sábado, 28 de febrero de 2015

SANTOS SE INVITÓ LA BAILE


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Beatriz de Majo

Juan Manuel Santos no lanzó al aire el espontáneo balón de ensayo de una posible mediación suya en la crisis venezolana, si no es porque está esperando que alguien, de este lado del Arauca, recoja el guante y le pida formalmente que intente servir de puente entre dos interlocutores irremisiblemente enfrentados.
Cuesta imaginarse a Nicolás Maduro pidiendo a un presidente neoliberal irredento que, por demás, comparte una estrechísima comandita con el imperio norteamericano propiciante de un golpe en contra de su gobierno, que actúe como mediador en nuestro conflicto doméstico. Equivaldría ello a solicitarle a otro miembro de la “oligarquía parasitaria mundial”, con sólidas amistades en Washington, que actúe como fiel de la balanza venezolana.
Más bien, Santos pudiera estar aspirando a que sea la Mesa de la Unidad quien lo invite al baile. Que sea la oposición la que pase por alto todas las inexplicables complacencias que a lo largo de sus dos gobiernos ha tenido con la revolución bolivariana y que ignore olímpicamente su deliberada permisividad con una administración que ha pisoteado hacia dentro todos los derechos de los individuos y de las instituciones, además de mancillar las libertades de los ciudadanos, que ha criminalizado la disidencia política y que emplea la represión para lidiar con sus opositores.
Santos pensará que un mediador siempre es bueno –en lo que no le falta razón– y que para ello él se encuentra engalanado por los laureles del proceso de paz que su gobierno promueve en La Habana a través del dialogo con los insurgentes.
La iniciativa de la mediación es válida, sin duda, si ella está animada del deseo de aportar soluciones a los dos lados del desencuentro venezolano, lo que además sería bueno para Colombia. Lo que no tiene claro el mandatario vecino es que el fin primerísimo de una mediación, en el dramático caso venezolano, pasa por exigir de una de las dos partes –en este caso el gobierno revolucionario– el restablecimiento de la democracia en Venezuela, lo que no es poca cosa. Por supuesto que en esta hora y punto también Santos tendría que exigir, antes de dar un paso para mediar, la liberación de todos los presos de conciencia que el régimen mantiene detenidos y no simplemente afirmar que “espera que el debido proceso sea cumplido”, como ya hizo en el caso de la ilegal captura de Antonio Ledezma.
¿Siente Santos íntimamente estar dotado del capital de influencia suficiente para emprender tal tarea, o es que está necesitando desesperadamente un nuevo proyecto con el cual oxigenar su lesionada imagen por los magros avances de su proceso de negociación de la paz con la insurgencia guerrillera?
Aquí y allá, todavía no entendemos para dónde va el presidente Santos con un sugerencia tan extravagante. Admitimos su buena fe, que quede claro, mientras le hacemos saber que en su aspiración de que Venezuela recupere la senda perdida hace 16 años lo acompañamos cada vez más venezolanos afectos al gobierno, miembros de la oposición y ciudadanos neutrales.

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