Juan Manuel Santos no lanzó al
aire el espontáneo balón de ensayo de una posible mediación suya en la
crisis venezolana, si no es porque está esperando que alguien, de este
lado del Arauca, recoja el guante y le pida formalmente que intente
servir de puente entre dos interlocutores irremisiblemente enfrentados.
Cuesta
imaginarse a Nicolás Maduro pidiendo a un presidente neoliberal
irredento que, por demás, comparte una estrechísima comandita con el
imperio norteamericano propiciante de un golpe en contra de su gobierno,
que actúe como mediador en nuestro conflicto doméstico. Equivaldría
ello a solicitarle a otro miembro de la “oligarquía parasitaria
mundial”, con sólidas amistades en Washington, que actúe como fiel de la
balanza venezolana.
Más bien, Santos
pudiera estar aspirando a que sea la Mesa de la Unidad quien lo invite
al baile. Que sea la oposición la que pase por alto todas las
inexplicables complacencias que a lo largo de sus dos gobiernos ha
tenido con la revolución bolivariana y que ignore olímpicamente su
deliberada permisividad con una administración que ha pisoteado hacia
dentro todos los derechos de los individuos y de las instituciones,
además de mancillar las libertades de los ciudadanos, que ha
criminalizado la disidencia política y que emplea la represión para
lidiar con sus opositores.
Santos
pensará que un mediador siempre es bueno –en lo que no le falta razón– y
que para ello él se encuentra engalanado por los laureles del proceso
de paz que su gobierno promueve en La Habana a través del dialogo con
los insurgentes.
La iniciativa de la
mediación es válida, sin duda, si ella está animada del deseo de aportar
soluciones a los dos lados del desencuentro venezolano, lo que además
sería bueno para Colombia. Lo que no tiene claro el mandatario vecino es
que el fin primerísimo de una mediación, en el dramático caso
venezolano, pasa por exigir de una de las dos partes –en este caso el
gobierno revolucionario– el restablecimiento de la democracia en
Venezuela, lo que no es poca cosa. Por supuesto que en esta hora y punto
también Santos tendría que exigir, antes de dar un paso para mediar, la
liberación de todos los presos de conciencia que el régimen mantiene
detenidos y no simplemente afirmar que “espera que el debido proceso sea
cumplido”, como ya hizo en el caso de la ilegal captura de Antonio
Ledezma.
¿Siente Santos íntimamente
estar dotado del capital de influencia suficiente para emprender tal
tarea, o es que está necesitando desesperadamente un nuevo proyecto con
el cual oxigenar su lesionada imagen por los magros avances de su
proceso de negociación de la paz con la insurgencia guerrillera?
Aquí
y allá, todavía no entendemos para dónde va el presidente Santos con un
sugerencia tan extravagante. Admitimos su buena fe, que quede claro,
mientras le hacemos saber que en su aspiración de que Venezuela recupere
la senda perdida hace 16 años lo acompañamos cada vez más venezolanos
afectos al gobierno, miembros de la oposición y ciudadanos neutrales.
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