DEBEMOS PARAR A LOS MATONES DE PUTIN
TIMOTHY GARTON ASH
Vladímir Putin es el Slobodan Milosevic de la antigua Unión
Soviética: igual de malvado, pero más grande. Detrás de una cortina de
mentiras, ha renovado su empeño en crear un pseudoestado marioneta en el
este de Ucrania. En el puerto de Mariupol, en el mar Negro, mueren
inocentes. En la asediada Debaltseve, una mujer recoge agua de un charco
enorme en la carretera. Los escombros de lo que era el aeropuerto de
Donetsk evocan una escena propia de la atribulada Siria. En este
conflicto armado han muerto ya alrededor de 5.000 personas, y más de
500.000 han tenido que dejar sus hogares. Europa, preocupada por Grecia y
la eurozona, está dejando que se produzca otra Bosnia ante sus propias
puertas. Despierta, Europa. Si nuestra historia nos ha enseñado algo, es
que debemos detener a Putin. Pero, ¿cómo?
Al final tendrá que haber una solución negociada. La canciller
alemana Angela Merkel y su ministro de Exteriores, Frank-Walter
Steinmeier, han hecho bien en tratar de lograrlo con la diplomacia, pero
incluso ellos llegaron a mediados de enero a la conclusión de que no
merecía la pena reunirse con Putin en Kazajistán. El sábado, en Minsk,
fracasó otro intento de acordar un alto el fuego. La diplomacia volverá a
tener su momento, pero no es este.
Debemos endurecer las sanciones económicas contra el régimen de
Putin, que, unidas a la caída del precio del petróleo, están teniendo ya
importantes repercusiones en la economía rusa. A pesar de un pequeño
titubeo del nuevo Gobierno griego, la semana pasada, la UE mantuvo su
unidad y aprobó ampliar las sanciones. ¿Es posible que refuercen la
mentalidad de asedio en Rusia? Sí, pero ya se encarga el régimen de
Putin de alimentarla con su propia propaganda nacionalista y
antioccidental. Si no existiera la amenaza, la televisión rusa la
inventaría.
Como Milosevic, Putin está dispuesto a utilizar todos los
instrumentos a su disposición. En su guerra contra Occidente ha
recurrido a la pesada máquina militar, al chantaje del suministro
energético, al ciberataque, a la propaganda en medios sofisticados y
bien dotados, a las operaciones encubiertas, a los agentes capaces de
influir en las capitales de la UE; e incluso unos bombarderos rusos
asomaron el morro en el canal de la Mancha con los transpondedores
apagados y el consiguiente peligro para los vuelos comerciales entre
Francia y Reino Unido.
Existe un dicho polaco que puede traducirse más o menos así:
“Mientras jugamos al ajedrez con ellos, ellos juegan a darnos patadas en
el culo” (el dupniak es un juego polaco en el que hay que
identificar quién te ha dado una patada por detrás). Ese es el problema
del Occidente democrático en general y la UE, lenta y multinacional, en
particular. Se pudo comprobar recientemente en el absurdo documento
estratégico sobre Rusia elaborado para Federica Mogherini, la nueva Alta
Representante de política exterior de la Unión.
A largo plazo, perderá Putin, y quienes más sufrirán por culpa de su
locura serán los rusos, incluidos los de Crimea y el este de Ucrania.
Pero el largo plazo puede ser muy largo para los dictadores habilidosos y
despiadados que gobiernan países grandes, ricos en recursos, armados y
con heridas psicológicas. Antes de que caiga, correrá más sangre y más
llanto por el río Donets.
El reto, pues, es acortar ese periodo y detener el caos. Para ello,
Ucrania necesita armas defensivas modernas frente a las ofensivas de
Rusia. El Congreso estadounidense, a propuesta de John McCain, ha
aprobado una Ley de Apoyo a la libertad de Ucrania que asigna fondos
para el suministro de material militar. Ahora, el presidente Obama debe
decidir el calendario y la composición de dichos suministros. Un nuevo
informe de un grupo formado por Ivo Daalder, exembajador de Estados
Unidos ante la OTAN, y Strobe Talbott, el veterano experto en Rusia,
enumera el tipo de material necesario: “radares antibaterías para
localizar los misiles de largo alcance, vehículos aéreos no tripulados
(drones), instrumentos electrónicos contra los drones enemigos, medios
seguros de comunicación, Humvees blindados y material médico”.
Solo cuando Ucrania logre detener el ataque militar ruso será posible
negociar un acuerdo. A veces hacen falta armas para parar las armas.
¿El suministro de material militar contribuirá a la paranoia rusa? Sí,
pero ya lo hace Putin independientemente de la realidad. Hace poco dijo a
unos estudiantes de San Petersburgo que el ejército ucraniano “no es un
ejército, es una legión extranjera, en concreto de la OTAN”.
La UE nunca alcanzará la unanimidad sobre el abastecimiento militar.
Si se hace, tendrá que ser país por país. Aunque es posible que eso
suscite la vieja pulla de que “Estados Unidos cocina y Europa friega”,
es razonable que los norteamericanos proporcionen la mayor parte del
material militar pesado. Estados Unidos tiene los mejores equipos,
seguramente puede controlarlos mejor que nadie y es menos vulnerable a
las presiones bilaterales relacionadas con la economía y el suministro
energético. Los países europeos y Canadá pueden cubrir otras necesidades
de seguridad, como vehículos blindados para los observadores y apoyo a
la policía (algo que los europeos hicieron muy bien en la antigua
Yugoslavia).
Así, el reparto de la carga sería justo. Las economías europeas son
las que más sufren las sanciones, porque tienen más transacciones
comerciales e inversiones en Rusia; proporcionarán gran parte de la
ayuda económica que necesita Ucrania para sobrevivir; y están llevando
el peso de la diplomacia. McCain y Merkel forman una estupenda pareja de
poli bueno, poli malo.
Hay otro aspecto en el que Europa en general, y Reino Unido en
particular, pueden hacer más. Los medios de comunicación suelen
considerarse poder blando, pero para Putin son tan importantes como sus
tanques T-80. Ha invertido mucho en ellos. Ha usado la televisión para
imponer entre la población de habla rusa en Rusia, el este de Ucrania y
los Estados bálticos, su relato de una Rusia socialmente conservadora,
orgullosa y marcial, amenazada por los fascistas en Kiev, una OTAN
expansionista y una UE decadente. El año pasado, un especialista en
Rusia que conozco estaba sentado en un yacusi de Moscú, desnudo y a
gusto, con un amigo suyo ruso, culto y educado, cuando este, después de
varios vodkas, como acostumbran los rusos, le preguntó en tono
confidencial: “Dime, de verdad, ¿por qué apoyáis a los fascistas de
Kiev?”
Debemos contrarrestar esta hábil propaganda, no con mentiras, sino
con informaciones fiables y una variedad escrupulosa de opiniones
distintas. Y nadie puede hacerlo mejor que la BBC. Puede que Estados
Unidos tenga los mejores drones del mundo, y Alemania, la mejor
maquinaria, pero Reino Unido tiene la mejor radio internacional. Una
radio muy solicitada: el servicio en ruso de la BBC por Internet, pese a
haberse reducido, sigue contando con una audiencia de casi siete
millones; durante la crisis, la audiencia de lengua ucrania se triplicó,
hasta más de 600.000. En su excelente informe sobre el futuro de la
información, James Harding, responsable de BBC News, se compromete
firmemente a expandir el servicio mundial. Aumentar de inmediato su
oferta en ruso y ucranio sería una buena manera de que la BBC demostrara
que habla en serio. El Gobierno británico también podría aportar algún
dinero, sin poner en peligro la independencia de la BBC. Si alguna vez
ha habido pueblos necesitados de informaciones veraces e imparciales,
son los rusos y los ucranios en estos momentos.
Ninguna de estas cosas va a parar a Putin de golpe, pero, combinadas,
acabarán dando fruto. Los dictadores ganan a corto plazo, pero, a la
larga, ganan las democracias.
Timothy Garton Ash es catedrático
de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford, donde dirige en la
actualidad el proyecto freespeechdebate.com, e investigador titular de
la Hoover Institution en la Universidad de Stanford. Su último libro es Los hechos son subversivos: escritos políticos de una década sin nombre.
@fromTGA.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
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Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
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