viernes, 29 de junio de 2018

ANOMIA OPOSITORA

GEHARD CARTAY

Resulta gravísima la anomia que sufre la dirigencia opositora en un momento en que debería estar activa y decidida para sustituir la dictadura que oprime a Venezuela.
Tal situación es inaudita por donde se le analice. Venezuela sufre ahora uno de los regímenes más destructores y letales que haya conocido su historia. En casi dos décadas, un régimen falaz y antipatriótico no sólo ha destruido casi todos los logros que el país había alcanzado hasta su desgraciada llegada al poder en 1999, sino que, por si fuera poco, ha condenado a los venezolanos al hambre y la miseria, no obstante ser nuestro país uno de los más ricos del planeta.
Frente a este cuadro, cada día más agónico, no se observa una reacción contundente y precisa de la dirigencia opositora, para no hablar de su liderazgo, que obviamente no existe ahora. Sus partidos políticos, algunos anémicos, otros confundidos y no pocos divididos, aparecen impotentes ante la desgracia que nos arropa, todo lo cual refuerza la desesperanza que, al estilo castrocomunista, nos induce cada día el chavomadurismo.
Se ha configurado así un dramático vacío de liderazgo, tanto personal como colectivo. No ha surgido hasta ahora alguien que encarne ese liderazgo opositor, combativo, decidido y resuelto a enfrentar al régimen, con todas las consecuencias que lleva implícito ese reto. Pero, igualmente, tampoco aparece por ningún lado, en estos precisos momentos, el liderazgo colectivo que requerimos los adversarios del régimen, para planificar, dirigir y ejecutar las tácticas y los movimientos necesarios para sustituir al actual régimen.
Pareciera que algunos dirigentes opositores se han atemorizado frente a la cúpula podrida del régimen, cáfila de mediocres, ineptos y corruptos que, a pesar de encabezar una dictadura, no se ocupan de gobernar en el sentido exacto del término (proteger la vida y los bienes de los ciudadanos y propender su progreso y desarrollo, para decirlo de la manera más simple). Así, hoy vivimos la paradoja de que no hay liderazgo en el régimen ni tampoco en la oposición, todo lo cual conforma la anomia general del país. Mientras tanto, nos precipitamos hacia una colosal tragedia humanitaria, sin que surja un liderazgo personal y colectivo que sustituya cuanto antes a quienes mal gobiernan y detenga efectivamente la tragedia que hoy envuelve hoy a venezolanos.
Son casi veinte años de ineficacia política y dirigencial. Y todo ello, a pesar de que la sociedad civil ha mostrado varias veces su beligerancia y fortaleza, y centenares de jóvenes han muerto a manos de la más feroz represión que haya conocido el país. Pero la dirigencia opositora le ha fallado en varios momentos decisivos, bien por falta de coraje, como sucedió en las elecciones presidenciales de 2012, o por no haber trazado una estrategia unitaria, efectiva y clara frente a las pasadas “elecciones” de 20 de mayo.
Todas estas equivocaciones opositoras arrancan, a mi juicio, de no haber comprendido desde sus inicios la auténtica naturaleza del régimen, en especial su indisimulado propósito de permanecer por siempre en el poder, exageración que aunque no podrá cumplirse nunca ni aquí ni en otro lado, cuenta ya dos décadas a su favor en Venezuela. Todavía recordamos cómo se entregó cobardemente el Congreso de la República elegido en 1988; o la irresponsable actitud de la antigua Corte Suprema de Justicia cuando avaló la convocatoria de la Constituyente de Chávez en 1999, a pesar de que la misma no estaba contemplada en la Constitución de 1961. Ambas conductas fueron una muestra inicial de la cobardía institucional que permitió a Chávez hacerse un traje a la medida para arrancar su proyecto totalitario.
La otra gran paradoja la constituye el hecho de que más del 80 por ciento del país rechaza el régimen de Maduro y, sin embargo, a pesar de esa orfandad de apoyo, este último se mantiene sostenido únicamente por la cúpula militar. Todo lo cual explica –a su vez– la desconexión actual entre la fuerza armada y su compromiso sagrado de respetar y hacer respetar la Constitución y las leyes de la República. Y no sólo eso, sino también su falta de sintonía con el sentimiento mayoritario de los venezolanos.
Hay que despertar a la oposición de su modorra actual. Hay que sacudirla para vuelva a la lucha y al combate efectivo por la sustitución del chavomadurismo cuanto antes. Pero esa tarea pasa por la inaplazable revisión de los actuales dirigentes opositores, así como por el cambio en la manera de adelantar ese combate por una mejor Venezuela. Todo este tema es digno de un debate abierto y plural. Pero no se puede demorar más. Cuanto antes lo hagamos, menos tiempo tendrá el régimen para seguir destruyendo a Venezuela.

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