Trino Marquez
La paranoia de Nicolás
Maduro ha aumentado continuamente desde que se adueñó del
poder con malas mañas en 2013. Cada cierto tiempo se saca de la manga un
intento de magnicidio, un golpe de
Estado o un plan para desestabilizar su gobierno. Su tránsito por Cuba cuando
era joven y estaba en pleno proceso de formación fidelista dejaron su huella
indeleble. El mayor de los Castro era un maestro en el arte de inventar
conjuras inexistentes. Cada vez que quería destruir un adversario o encubrir
alguno de sus cientos de errores, inventaba una conspiración o un atentado del
cual sería víctima. Esta práctica se la transmitió a su pupilo Hugo Chávez a
quien se le computaron casi dos decenas de supuestos magnicidios de los cuales
nunca hubo ninguna prueba. Las denuncias de los complot estaban asociadas al
inicio de una campaña electoral, la caída de su popularidad o al hecho simple
de que tenía dos semanas que no ocupaba
el mayor centimetraje en la prensa nacional. El narcisismo siempre era su
fuente de inspiración.
En el caso de Maduro la fuerza motora de sus desvaríos no es
la egolatría, sino la inseguridad. El miedo cerval que siente porque ve que la
situación nacional se le escapó de la mano. Gerver Torres lo dice en su
impecable artículo ¿El golpe avisa?,
razones para que el mandatario se preocupe abundan. Ni siquiera su entorno más
inmediato lo valora. Comete demasiadas torpezas en lapsos muy breves. No se da
tregua.
Sus más recientes desbarros han sido de antología. Lo han
mostrado frente al mundo como un ser intolerante, de una soberbia que no se
corresponde con sus ejecutorias, sin el menor sentido del humor, ni de la sindéresis.
Es una desmesura haber llamado a los representantes de las empresas españolas
más importantes que operan en el país –Repsol, Mapfre, Iberia, entre otras-
para pedirles (en realidad, amenazarlas) que intercedieran con la prensa
española para que detuvieran lo que él considera un hostigamiento planificado
de los medios de comunicación.
Maduro no tiene ni la menor idea de lo que significa la
libertad de prensa e información en la España posterior a la muerte de
Francisco Franco. Luego de cuarenta años de una dictadura oscurantista como la
que presidió El Caudillo por la Gracia de Dios, la libertad de expresión se
convirtió en uno de los valores más arraigados de esa sociedad. El desaguisado
fue tan grande que el ministro de Industria y el Canciller abandonaron el
melindre de las fórmulas diplomáticas
para sentar en su sitio al extraviado mandatario criollo. En España la prensa
es un verdadero poder independiente. No está sometido a las presiones del
Gobierno, ni de la Corona. La infanta Cristina y su esposo pueden dar fe de
esta realidad. Maduro anda tan perdido
que cree que en la Madre Patria existe algo parecido al Cencoex (antiguo
Cadivi).
El Gobierno venezolano se ha convertido en el hazme reír de
América Latina, pero no solo por las razones que anota Jorge Giordani. Maduro
se indigna con un caricaturista colombiano que construye una metáfora de
Venezuela a partir del Escudo Nacional. ¿A cuál Presidente de la región se le
ocurre liarse con un humorista e inventar una campaña internacional de
descrédito? A ninguno. Mal que bien, la mayoría de los mandatarios se sienten
seguros de sí mismos e indestronables.
En la línea de las bufonadas se inscribe el golpe de Estado
con el Tucán. Los venezolanos merecen fábulas mejor elaboradas, donde los
buenos y los malos estén delineados con rasgos más precisos. En gobiernos
serios un cuartelazo lo denuncia –con pruebas irrefutables- el Ministro del
Interior, el de Información o el de Defensa. Jamás el Presidente, figura
considerada la última instancia. Aquí la acusación la plantea el jefe del
Estado quien transformó esa clase de imputación en un acto burocrático
rutinario más. Para colmo, obliga a la Fuerza Armada –comandada por Vladimir Padrino
López- a protagonizar un acto bochornoso de apoyo al primer mandatario.
La manía persecutoria y la vacilación con la que está ligada empujan
a Maduro por la senda del desastre. Hay que decirle que se cuide de Roy Chaderton
cuya fama en Latinoamérica no es muy buena que se diga. Las conspiraciones de la
ultraderecha mundial que vive ingeniando para congraciarse con su jefe, solo
contribuyen a derretir la imagen internacional del gobernante venezolano.
A
Maduro conviene recordarle lo que decía su mentor: Águila no caza moscas.
@trinomarquezc
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