domingo, 6 de mayo de 2018

Cinco escenarios y un pacto

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                   TULIO HERNANDEZ

EL NACIONAL

Si Nicolás Maduro es nombrado otra vez presidente de la república, la escena final de este capítulo será como una pieza de Tarantino. Todos los protagonistas terminarán muertos. O por lo menos catalépticos.
La MUD,  por haber tomado la valiente decisión de no acatar la convocatoria a elecciones pero haber entrado luego en tal estado de mudez que dejó abandonado a su suerte, sin orientación ni guía,  a sus seguidores.
Henri Falcón y el llamado progresismo, porque la opinión pública, especialmente quienes fueron a votar, atormentados por el despecho, no harán otra cosa que acusarles de ingenuos, embaucadores y colaboracionistas.
Y Maduro, junto a la banda narco que lo acompaña, porque seguiría igual: convertido en walking dead, en cadáver insepultocon vida gracias a la respiración artificial que le dan las armas de las  FAN y las capuchas de los colectivos.
II
Pero si Falcón ganara, cosa que es muy difícil pero podría ocurrir, porque en política lo imprevisible siempre es posible, entonces el cuento es de telenovela. El lunes 21 comenzará  con un suspenso tenso mientras todos los factores políticos del país, y los internacionales, comienzan a digerir el tipo de arreglo alcanzado para garantizar una transición sin sangre. Si es que un arreglo así está previsto en el guion oficialista.
También quedan otras posibilidades. Una, que el chavismo decida no hacer las elecciones, para no exponerse a perderlas o porque sabe que al ganarlas Maduro puede ser legítimamente desconocido por decenas de gobiernos democráticos.
Dos, que Falcón y su comando, conociendo algo que los demás ignoramos, decida no correr en el clásico de las presidenciales y deje a Maduro solo en el ring, con los crespos hechos y sin vista.
Y tres, que contra toda previsión chavista Falcón gane limpiamente y que, tal como se ha comportado desde que devino en madurismo, el oficialismo rojo saque un conejo del sombrero para burlar de nuevo la voluntad popular.
Puede hacerlo por dos vías. Desconociendo los resultados, mediante otro arbitrio de la ANC. La aprobación de un nuevo estatuto electoral, por ejemplo. O, lo que es más remoto pero tampoco imprevisible, haciendo realidad lo que a gritos informó a sus seguidores el pasado miércoles en el mitin de Vargas: que si pierde se pondrá al frente, fusil en mano, de una revolución armada que él mismo convocaría.
III
Son escenarios futuros, claro está. Pero aún faltan 14 largos días durante los cuales aquellos que no aún no tienen certezas definitivas, dormirán atormentados por la duda de qué hacer.
Quienes asumimos meses atrás desconocer la convocatoria inconstitucional no votaremos. Y quienes están convencidos de que no importan las condiciones electorales, que es posible ganarle a Maduro, sí lo harán. Sin titubeos ambos.
Pero los otros, los indecisos, la tienen difícil. Porque están condenados a decidir sin instrumentos y no cuentan siquiera con un mapa nocturno que les ofrezca señales inteligibles sobre dónde aterrizar.

Las encuestas no ofrecen referencias sólidas. Entrar a las redes sociales es como ir de visita a la Torre de Babel. O a un manicomio. Los argumentos se parecen. Un opinador favorable al voto  argumenta exactamente lo mismo, pero al revés, que quien lo rechaza. La decisión termina pareciendo más un juego de ajilei, o de truco, que una decisión política racional. Al final el jugador de las cartas marcadas decidirá quién gana. Y quién pierde. Porque en la Venezuela del presente dos más dos ya  no es cuatro.
A estas alturas, cuando el daño ha sido hecho y sabemos que no habrá ausentismo masivo que deslegitime la elección, pero tampoco avalancha de votos progresistas, lo único sano para los ciudadanos opositores es firmar un pacto de no agresión. No descalificar más aún a quienes no actuarán como nosotros. Y aceptar que las dos posiciones son moralmente legítimas. Para qué insultarnos más si en el futuro vamos a tener que encontrarnos otra vez. Que aquel que le pega a la familia se arruina.
A menos que los lazos consanguíneos se hayan roto y el país ya no esté dividido en dos sino en tres.  Entonces otra película comienza.

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