miércoles, 20 de junio de 2018

LOS HIJOS DE NADIE
Joaquin Pérez Rodriguez 
Instituto Jesuita Pedro Arrupe

Cuando Hannah Arendt, la pensadora alemana y judía, fue a cubrir para la prensa norteamericana el juicio que los israelíes le hicieron a Adolf Eichmann la Arendt determinó que el organizador de la logística para llevar a la muerte a millones de judíos simplemente cumplía órdenes. No lo podían culpar de haber matado a nadie. Él simplemente se ocupaba de que las víctimas, en la cantidad precisa, llegaran al tiempo preciso, para ser asesinadas con precisión en las cámaras de gas. Eran órdenes convenientes creadas por el nazismo. 
A pesar de esa justificación, Eichmann terminó en la horca, porque nadie puede esconderse detrás de órdenes para violar los derechos humanos.
Cuando el Fiscal General de los Estados Unidos declara ladinamente que separar niños de sus padres tiene como justificación la ley de los hombres y la ley Divina está actuando como Eichmann.
Todo esto surge del criterio equivocado de que los muros y la represión evitarán que sigan llegando indocumentados al suelo norteamericano.
El mundo se debate entre los países que han llegado al desarrollo económico y los países que luchan por sobrevivir.
Y la confrontación, entre los que quieren llegar a la tierra prometida y los que no quieren que entren, no la para nadie. Si un padre de familia, que se está muriendo de hambre y que ve a los suyos sufrir, o que vive en el constante peligro de ser asesinado, sabe que después de un trayecto peligroso encontrará la solución de sus problemas, (tendrá seguridad, un ingreso diez veces superior al que ahora tiene, tendrá carro propio, casa, aire acondicionado, educación excelente para sus hijos, en fin, un futuro mejor) nada lo detendrá y hará la travesía por tierra, por mar, o por aire.
No habrá muros, ni represión que pueda frenar esta tendencia que se está observando en todo el mundo. 
Si recordamos un poco de historia, los países desarrollados lograron su estatus actual por las materias primas y la mano de obra sumamente baratas que conseguían en los paises africanos o latinoamericanos. Son precisamente los nacionales de esos paises los que ahora tratan de disfrutar de alguna forma por aquellos sacrificios que en el pasado sufrieron.
El Papa lo ha dicho claramente: “mejor que crear muros es crear puentes”. No se logra nada impidiendo que a esos millones de infelices se les impida llegar a la felicidad, algo que exige la Constitución de este país. Funcionaría mejor crear puentes al desarrollo, ayudándoles a superar los problemas económicos como se ayudó a Europa y a Japón después de la Segunda Guerra Mundial.
Hace unos años hicimos una investigación sobre la emigración, para el Fondo del Banco Interamericano de Desarrollo. Las conclusiones eran claras: la gente huye de la criminalidad y la miseria. Pero preferiría no hacerlo. Emigrar significa un reto muy grande a la unidad familiar, al concepto de ciudadano y a las raíces que todo humano necesita. 
Pero los que se arriesgan a emigrar, jamás pudieron pensar que en el país de los derechos humanos, de la libertad, les fueran a quitar a los hijos.

El Instituto Jesuita Pedro Arrupe de Conciencia y Transformación Social eleva su más enérgica protesta ante este abuso. Separar hijos de sus padres no está en la ley del país y mucho menos en la ley de Dios. No tiene justificación que en la frontera con México golpeen a los más débiles de los débiles que son los niños. Lo que sí está en la ley de este país y en la ley de Dios es el castigo que merecen los que les hacen daño:
“Al que haga caer a uno de estos pequeño que creen en mi, mejor les sería que le amarraran al cuello una gran piedra de molino y que lo hundieran en lo más profundo del mar”
Mateo 18:6

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