Luis
Pedro España N.
Cada vez
que vemos las encuestas tenemos una lectura bastante más oscura de la
oposición. Por lo mal que queda parada, en cuanto al juicio que de ella tienen
los ciudadanos, podríamos calificarla como la malquerida. 80% de venezolanos
que opinan que el país va por mal camino, que desea que el modelo económico
cambie y que vive atemorizado por la inseguridad, le reclama a la oposición que
sea una opción de poder. No lo es, no lo ha sido y por ello se le critica. ¿Qué
quieren de la oposición? Simple, que deje de ser oposición y se convierta en
gobierno.
Es por
ello que la oposición recibe un doble castigo. Mitad la adversa por ser
oposición, la otra porque no ha logrado ser gobierno. De manera instintiva
hasta 20% de la población repite los mismos calificativos e improperios que
desde el poder lanzan los jerarcas del régimen en cada una de sus omnipresentes
declaraciones. Por su parte, los radicales del otro bando, 20% para
simplificar, no entienden por qué esos “buenos para nada” no han desalojado del
gobierno desde hace tiempo y de una vez por todas a la camarilla en el poder.
La
mayoría decepcionada del chavismo, una parte de ellos lanzados a un nuevo tipo
de escepticismo y desconfiados de la política, no ve en la oposición, sus
organizaciones y líderes, esa fórmula facilona de resolver los problemas que
alguna vez creyó ver en forma de venganza verde oliva. Huérfanos de líder y
luego de haber perdido la fe en el legado, cuesta volver la mirada a lo que
tanto se adversó en el pasado.
El asunto
se pone más cuesta arriba cuando los espacios para la disidencia han sido reducidos
a su mínima expresión, por mucho que se tengan encuentros y debates sobre los
problemas del país a fin de trazar planes para resolverlos. Aun cuando se
tengan buenos gobiernos locales que mostrar, a pesar del saboteo que se ejerce
desde el poder. A pesar de las numerosas iniciativas internacionales para
revelar la verdad de lo que ocurre en Venezuela. Aunque muchas organizaciones
voluntarias realicen diligencias legales para devolverles la libertad a los
presos políticos y cuiden de su integridad. La invisibilidad de la oposición la
hace ver inactiva, alejada de los problemas del pueblo e incapaz de proponer
soluciones.
Por más
que los grupos más activos, jóvenes y trabajadores, se movilicen y enfrenten el
control social y policial instalado por el gobierno, denuncien los
padecimientos del país, o se vayan multiplicando los encuentros cara a cara
para explicarles a los ciudadanos por qué los problemas no son producto de
ninguna guerra o la mala suerte, sino que se deben a las pésimas convicciones y
peores decisiones de los responsables de las políticas del Estado. Aun con
todas las acciones realizadas y las que vendrán, la oposición está relegada a
un contado número de estaciones de radio, a un número cada vez más reducido de
medios impresos y a ninguna planta televisiva, lo que hace que el ciudadano se
sienta solo frente a sus dificultades.
El cierre
comunicacional y los golpes represivos, amén de los momentos de desencuentro
interno que parecen superados, son, entre otros, los responsables de que la oposición
no tenga, por ahora, cómo congregar todo el descontento que se va acumulando.
El lento pero progresivo proceso de conformación de una mayoría va a depender
de la reconciliación interna, que sin lugar a dudas se expresará en una plancha
única para la Asamblea Nacional, y en un electorado que, como cualquier otro,
harto de los problemas, decide cambiar.
Ese será
el primer paso para el inicio de la transición que, por lo demás, será la única
capaz de permitir que la oposición pase a ser gobierno.
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