ELSA CARDOZO
Es este un año de importantes
conmemoraciones. Las asociadas al final de la Segunda Guerra Mundial, de
memoria obligada y escala mayor, rodean a un hito que nos es más
cercano, también a sus setenta años: el 18 de octubre del 45. En esta
fecha me detengo ahora con deliberada anticipación, por lo que desde el
presente puede invitar a reflexionar sobre las oportunidades y los
peligros de las transiciones.
Hay una razón también del presente, de mucho peso, que inspira estas líneas. Se trata de la lectura de El 18 de octubre de 1945
(Caracas, La Hoja del Norte, 2014), obra que recoge una enjundiosa
investigación de Marco Tulio Bruni Celli. En este estudio el político y
académico profundiza en las circunstancias y los actores del gobierno y
la oposición, civiles y militares cuyos intereses y actuaciones a lo
largo de meses de tensiones, acuerdos y desacuerdos propiciaron el
“atajo insurreccional” –como lo llamó el propio Rómulo Betancourt–
contra el gobierno de Isaías Medina Angarita y los últimos trazos del
gomecismo.
Era aquel un momento de
transición difícil, con o sin golpe. Ocurrido este, el primer acto de la
Junta Revolucionaria de Gobierno fue precisar la ruta del gobierno de
hecho al de derecho, fundado en el ejercicio del voto universal directo y
secreto para elegir una Asamblea Constituyente y, sobre la base de una
Constitución plenamente democrática, elegir del mismo modo al
Presidente.
Sobre la calidad de la
investigación en torno a un hecho hasta hoy controversial, ante el cual
el propio autor expone con claridad sus argumentos, hablan tanto la
sustentación documental de su detallado recorrido de algo más de
ochocientas páginas como las contradicciones que no evade y las
preguntas con las que deja abiertas las puertas al debate. A partir de
su lectura, hecha sin prisa ni pausa, entresaco apenas algunas de las
abundantes anotaciones que deja en mi cuaderno, plenamente conciente de
que el libro que las inspira merece y recibirá más extensos y
calificados comentarios.
Si algo se
convirtió en cuestión crítica fue la participación de civiles,
dirigentes de Acción Democrática, en un movimiento que venía siendo
organizado por militares cuyo liderazgo efectivo, como quedaría
demostrado a partir del 24 de noviembre de 1948, nunca quiso volver a
los cuarteles.
El papel de Acción
Democrática en el golpe y su decisiva contribución al plan de
legitimación democrática de un nuevo régimen político despertó
rápidamente recelos. Fueron tan recurrentes como fallidos los llamados a
que se integrara un gobierno pluripartidista, pero a enrarecer el
ambiente político no solo llevaron el sectarismo y los excesos
oficialistas sino las acciones y reacciones de dirigentes y partidos que
para entonces buscaban su propia base de apoyo, llegando algunos a
cortejar, sin sonrojo, a los militares.
Cada
transición tiene su propio tiempo y lugar, pero hoy conviene recordar
que de la perversión militarista y las fracturas entre los demócratas
resultó el golpe de noviembre de 1948. Mantenerlo vivo en la memoria
ayudó a que diez años después se hiciera una transición distinta, entre
negociaciones políticas y deliberaciones jurídicas que rescataron y
ampliaron el pacto constitucional de 1947. Luego regresó la desmemoria
republicana de los “reconcomios notables” que tan agudamente subraya el
sustantivo prólogo de Francisco Suniaga a la obra de Bruni Celli, y con
ella el militarismo que hoy nos sofoca.
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