España, o las reglas del juego
Elias Pino Iturrieta
El Nacional
No nos hemos detenido en la situación política de España para
pensarla desde lo que puede significar para las necesidades de una
sociedad en crisis, o la observamos partiendo de una perspectiva que no
permite captar lo fundamental. Mirar desde Venezuela es trabajo proclive
a la distorsión, debido a que el cúmulo de nuestras anomalías se
convierte en cortina capaz de ocultar la realidad ajena. Los horrores
domésticos conducen a analogías aventuradas con las situaciones de
afuera, a pescarlas en agua equivocada, para llegar al extremo de
plantear escenarios apocalípticos que no existen. De allí la necesidad
de intentar una versión que pueda apreciar lo que de veras pasó allá,
partiendo de lo que parece esencial.
Tal vez lo más importante radique en reconocer cómo funcionaron
las reglas del juego. Pese a la magnitud de una crisis capaz de generar
un conflicto de proporciones gigantescas, no en balde provocaba
conductas generalizadas de repudio frente a un partido de gobierno cada
vez más desgastado por su indiferencia ante casos de corrupción que
clamaban al cielo; y manejado por un liderazgo ineficaz frente a los
intentos catalanes de independencia, cada vez más retadores y groseros,
se pudo llegar a situaciones satisfactorias dentro del marco de la
legalidad. La debilidad del PSOE, principal partido de oposición sin
posibilidades de control en el Congreso de los Diputados, y orientado
por un secretario general que no parecía llamado a grandes proezas, pudo
cumplir el objetivo de llegar al gobierno sin quebrantar la legalidad.
Los otros partidos de la oposición, con representación menguada en el
Parlamento o, como en el caso de Podemos, apenas en el trance de salir
de serias contradicciones en torno a su líder principal, se dirigieron a
un solo propósito a través de la rigurosa aplicación de mecanismos
constitucionales.
La sospecha de tratos deleznables entre los promotores del cambio
de gobierno se disipa ante la voz del Poder Judicial, que no se limitó a
dictar sentencias severas contra los delincuentes del partido
gobernante que protagonizaron el caso conocido como Gurtel. En el
veredicto de los jueces se incluyó una observación sobre el testimonio
del presidente del gobierno, quien fue citado por su cercanía con los
implicados y en atención a su ubicación como cabeza de la organización
en cuyo seno ocurrieron las escandalosas vagabunderías. Los magistrados
de la Audiencia Nacional consideraron inverosímil, poco creíble, el
testimonio del señor Rajoy, y dejaron constancia de su desconfianza en
el texto que apuntalaba la sentencia. No lo condenaban expresamente,
pero lo relacionaban con unas fechorías que eran la comidilla de la
sociedad y ante las cuales no tenía cabida la indiferencia. La lectura
del texto de los jueces conducía necesariamente a un voluminoso nexo
entre los delincuentes de Gurtel y el hombre poderoso que no los impidió
o que no los detuvo como era su deber, motor suficiente para mover una
máquina que no necesitaba la gasolina de los motivos subalternos para
llegar hasta la meta de un cambio inmediato de gobierno.
Pero el apego a las reglas del juego no demostró únicamente que
existían y que se respetaban en medio de una situación que no solo había
provocado críticas fundadas sobre las alternativas inmediatas de
gobernabilidad, sino también sobre el destino de la nación como
posibilidad de cohabitación democrática. Mientras crecía una ola de
interpretaciones pesimistas en cuyo centro resucitaba la Leyenda Negra
de España, es decir, la antigua interpretación que condena a los
peninsulares a la disgregación, a la mediocridad y aun a la ineptitud
para acceder a procesos modernos de sociabilidad, la fidelidad a las
normas del manual cívico puso de relieve la trascendencia de la
actividad política como tabla de salvación. El primer capítulo del drama
concluye con la política en primer plano, con el espectáculo de los
intereses de los partidos en un proceso de contradicción y concertación
que desemboca en un objetivo incuestionablemente útil. Quizá sea esta la
parte que más llame la atención de los venezolanos, que se niegan a ver
por sus ganas de estar lejos de los políticos y de las soluciones que
puedan ofrecer.
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