Moises Naim / Philip Bennet
Dos convicciones se han asentado en el pensamiento
contemporáneo sobre el periodismo. La primera es que Internet es la fuerza que
más está convulsionando a los medios de comunicación. La segunda es que la red
está desplazando el poder de los gobiernos a los individuos.
Es difícil no estar de acuerdo. Sin embargo, estas
afirmaciones esconden el hecho de que los gobiernos están teniendo el mismo
éxito que Internet a la hora de irrumpir en los medios de comunicación
independientes y condicionar la información que llega a la sociedad. Es más, en
muchos países pobres o en los que tienen regímenes autocráticos, las acciones
gubernamentales pesan más que Internet a la hora de definir cómo y quién
produce y consume la información. Sorprendentemente, la censura está en pleno
apogeo en la era de la información. En teoría, las nuevas tecnologías hacen que
a los gobiernos les sea más difícil, y en última instancia imposible, controlar
el flujo de la información. Algunos sostuvieron que el nacimiento de Internet
presagiaba la muerte de la censura. En 1993, John Gilmore, un pionero de
Internet, declaraba a Time: “La red interpreta la censura como un obstáculo que
debe evitar y evadir.”
No ha resultado así. Hoy, muchos gobiernos
han aprendido a esquivar los efectos liberadores que tiene Internet. En Hungría,
Ecuador, Turquía o Kenia, las autoridades emulan a autocracias como Rusia, Irán
o China censurando noticias críticas y creando sus propias empresas estatales
de comunicación. También han adoptado invisibles y potentes manera de reprimir
periodistas.
Así, la esperanza de que Internet permitiría la
proliferación de fuentes de información independientes y diversas se ha
hecho realidad solo para una minoría de la humanidad.
Tradicionalmente, la censura consistía en que
funcionarios del gobierno inspeccionaban el contenido de los periódicos,
revistas, libros, películas o informativos y lo suprimían o alteraban de modo
que solo la información considerada aceptable llegase a la ciudadanía.
A principios de la década de los noventa, el
periodismo llegó a Internet, y la censura lo siguió. Los filtros, los bloqueos
y los ciberataques sustituyeron a las tijeras y la tinta negra. Luego
aparecieron diestros activistas en tecnología que encontraron formas de
protegerse y eludir la censura digital. Se creó así la impresión de que le
estaban ganando la batalla a burocracias gubernamentales centralizadas,
jerárquicas y lentas. Pero los gobiernos aprendieron rápido, sobre todo los más
autoritarios. Muchos dejaron de ser meros espectadores de la revolución digital
para convertirse en expertos en tecnologías que les permitieron controlar el
contenido, a los activistas y a los periodistas, y dirigir el flujo de la
información.
China es el país en el que se ponen de manifiesto
con mayor intensidad las contradicciones que ha generado la red. La nación con
más usuarios de Internet y con el más veloz aumento de la población
conectada es también el mayor censor del mundo. De los 3.000 millones de
internautas del mundo, el 22% vive en China (en Estados Unidos, casi 10%). El gobierno
chino ha creado lo que llama “el Gran Cortafuegos” un enorme esfuerzo
destinado a bloquear contenidos inaceptables, incluidas las páginas de
información extranjeras. Se calcula que dos millones de censores controlan
Internet y la actividad de los usuarios. Sin embargo, 76% de los chinos afirman
sentirse libres de la vigilancia gubernamental, según una encuesta citada por
la cadena británica BBC. Es el porcentaje más alto de los 17 países estudiados.
Internet ha permitido a las autoridades chinas
idear sistemas de censura más sutiles y difíciles de detectar por los
ciudadanos. En Hong Kong, donde Pekín debe respetar la libertad de prensa por
ley, China ha puesto en marcha medidas para poner coto al periodismo
independiente. Ha forzado el despido de redactores y columnistas críticos, ha
promovido la retirada de publicidad tanto estatal como privada, incluida la de
algunas multinacionales, y ha llevado a cabo ciberataques contra algunas webs.
La Asociación de Periodistas de Hong Kong ha descrito el año 2014 como “el más
oscuro para la libertad de prensa desde hace varias décadas”.
Las acciones de China ponen de manifiesto las
nuevas opciones que tiene la censura: puede ser directa y visible, o indirecta
y furtiva. Estas estrategias sigilosas han ido cobrando importancia a medida
que un mayor número de Gobiernos ha intentado ocultar sus esfuerzos por
controlar los medios de comunicación. La censura furtiva atrae a los gobiernos
autoritarios que quieren parecer democráticos (o, al menos, no ser vistos como
dictaduras a la vieja usanza). En las democracias intolerantes, el modo en que
un Gobierno ejerce la censura suele reflejar la tensión existente entre la
proyección de una imagen democrática y la supresión implacable de la disensión.
Esto permite al Gobierno mantener su dominio sobre los medios de información
sin dejar huella. La nueva censura cuenta con muchos profesionales, y con
métodos cada vez más refinados.
En Hungría, por ejemplo, la Autoridad de Medios de
Comunicación tiene la potestad de recoger información detallada sobre los
periodistas y sobre la publicidad y los contenidos editoriales. El régimen del
primer ministro Viktor Orban recurre a multas, impuestos y la concesión de
licencias para presionar a los medios críticos, y destina la publicidad
estatal hacia rotativos que simpatizan con el Gobierno.
En Pakistán, la autoridad reguladora estatal
suspendió la licencia de emisión de Geo TV, el canal más popular del país,
después de que los servicios secretos presentasen contra la empresa una demanda
por difamación, tras el asesinato de uno de los periodistas más famosos de la
cadena. El canal se pasó 15 días sin poder emitir en junio de 2014. Los
periodistas paquistaníes dicen que la autocensura y los sobornos son comunes.
En Turquía, la legislación relativa a Internet
confiere autoridad a la Dirección de Telecomunicaciones para eliminar cualquier
web o contenido “a fin de salvaguardar la seguridad nacional y el orden
público, así como para evitar un crimen”. El presidente Recep Tayyip Erdogan,
ha sido criticado por encarcelar a docenas de periodistas y por usar
investigaciones tributarias y onerosas multas como represalias por
coberturas informativas críticas. Hace poco, el Gobierno bloqueó Twitter y
otras redes sociales supuestamente en respuesta a un escándalo de
corrupción en el que estaban implicados Erdogan y otros funcionarios de
alto rango.
En Rusia, el presidente Vladímir Putin está
reconfigurando el paisaje mediático . En 2014, varios medios de comunicación
fueron cerrados o cambiaron de línea editorial de un día para otro en respuesta
a la presión gubernamental. Y al mismo tiempo que lanzaba sus propios canales
informativos, el Gobierno aprobaba una ley que limitaba la inversión extranjera
en medios rusos.
Por un momento, durante la primavera árabe, en
2011, las redes sociales parecieron conferir a los activistas defensores de la
democracia cierta ventaja frente a los regímenes más arraigados. Es célebre la
anécdota de que, mientras los manifestantes celebraban sus triunfos en Egipto,
el ejecutivo de Google Wael Ghonim dijo: “Si quieres liberar un Gobierno, dale
Internet”. Aunque la compleja dinámica del levantamiento iba mucho más allá de
la revolución de Facebook, la expresión reflejaba el sentimiento de que algo
importante había cambiado.
Cuatro años después, la libertad de los medios en
Egipto se ve sometida a un devastador ataque. Decenas de periodistas han sido
encarcelados y Amnistía Internacional informó de un programa gubernamental para
crear un sistema de espionaje y supervisar qué pasaba en Facebook, Twitter,
WhatsApp y otras redes sociales. Podría ser un eslogan para la
contrarrevolución de Facebook: para otorgarle poder a un Gobierno, dale
Internet.
Los periodistas temen, con razón, verse atrapados
por estas trampas electrónicas. China ha pirateado las cuentas de correo
electrónico de algunos periodistas extranjeros, se supone que para rastrear sus
fuentes e introducirse en los servidores de los grandes periódicos
norteamericanos. La Agencia Nacional de Seguridad (NSA, en inglés) de Estados
Unidos penetró en la red de Al Jazeera. El gobierno colombiano espió las
comunicaciones de periodistas extranjeros que cubrían las conversaciones de paz
con la guerrilla. El Organismo de Seguridad de Redes de Información de Etiopía
ha seguido la pista a periodistas en Estados Unidos. Bielorrusia, Rusia, Arabia
Saudita y Sudán controlan de manera rutinaria las comunicaciones de los
periodistas, según Reporteros Sin Fronteras.
Una tendencia inquietante es que la unión de varios
Gobiernos con el objetivo de construir un Internet más fácil de controlar.
China ha asesorado a Irán sobre cómo crear una red propia. También ha
estado compartiendo sus conocimientos con Zambia para bloquear algunos
contenidos clave de Internet, según Reporteros Sin Fronteras. Las empresas de
vigilancia privadas ofrecen sus servicios a los países que quieren fortalecer
su monitoreo y censura de las redes sociales.
***
Por cada Gobierno que consigue controlar la
información o reprimir a periodistas, hay ejemplos de ciudadanos audaces que
han encontrado fórmulas para eludir o socavar los controles oficiales. O
simplemente están dispuestos a correr el riesgo de oponerse a un Gobierno que
afirma ser el único que tiene autoridad para escribir la historia.
Pero los Estados siguen teniendo una extraordinaria
capacidad para alterar el flujo de la información y adaptarlo a sus intereses.
Desde Rusia hasta Bolivia, pasando por Turquía y Hungría, los dirigentes están
colocando a partidarios del régimen en los tribunales supremos y la judicatura.
En este contexto político, los medios independientes no pueden sobrevivir mucho
tiempo.
Internet puede redistribuir el poder. Pero resulta
ingenuo suponer que existe una solución tecnológica sencilla para aquellos
Gobiernos y dirigentes que están decididos a concentrar el poder y dispuestos a
hacer lo que sea por conservarlo. La censura crecerá y caerá a medida que la
innovación tecnológica y el deseo de libertad choquen contra unos Gobiernos
empeñados en controlar a sus ciudadanos, empezando por lo que leen, ven y
escuchan.
Philip Bennett es professor de periodismo de la
Universidad de Duke y fue director general de The Washington Post. Moisés Naím
es columnista y fue director de la revista Foreign Policy.
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