalizar la democracia
europea y no en oponerse a priori a partidos de nuevo cuño o hablar de
“derrotar al populismo”.
La victoria de Syriza y el descontento aún mayor con los partidos
convencionales nos enseña que si Europa quiere permanecer fiel a los
valores del pluralismo y de la tolerancia liberal necesita de un proceso
político que sea amplio, abierto y no excluyente. La Unión Europea
necesita establecer cimientos más firmes para su futura integración.
Esos cimientos deben descansar sobre un espíritu de voluntaria, y no
forzosa, solidaridad, como expresión de un lúcido y duradero interés
común europeo.
Richard Youngs es asociado senior en Carnegie Europe y Kalypso Nicolaïdis es profesora de Relaciones Internacionales y directora del Center for International Studies de la Universidad de Oxford.
Traducción de Juan Ramón Azaola.
Traducción de Juan Ramón Azaola.
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