Luis María Ansón
A CRISIS
griega no es sólo una cuestión interna de la Europa del euro y la Merkel.
Afecta al Imperio. El César negro de la Casa Blanca no se ha pronunciado
todavía. Pero lo hará, tal vez lo haya hecho ya de forma indirecta o
enmascarada. Grecia ocupa geográficamente un lugar estratégico que afecta de
forma directa al Oriente Medio. Es verdad que la producción petrolífera
inquieta a Estados Unidos. Washington, sin embargo, tiene algo más importante
que defender en aquella zona geográfica: Israel. Por razones históricas de
lobby y compromiso, Washington es el adalid de un pequeño Estado democrático
acosado por casi todos los países de su entorno. El Imperio no tolerará que se
comprometa ni su estabilidad ni su existencia. No entender eso significa
ignorar el fondo de lo que se cuece desde hace sesenta años en la encrucijada
medioriental.
El
inteligente ministro de finanzas griego, Yanis Varoufakis, conoce muy bien el
punto débil de la Europa del euro y se ha ido a explicar a toda página la
posición helena en The New York Times. Si Angela Merkel y sus corderos no
encuentran una fórmula para satisfacer la nueva realidad griega, Tsipras
tenderá la mano pordiosera a Rusia o a China. Para Estados Unidos una Grecia al
servicio de los intereses rusos o chinos no es de recibo en los aledaños del
Oriente Próximo. Ahí está el nervio de la cuestión. Tsipras ha galleado desde
el primer momento porque espera que el Imperio intervenga en última instancia y
condicione la intransigencia europea.
Que los
griegos llevan muchos años viviendo al menos en un 30% por encima de sus
posibilidades, está claro; que han dedicado las ayudas europeas al disfrute
personal en lugar de a mejorar las infraestructuras, es un hecho
incuestionable; que han conseguido tratamientos especialmente favorecedores,
nadie lo duda. Los listos viven de los tontos y los tontos de su trabajo,
escribió Indro Montanelli, que conocía la historia de Grecia mejor que nadie.
Pero los tontos germanos se han cansado de hacer el pardillo ante los listos
griegos y exigen ahora a Atenas que mantenga los recortes impuestos por la
troika, que pague sus deudas y que cumpla sus obligaciones comunitarias.
Conocedor
de las exigencias del Imperio, Alexis Tsipras juega sus cartas y grazna, como
los gansos de la antigüedad clásica, con las manos tendidas hacia el Extremo
Oriente donde China sigue acumulando dólares y prosperidad. A Netanyahu le pone
los misiles de punta la eventual oscilación griega. Acosado por los palestinos,
cercado por el creciente yihadismo, abandonado por algunos de sus antiguos
simpatizantes europeos, el líder israelí se dispone a descargar los aldabonazos
judíos sobre los portones de la Casa Blanca. El aliento de las infinitas islas
griegas y el resoplar de Atenas zarandean al Estado de Israel que quiere
mantener a toda costa el inestable equilibrio actual. Grecia no es un grano en
el trasero de Europa. Es fuego humeante que puede incendiar la hoguera del
Oriente Medio. Los analistas internacionales están a la espera de un ademán de
la Casa Blanca. La mayor parte de las crisis suelen resolverse en el mundo
según las conveniencias de los Estados Unidos.
Luis
María Anson, de la Real Academia Española
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