GEHARD CARTAY
Resulta gravísima la anomia que sufre la dirigencia opositora en un
momento en que debería estar activa y decidida para sustituir la
dictadura que oprime a Venezuela.
Tal situación es inaudita por donde se le analice. Venezuela sufre
ahora uno de los regímenes más destructores y letales que haya conocido
su historia. En casi dos décadas, un régimen falaz y antipatriótico no
sólo ha destruido casi todos los logros que el país había alcanzado
hasta su desgraciada llegada al poder en 1999, sino que, por si fuera
poco, ha condenado a los venezolanos al hambre y la miseria, no obstante
ser nuestro país uno de los más ricos del planeta.
Frente a este cuadro, cada día más agónico, no se observa una
reacción contundente y precisa de la dirigencia opositora, para no
hablar de su liderazgo, que obviamente no existe ahora. Sus partidos
políticos, algunos anémicos, otros confundidos y no pocos divididos,
aparecen impotentes ante la desgracia que nos arropa, todo lo cual
refuerza la desesperanza que, al estilo castrocomunista, nos induce cada
día el chavomadurismo.
Se ha configurado así un dramático vacío de liderazgo, tanto personal
como colectivo. No ha surgido hasta ahora alguien que encarne ese
liderazgo opositor, combativo, decidido y resuelto a enfrentar al
régimen, con todas las consecuencias que lleva implícito ese reto. Pero,
igualmente, tampoco aparece por ningún lado, en estos precisos
momentos, el liderazgo colectivo que requerimos los adversarios del
régimen, para planificar, dirigir y ejecutar las tácticas y los
movimientos necesarios para sustituir al actual régimen.
Pareciera que algunos dirigentes opositores se han atemorizado frente
a la cúpula podrida del régimen, cáfila de mediocres, ineptos y
corruptos que, a pesar de encabezar una dictadura, no se ocupan de
gobernar en el sentido exacto del término (proteger la vida y los bienes
de los ciudadanos y propender su progreso y desarrollo, para decirlo de
la manera más simple). Así, hoy vivimos la paradoja de que no hay
liderazgo en el régimen ni tampoco en la oposición, todo lo cual
conforma la anomia general del país. Mientras tanto, nos precipitamos
hacia una colosal tragedia humanitaria, sin que surja un liderazgo
personal y colectivo que sustituya cuanto antes a quienes mal gobiernan y
detenga efectivamente la tragedia que hoy envuelve hoy a venezolanos.
Son casi veinte años de ineficacia política y dirigencial. Y todo
ello, a pesar de que la sociedad civil ha mostrado varias veces su
beligerancia y fortaleza, y centenares de jóvenes han muerto a manos de
la más feroz represión que haya conocido el país. Pero la dirigencia
opositora le ha fallado en varios momentos decisivos, bien por falta de
coraje, como sucedió en las elecciones presidenciales de 2012, o por no
haber trazado una estrategia unitaria, efectiva y clara frente a las
pasadas “elecciones” de 20 de mayo.
Todas estas equivocaciones opositoras arrancan, a mi juicio, de no
haber comprendido desde sus inicios la auténtica naturaleza del régimen,
en especial su indisimulado propósito de permanecer por siempre en el
poder, exageración que aunque no podrá cumplirse nunca ni aquí ni en
otro lado, cuenta ya dos décadas a su favor en Venezuela. Todavía
recordamos cómo se entregó cobardemente el Congreso de la República
elegido en 1988; o la irresponsable actitud de la antigua Corte Suprema
de Justicia cuando avaló la convocatoria de la Constituyente de Chávez
en 1999, a pesar de que la misma no estaba contemplada en la
Constitución de 1961. Ambas conductas fueron una muestra inicial de la
cobardía institucional que permitió a Chávez hacerse un traje a la
medida para arrancar su proyecto totalitario.
La otra gran paradoja la constituye el hecho de que más del 80 por ciento del país rechaza el régimen de Maduro y, sin embargo, a pesar de esa orfandad de apoyo, este último se mantiene sostenido únicamente por la cúpula militar. Todo lo cual explica –a su vez– la desconexión actual entre la fuerza armada y su compromiso sagrado de respetar y hacer respetar la Constitución y las leyes de la República. Y no sólo eso, sino también su falta de sintonía con el sentimiento mayoritario de los venezolanos.
La otra gran paradoja la constituye el hecho de que más del 80 por ciento del país rechaza el régimen de Maduro y, sin embargo, a pesar de esa orfandad de apoyo, este último se mantiene sostenido únicamente por la cúpula militar. Todo lo cual explica –a su vez– la desconexión actual entre la fuerza armada y su compromiso sagrado de respetar y hacer respetar la Constitución y las leyes de la República. Y no sólo eso, sino también su falta de sintonía con el sentimiento mayoritario de los venezolanos.
Hay que despertar a la oposición de su modorra actual. Hay que
sacudirla para vuelva a la lucha y al combate efectivo por la
sustitución del chavomadurismo cuanto antes. Pero esa tarea pasa por la
inaplazable revisión de los actuales dirigentes opositores, así como por
el cambio en la manera de adelantar ese combate por una mejor
Venezuela. Todo este tema es digno de un debate abierto y plural. Pero
no se puede demorar más. Cuanto antes lo hagamos, menos tiempo tendrá el
régimen para seguir destruyendo a Venezuela.
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