Carlos Raul Hernandez
El Universal
Se cumplen dos décadas del triunfo electoral de Hugo Chávez. Ese día de
1998 me vino la idea: “pasaré los siguientes veinte años en desgaste
contra este disparate que se nos viene encima”. La avilantez, la
soberbia y la medianía se han encargado de atornillar la revolución y
suena que van a ser más de veinte, mutatis mutandis. Venezuela es
el nuevo Haití, luego de haber sido el modelo democrático
latinoamericano, por la incompetencia del gobierno para gobernar, solo
comparable con la de quienes lo enfrentan sin mínima sensatez.
En
la izquierda internacional había la idea de que el experimento
venezolano que arranca en 1998, luego de la trágica experiencia del
final soviético, podría ser una versión de nuevo tipo que se
sobrepusiera a sus aberraciones. Por fin podría verse un socialismo humanista,
la utopía al cuadrado, obra en este caso de un militar. Pero fracasó
igual que los anteriores y por exactamente las mismas causas. El
gobierno más inhumano de la historia de Venezuela, el actual, de vez en
cuando se cubre con el humanismo. Y hablando de eso se cumplieron cincuenta años del Mayo francés, una revolución de barricadas en París que se regó por el mundo.
Pedía
ir más allá de cualquier frontera imaginable de libertad, “prohibido
prohibir”, pero entre sus íconos brillaban nada menos que Castro y
Guevara. Decían que “el Hombre” escrito así, con mayúscula, debía ser el
centro de la nueva sociedad, aunque en Cuba fusilaron y torturaron a
muchos hombres con minúscula, y tal vez por eso no les llamaba la
atención. Con la invasión a Checoslovaquia de aquellos días, en las
juventudes de izquierda surgió la sensibilidad hacia esto del
“socialismo de rostro humano”, aunque alguien respondió que era lo mismo
pedir que un rinoceronte tuviera rostro humano.
El marxismo es antihumanista
Era
la moda de los supuestos marxistas humanistas impulsada por la conocida
como Escuela de Francfort, filósofos que habían huido de Hitler para
establecerse en EEUU, concretamente en California, en el corazón del
imperialismo donde tuvieron toda clase de reconocimientos, muchos más de
los que merecían. Inspirados en el pensamiento de Georgy Lukács, un
asesino, Herbert Marcuse, Hans Horkheimer, Teodoro Adorno, Erich Fromm,
representaban antes en Alemania y luego en EEUU, la escuela que creó
tantas expectativas injustificadas y hoy podríamos decir que necias.
Estaban
empeñados en construir el encuentro teórico entre Freud y Marx, entre
el sicoanálisis y el marxismo. Otro expatriado alemán, Whilhem Reich no
se sabe si había llegado loco a su exilio o se había vuelto en el
devenir, pero en su demencia estuvo rodeado y admirado por muchas
luminarias. En el lejano 1927 había publicado La función del orgasmo
donde se adentra en la idea freudiana de neurosis y represión, y
sostiene que la libido poco ejercida conduce a posiciones reaccionarias.
Según su tesis, el sujeto sería de derecha, de izquierda o de centro de
acuerdo con la frecuencia de encuentros íntimos que tuviera.
En
Estados Unidos funda el Instituto de Política Sexual e inventa -de algo
hay que vivir- la caja orgónica, aludida en la película Barbarella
con Jane Fonda, un diseño especial para producir éxtasis en serie. Y
por muy descabellada o ridícula que pueda parecernos, fue un éxito de
ventas y la usaron, por ejemplo, el hoy flamante Premio Nobel Bob Dylan
(ya Vargas Llosa sugirió que un próximo podría ser para Cristiano
Ronaldo), escritores tan insignes como Norman Mailer y Gore Vidal, y
hasta un filósofo de extrema derecha, Murray Rothbard.
La caja mágica
Era
una caja de acero por fuera y madera por dentro, que aparte de las
satisfacciones comentadas, tenía la propiedad de curar enfermedades. Al
parecer las cajas orgónicas no funcionaron tan bien como se esperaba y a
consecuencia de quejas y denuncias, el gobierno gringo declaró que
Reich era un charlatán estafador, y las destruyeron. En 1954
desesperado, pidió apoyo a las autoridades porque lo acosaban Ovnis y
presumía que tenían el plan de secuestrarlo y llevarlo a otro planeta,
en el que, seguramente, estaban ansiosos por recibir las cajas
milagrosas.
Adorno y Horkheimer recibieron una
monumental encomienda del American Jewish Committee, escribir una obra
amplia y profunda que analizara exhaustivamente el autoritarismo desde
el sicoanálisis. El libro apareció, La personalidad autoritaria,
1.500 páginas de estadísticas, contradicciones, simulaciones y
retruécanos, tenida en las escuelas de sociología, aún hoy, como el
santo grial. Pero si su paisano establecía que se era de izquierda
cuando se tenía bastante sexo, para Adorno el binomio derecha vs.
izquierda es equivalente psicópata vs. sano, es decir, Stalin era un
modelo de salud mental mientras Churchill un enfermo grave.
No
acepta que la alternativa de autoritario es demócrata, porque considera
que el término es “burgués”. Para colmo establece una tabla de nueve
variables que definen la “esencia” de la personalidad autoritaria, pero
los dieciséis procesados de Nuremberg no los presentaban. Lo lamentable
y absurdo es que haya sido y sea sacrosanto para tantos estudiosos que
quisieron basar el supuesto humanismo marxista en semejante bodrio.
Cuando comenzaron a surgir críticas académicas a La personalidad autoritaria, Adorno decidió dejar el incendio, poner océano de por medio y regresó a Francfort preventivamente.
@CarlosRaulHer
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