¿Qué puede pasar?
FERNANDO RODRIGUEZ
Pretender conocer el futuro, sobre todo
el futuro inmediato, es tarea incierta, aun para los que sostienen
concepciones muy deterministas (cientificistas) de lo humano. Una vez
Freud, no siempre, afirmó que si conociésemos todos los movimientos de
nuestro inconsciente podríamos prever hasta nuestras más insignificantes
y efímeras decisiones y acciones. Por supuesto, agregaba, que esto es
imposible. Apenas podemos “conocer” e intentar manejarnos con nuestras
estructuras caracteriales más genéricas. Igual sucedería con la
historia. Lo más que osaría un historiador y afines sensatos es indicar
ciertas tendencias a largo plazo, pero no profetizar qué va a pasar
estos meses decisorios en Venezuela. Agreguemos que si aceptamos que eso
que llamamos libertad forma parte de la realidad humana, las
dificultades se multiplican.
De manera que el desasosiego que hoy
sentimos muy agudamente por la oscuridad del futuro nacional
tiene razones muy contundentes. Y la duda ante sus posibles desarrollos
es más apropiada cognoscitivamente que las afirmaciones categóricas. De
manera que debemos aprender a convivir con una alta dosis de
incertidumbre sobre el mañana, acentuada en situaciones de extrema
convulsión social en las que se multiplican y extreman los posibles. Los
suecos deben suponer que este verano será tan plácido como el del año
pasado, y los anteriores, así que se puede hacer turismo sin zozobras.
Es muy probable que así sea. Nosotros, según algunos, no sabemos ya
si seremos algún remedo de Siria o una tristísima Cuba, los dioses nos
protejan.
El problema, tan viejo como el
pensamiento político, es que no podemos vivir en la duda, deshojando
margaritas, esperando luces que vienen o no vienen (cosa que sucede en
las ciencias puras: circunspección), sino que somos conminados por la
realidad a actuar, y en nuestro dramático caso con la mayor urgencia.
Con la claridad, mucha o poca, que tengamos. Es la racionalidad política
mínima. De manera que nuestra acción tendrá siempre márgenes mayores o
menores de corrección, de adaptación a las circunstancias, de obtención
de los fines deseados, de ser victoriosa o fallida. Y siempre tendrá,
aun triunfante, una dosis de pérdida, de fracaso. Sobre esto valdría la
pena apuntar que la conciencia de la naturaleza misma de la acción
debería, para actores y críticos, acompañar, en absoluto
anular, condenas y culpas. Debería enmarcar debates, recriminaciones y
autoflagelaciones.
Toda acción política se ejerce sobre
un campo de posibles, que no elegimos. Que pueden ser propicios para un
proyecto o, por el contrario, hostiles o terribles. La historia de la
especie es, entre otras cosas, una sucesión de tragedias, algunas
descomunales. La circunstancia venezolana actual es, ciertamente,
extremadamente dramática. Y puede ser peor. Hemos llegado a ese umbral
en que la muerte multiplicada comienza a revelarnos el más duro y real
sentido de la condición humana. Eso lo veo en muchos rostros. En
silencios paradójicos y aterradores. En la aparente decisión de la
pandilla salvaje que nos rige de hacerle pagar cualquier costo a la
población nacional para mantenerse en el poder, para poner a salvo su
bolsa y sus pecados.
Lo que si puede ser más propio, estar
en nuestras manos, son virtudes éticas y cívicas. Llámense valor,
voluntad de vivir dignamente con los otros, amor a la tierra que nos
parió y acogerá nuestros huesos… la honestidad de buscar las mejores
opciones para recuperar lo que nos han robado, para salir de la
humillación de cada día que implica ceder nuestros derechos, hasta los
más esenciales, aquellos de vida o muerte. Mientras logremos mantener
ese espíritu, y no nos desesperemos o huyamos, tarde o temprano
deberíamos encontrar el camino. El mejor, el de la paz, el de la
generosidad, el de la lucidez, construido a sabiendas de lo que está a
nuestro alcance y lo que no. Al fin y al cabo nos tocó la mala hora,
pero no somos los primeros, ni en el ancho mundo ni en nuestra pequeña
historia. Pero nada dice tampoco que no podamos salir vencedores, nada
dice que de tanta tristeza no emerja un coraje, un tino y un orgullo que
sean indetenibles. Tener esperanza es querer tenerla, es trabajar para
tenerla.
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