miércoles, 11 de febrero de 2015

GRECIA Y EUROPA

Jaime Botín

Grecia y Europa tienen un problema. Así lo ponen de manifiesto los mercados desde hace bastantes días, y así lo reflejan los numerosos artículos de opinión y análisis de los principales medios de opinión escrita, empezando por The Economist y Financial Times.Pero sin necesidad de recurrir a tan altas autoridades, el que quiera un resumen de la situación en el momento actual sólo tiene que leer con alguna atención los últimos dos números de EL PAÍS. En la edición del domingo encontrará desde el punto de vista favorable a Alemania expuesto por Vargas Llosa al partidario de Grecia que defiende convincentemente en un lúcido análisis Soledad Gallego-Díaz. Y, para completar el panorama, están los artículos de Claudi Pérez, J. Estefanía y Bernard-Henri Lévy. El lunes, Antonio Navalón y, de nuevo, Joaquín Estefanía en dos excelentes comentarios, nos hablan de nuevo del tema de mayor calado en la hora actual para nuestro futuro en Europa.
A Grecia, que tiene una parte importante de la culpa de los males que le aquejan y a quien ha tocado ya sufrir mucho en esta crisis, le queda, no obstante, trabajo por hacer. La buena noticia es que su situación actual, con un Gobierno nuevo no comprometido con el pasado y, seguramente, con ilusión y ganas de hacerlo bien, es mucho mejor que con sus antecesores. El nuevo equipo, además, llega con un mandato inequívoco del electorado y disfrutará, sin duda, de un plazo de gracia para actuar. La mala es que, como ahora veremos, les queda por hacer la parte más difícil. Doy por supuesto que a Syriza y sus dirigentes lo que les importa es lo que sea mejor para su país y, en ese empeño, les vendría muy bien conseguir de sus interlocutores europeos, troika o no troika, condiciones favorables y cuantas más, mejor. Les deseo éxito en las negociaciones pero ellos saben, y más ahora, de vuelta a casa después de su reciente viaje por Europa, que la cosa no está fácil y que hay líneas rojas que no se podrán saltar. También saben (lo sabían ya desde antes) que la opción de abandonar la UE no es la que conviene a Grecia (en principio) ni la que quieren la mayoría de los griegos. Por lo tanto, hay que pactar. Y, por último, deben saber también otra cosa, tal vez la más importante porque sin ella les servirá de poco asentarse (¿por cuánto tiempo?) en el poder recién ganado en las elecciones: Grecia es un navío que navega desnortado y hay que enderezarle el rumbo. Para ello será preciso acometer la reforma de un “Estado clientelar, enorme y esclerótico”, suprimir “la protección de grupos de interés” y “desmantelar el capitalismo de amiguetes” que aún prevalece incólume. Aquí, nuevamente, está también la parte buena del grave diagnóstico: esta es la oportunidad de poner en marcha a la Grecia del siglo XXI y de evitar los peligros que, en otro caso, tendrá que afrontar.
Vayamos ahora a los interlocutores, que en los próximos días deben llegar a algún tipo de acuerdo con Grecia. Mi impresión es que la UE, y Alemania la primera, estarían de acuerdo en dar facilidades si tuvieran garantías del cumplimiento de los compromisos. Porque si de verdad siguen creyendo que la austeridad a ultranza es la única solución después de ver a EE UU creciendo a más del 5% y creando empleo en cantidades masivas mientras Europa no crece y aumenta el paro y Grecia está a punto de romper la baraja, entonces tendríamos entre manos un problema más serio. Esperemos que no sea así. En cambio, y por el bien de todos, esperemos que la regeneración del Estado griego se pueda planear con realismo por el nuevo Gobierno, aceptar por la UE y llevar a buen término con las ayudas, aplazamientos y financiaciones que sean precisas. Porque la realidad es que la resolución de la crisis griega nos concierne a todos porque a todos nos concierne el futuro de Europa. Una asociación de naciones que constituye la segunda potencia económica mundial, detrás de EE UU, no es concebible que no pueda resolver los problemas de un socio que representa menos del 3% del total. ¿Cómo es que suenan voces entre ese conjunto de naciones que consideran que Grecia tiene que entrar por el aro o marcharse? Da la impresión de que algo así como la “solidaridad” entre los socios es un concepto extraño y sin curso legal. Sin embargo, una UE que no adopte ese principio tiene poco futuro en el contexto global en que nos movemos aunque otra cosa pueda deducirse de la actitud rigurosa tomada, por razones políticas a corto plazo, por Gobiernos como el nuestro. Un ejemplo de la necesidad que tiene la UE de actuar unida lo tenemos en la situación en que nos encontramos con respecto a Ucrania. Bernard-Henri Lévy propone en su citado artículo una ayuda especial de la UE a Ucrania para apoyar su lucha contra la invasión —eso es lo que es— rusa. Y quiere saber qué opina de tal ayuda el actual Gobierno griego. He aquí una nueva crisis donde la UE tiene mucho que decir y donde no puede emplear un lenguaje distinto que con Grecia. Nuevamente se trata de un problema de solidaridad y también de mutua protección. Los Gobiernos europeos que exigen a Grecia el cumplimiento a ultranza de sus compromisos que, cumplidos bien o mal, han llevado a aquel país a una situación insoportable y al terremoto político que significa Syriza, ¿han pensado en lo que va a ocurrir si consiguen que Grecia se acabe echando en brazos de Rusia? ¿Cómo se supone que la UE puede actuar con eficacia en Ucrania si no es capaz de resolver sus problemas con Grecia? Al menos aquí Putin todavía no ha intervenido. Europa no puede vacilar frente a Putin pero tampoco puede enfrentarse a Rusia en el campo de batalla. Lo que sí puede es demostrar que funciona unida y que tiene voluntad y medios para resolver sus problemas. Ese es el mensaje que Moscú puede entender.
Otro aspecto a tener en cuenta es el inesperado auge que en los últimos tiempos tienen los partidos de extrema derecha. A estos partidos, racistas y antidemocráticos, les conviene que se encone y no se resuelva el caso griego. Es un peligro que deben ser capaces de afrontar los demócratas tanto de izquierda como de centro y de derecha. Y, de nuevo, la clave está en la solidaridad. Pero éste es asunto para otro día.

Jaime Botín es alumno de la Escuela de Filosofía. Fue presidente de Bankinter entre 1986 y 2002.

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