Ramón Escovar León
El fracaso económico fue una de las causas de la caída de la Unión Soviética, como lo explica el profesor Archie Brown en su libro The rise and fall of comunism. Brown añade otras causas, como la movilidad social debida a la mejor educación de la gente, la libre circulación de información, el contexto internacional y el desarrollo de un pensamiento crítico de buena parte de la élite intelectual soviética y de los países satélites (como la antigua Checoslovaquia), lo que permitió llevar a Mijaíl Gorbachov a la Secretaría General del Partido Comunista.
Si bien el liderazgo del partido no excluía la posibilidad de cambios de parte de figuras ajenas, como ocurrió con Lech Walesa en Polonia, no cabe duda de que la reforma propuesta por Gorbachov superaba lo que apenas unos años antes hubiera sido imposible siquiera enunciar.
El comunismo demostró que aplicar sus recetas económicas solo garantiza el hambre y la miseria. Los casos de Cuba y Corea del Norte son buenos ejemplos de ello. En cambio, lo que ocurre con China y Vietnam es distinto, porque se rigen por el libre mercado, aunque en lo social e ideológico siguen manteniendo un control férreo sobre la población. En América Latina se pueden mencionar los casos de Bolivia y Nicaragua, que proclaman retóricamente su adhesión al socialismo del siglo XXI, pero mantienen las reglas del libre mercado. Solo quedan Venezuela y Cuba adheridos a las recetas marxistas de expropiaciones y controles.
Aquí cabe preguntar: ¿cómo puede sostenerse un régimen comunista que fracase económicamente? ¿Puede sobrevivir a fuerza de represión y tortura? ¿Se mantienen solo a punta de bayonetas?
Cuba se sostiene por el control militar y la ayuda económica externa. Para la Unión Soviética la ayuda a Cuba contribuyó a su desintegración; y su debilidad era tal que no pudo enfrentar la “guerra de las galaxias” emprendida por Ronald Reagan. Fulminada la Unión Soviética apareció por arte de magia la mano dadivosa de la revolución bolivariana. La ayuda a Cuba ha permitido mantener la revolución cubana a cambio de un costo muy elevado para Venezuela, que hoy puede contarse entre los países más pobres del mundo, con un salario mínimo mensual inferior a una suma equivalente a 5 dólares. Subsistir con este salario mínimo es vivir en un “estado catastrófico”. Venezuela no está en capacidad de sacrificarse por ayudar a la revolución cubana.
La crisis económica producida por el socialismo del siglo XXI obligó a Cuba a abrirse al mundo exterior poco a poco, porque el dogmatismo marxista le impide hacerlo abiertamente.
También Corea del Norte hace cambios para sobrevivir en medio de su fracaso económico. Queda Venezuela como el único caso en el cual, a medida que aumenta la pobreza, arrecian las políticas de controles extremos y la emisión de dinero sin respaldo. El régimen no ha engañado a nadie y siempre ratifica que su oferta es el socialismo. Más revolución es sinónimo de más miseria.
¿Qué puede hacer la oposición para enfrentar esta situación? Cada cual tiene su respuesta y su solución. Basta leer a los tuiteros que señalan el rumbo y exponen caminos. Muchas de esas “soluciones” son inconciliables unas con otras. En lugar de la dispersión del esfuerzo, sería conveniente diseñar un proyecto de país. Se trata de una propuesta articulada basada en libertad, economía de mercado, separación de poderes, independencia judicial y privatización de empresas públicas ineficientes. Para ello es necesario identificar otro objetivo: un nuevo Consejo Nacional Electoral que permita realizar a corto plazo elecciones manuales, como en Colombia.
Todo esto se hace recorriendo el país, visitando los mercados y la plaza pública, mezclándose con el pueblo en los distintos rincones, participando en foros y discusiones en universidades. Se requiere de una política sustentada en la unidad de criterios sobre asuntos urgentes, por encima de posibles diferencias. Urge la unidad opositora y la presentación de un plan que sea una alternativa a la propuesta de destrucción que ofrece el socialismo del siglo XXI.
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