Más vale un mal acuerdo que un buen pleito
Joaquin Villalobos
Es lógico que quienes sufren un
conflicto piensen que su problema es irresoluble y el peor de todos. Sin
embargo, la historia demuestra que aun los conflictos más sangrientos
se pueden resolver mediante un acuerdo político. Colombia, después de 50
años y más de 200,000 muertos, está negociando la paz. En El Salvador,
luego de 11 años de guerra y 80,000 muertos, firmamos la paz. Guatemala
hizo lo mismo luego de un genocidio que acabó con más de 100,000
indígenas. En Sudáfrica la terrible segregación racial del apartheid
terminó con un acuerdo político. En Ruanda 800,000 personas fueron
asesinadas a machetazos a un ritmo de 5,000 por día, pero al final
víctimas y victimarios han tenido que reconciliarse. Estados Unidos y
Cuba, después de vivir más de medio siglo en un conflicto que puso al
mundo al borde de una guerra atómica, decidieron hacer las paces. ¿Vive
Venezuela una situación peor que éstas?
Comparativamente con otros casos,
podríamos decir que Venezuela estaría en una fase en la que predomina
todavía la violencia verbal sobre los muertos. El país vive una
situación de pre-conflicto, que en algún momento puede derivar en una
confrontación mayor. Como en cualquier pleito de calle, la violencia
verbal precede a la violencia física. Los venezolanos han mostrado una
gran resistencia a matarse a pesar de la extrema polarización que
padecen. Sin embargo, el “Caracazo” y los fallidos golpes de 1992 y el
2002, demuestran que esto puede cambiar repentinamente. El país vive un
empate entre el fracaso económico del régimen bolivariano y el fracaso
político de la oposición. Cuando hay un empate, lo central no es quien
tiene la razón, sino como se puede reunificar al país. Tener la razón en
un país profundamente dividido puede valer poco o nada.
La revolución del fallecido presidente
Hugo Chávez decidió enfrentarse al mercado y todos los que lo han hecho
han acabado derrotados. Esto pasó en China, en Cuba, en la antigua Unión
Soviética, en la Nicaragua de los 80s y en muchas otras partes. El
mercado existe desde antes de que se fundaran todas las ideologías que
conocemos, pelearse con este, es comprarse un boleto para el fracaso
económico. La dependencia del petróleo ha mantenido a Venezuela, antes y
ahora, como un país que importa mucho y produce poco. Esta maldición
petrolera ha empeorado en vez de mejorar. Sin duda Chávez realizó
cambios que han significado progresos indiscutibles en la inclusión
social, pero esta tiene piso de vidrio al haberse basado en el petróleo.
Las expropiaciones recurrentes han sido, en ese sentido, un suicidio
económico. Fue bueno darle a la renta petrolera una orientación hacia
los pobres, pero ahora que la economía debería sostenerse en empresas,
empresarios e impuestos, no tienen nada de eso. Otros bolivarianos como
Ecuador, Bolivia y la Nicaragua actual no están en crisis económica
porque no se pelearon con el mercado.
Por su parte, la oposición, además de
atomizarse, desarrolló una estrategia invertida que los debilitó.
Siguieron el camino de golpe-huelga-calle-elecciones y retiro de las
elecciones para luego volver a las elecciones. Su impaciencia los hizo
contribuir, sin proponérselo, a la radicalización de su adversario. Le
regalaron la representación que tenían en todas las instituciones. Todos
sus resultados electorales han sido buenos, pero ellos mismos los han
deslegitimado. Lograron luego corregir, unirse y fortalecerse, pero la
estrategia de “la salida” fue un retorno al pecado original de urgencia.
El resultado fue que se volvieron a dividir y agotaron la energía
social del descontento al darle a las protestas un propósito
inalcanzable.
Venezuela no es viable sin los
opositores y sin los chavistas. Esta lección de inclusión y
reconocimiento recíproco la suelen aprender los contendientes de un
conflicto luego de muchos muertos. ¿Puede el gobierno de Maduro sacar
adelante al país sin tener en cuenta a los opositores?. ¿Pueden los
opositores aspirar a ser un día gobierno sin tener en cuenta a los
chavistas?. En ambos casos la ingobernabilidad es el resultado. Se puede
gobernar con diferencias, pero no se puede gobernar a un país dividido.
Al final, esto que parece tan simple y fácil de aceptar, es bastante
complicado. Una polarización extrema se fundamenta en cuestionar el
derecho del adversario a existir y tener poder. Domina la idea de que
todo sería mejor sino existiera el otro. En mi país, durante el
conflicto, la extrema derecha hablaba del “verdadero pueblo” y la
izquierda de “nuestro pueblo”. Estas ideas con otro lenguaje han
dominado también en Venezuela.
No fue un accidente o una conspiración
de las fuerzas del mal lo que ocurrió en Venezuela. Es indispensable
aceptar que este país ha sufrido una profunda transformación social y
política y que jamás regresará a ser como era antes. Hay causas y
consecuencias. Las causas serán un eterno debate para la historia, pero
las consecuencias hay que asumirlas pragmáticamente porque son el punto
de partida de la nueva realidad. No se trata del fin angelical de las
diferencias, eso es imposible. Se trata de tener reglas del juego
basadas en la aceptación del derecho del adversario a existir y tener
poder. Para esto el diálogo es el único camino.
En todo conflicto es difícil determinar
el momento de hablar y pactar, porque siempre que las partes suponen que
el contrario está débil, consideran que es la oportunidad para
destruirlo y no para dialogar. El punto de encuentro casi siempre ocurre
en un escenario crítico que obliga a las emociones a darle un chance al
pragmatismo. Es difícil saber si Venezuela está cerca del punto de
encuentro, pero sin duda necesitan hablar en vez de matarse. El chavismo
no es un fenómeno irrelevante y pasajero, eso se pensó del peronismo,
del PRI y del Sandinismo. Por otro lado, la oposición ni es débil, ni se
terminará yendo a la Florida como en Cuba.
Venezuela vive en un frágil y peligroso
equilibrio que, el intento de romperlo abruptamente, puede derivar en un
sangriento enfrentamiento. Esto dejaría problemas y agravios de los que
no saldrían nunca. En esas condiciones, para quienes vemos esta crisis
desde fuera, es un error tomar partido y alentar un enfrentamiento que
podría dejar muchos venezolanos muertos. En El Salvador, México nos
alentó negociar, a pesar de que enfrentábamos una dictadura militar que
asesinaba a miles de opositores. Jugar a buenos y malos en situaciones
de conflicto real o potencial equivale a concluir que a Mandela se le
debieron dar armas en vez de respaldar su voluntad negociadora. En ese
sentido lo más sensato para Venezuela es lo que aconsejan los abogados:
“más vale un mal acuerdo que un buen pleito”.
tomado de PRODAVINCI
tomado de PRODAVINCI
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