LUIS UGALDE SJ
Cuando los países
naufragan, las iras se desatan sobre los políticos: ¡Que se vayan todos! Sobre ellos
- con razón y sin ella- cargan los pecados de la nación y la mayoría quiere nuevos
salvadores, críticos radicales y rotundos, que con su llegada al poder colmen
la plenitud de las necesidades y aspiraciones. Lo importante es barrer con lo que
hay, vengarnos de los traidores y prometer todo nuevo e inmaculado. Pero -observo-
la utopía sola, sin el polo realista a tierra, termina en frustración y
tiranía.
La política trata del
poder y de las posibilidades para construir la sociedad necesaria. El buen
político, al igual que el buen médico, le habla al enfermo de la gravedad de su
enfermedad y lo acompaña y orienta en el proceso de cambio con esforzados ejercicios
de recuperación. Pero en las grandes crisis no queremos médicos, sino mesías
milagrosos; los alemanes acogieron al Hitler de la revancha y de la promesa
mesiánica del Tercer Reich. Le pasó a
Venezuela con Chávez y ahora estamos en similar encrucijada. Formas funestas de política son
recibidas con entusiasmo y pervierten el
sentido político de la población.
La metamorfosis del poder. La política trata del poder para
hacer las transformaciones necesarias prometidas. Pero muchos políticos que
llegan con deseos de servir, se enferman de poder, convierten a los ciudadanos
en siervos y hacen cualquier cosa por mantenerse.
La política como manipulación propagandística es un mercado donde la población
demanda y el político ofrece. Pero una vez en el poder se encuentran sin el prometido beneficio político de
calidad, ni la capacidad de gestión, ni el coraje para movilizar a la gente y convertirla
en productora de las nuevas realidades deseadas. Hoy y aquí la productividad y el provecho
político del conjunto de nuestra sociedad son pobres y de mala calidad, escasos
los bienes públicos y raras las virtudes republicanas de los ciudadanos y su
Estado. Con el actual producto político de los gobiernistas, de los opositores
y de los indiferentes, es imposible salir al encuentro de las necesidades, transformarlas
en esperanzas y éstas en realidades producidas. Por eso los
políticos se tienen que agigantar y convertirse en maestros de ciudadanía, en
escuela de virtudes republicanas, pues sin republicanos no hay República, sino
monarquía. En lugar de pedir que se vayan todos, tenemos que lograr una
movilización de protestas, necesidades, virtudes ciudadanas y exigencias de
bien común, para un renacer político como el que se vivió - por ejemplo-
después del 23 de enero de 1958. Necesitamos políticos renovados, maestros de
la reeducación ciudadana en todo el país, escuelas de acción responsable donde las
personas, rompiendo su estrecho individualismo, salen a construir el bien común
de “nos-otros”, con conciencia pública, donde el yo y el otro producen y
disfrutan el bien común que necesitan. Políticos maestros capaces de aprender, escuchar
e interpretar los sufrimientos y las
esperanzas de la gente.
En estas mega-crisis se piensa
con rabia en la necesidad de derrotar al que gobierna, pero se olvida que para mañana
gobernar y producir soluciones hay que asociarse con él y contar con su esfuerzo
creativo. Mandela, maltratado en su larga cárcel, vence su justa rabia contra los
blancos y las ganas de cobrarles todos los abusos y atropellos acumulados, y en
él triunfa la inspiración y la fuerza para ver que en Sudáfrica, sin los
esfuerzos de negros y blancos juntos, no hay futuro para nadie. Lo contrario
que Zimbabue: desastrosa situación, luego del primer desahogo vengativo de un gobierno
negro que persigue y despoja a los blancos que se lo han merecido... Nos guste o no, no hay soluciones sin diálogo
constructivo con quienes nos persiguieron…,
sin negociación y búsqueda del bien común de todos los venezolanos. Construir
futuro esperanzado es imposible con sólo medio país. Por
eso el papa Francisco dice “¡Pido a Dios
que crezca el número de políticos capaces de entrar en un auténtico diálogo que
se oriente eficazmente a sanar las raíces profundas y no la apariencia de los
males de nuestro mundo!” La Iglesia llama a los cristianos a asumir su
responsabilidad política como una de las formas más universales de amor al
prójimo, porque “el bien cuanto más universal es más divino”; así como la mala
política multiplica el mal, la miseria y la muerte. El papa Francisco retoma
con fuerza esa orientación: “La política
tan denigrada, es una altísima vocación, es una de las formas más preciosas de
la caridad, porque busca el bien común (…) ¡Ruego al Señor que nos regale más
políticos a quienes les duela de verdad la sociedad, el pueblo, la vida de los
pobres!” (La Alegría del Evangelio 205).
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