Laureano Marquez
¿Cunde la desesperanza en el planeta? ¿Será que el destino de la humanidad es su aniquilación y en ese sentido, lo estamos haciendo bien en todos los órdenes: político, tecnológico y humano? Parece que las categorías kantianas de comprensión de lo real no están funcionando mucho, ya no se entiende bien cómo es “la cosa en sí” (quizá porque vivimos concentrados en “la cosa en no”) y mucho menos aquella formulación suya: “Obra como si la máxima de tu acción pudiera convertirse por tu voluntad en una ley universal de la naturaleza” (¡grande Kant!, aunque we kant understand).
Occidente y la cultura occidental son las bases de la humanidad. Incluso los críticos de esta cultura lo hacen occidentalísticamente, porque en otros terrenos no cabe la disidencia. Esa fe que tanto desprecio recibe hoy, es la fuente de nuestro humanismo, que se ha tornado últimamente selectivo. Como centro y eje de la cultura universal, Occidente ha producido los grandes avances de la ciencia y el espíritu humano, pero también lleva en sí el germen de su destrucción. Su noción de la tolerancia la hace débil frente a las agresiones. Su noción de la universalidad le compromete con la defensa de las culturas que quieren aniquilarla. Su supervivencia está reñida con sus principios por una parte, y por otra, como diría Serrat: se está llenando de pobres el recibidor. No es el cierre de fronteras lo que parará las migraciones ilegales, sino una revisión profunda del rumbo que ha tomado la humanidad, para rectificar y ayudar, porque la expansión de Occidente por el mundo provocó también las injusticias que hoy se vuelven en su contra: la colonización del continente africano, la división arbitraria del medio oriente, las intervenciones militares que terminan ocasionado desastres peores que los que pretenden enmendar y que además habían sido propiciados por ellos mismos.
La Unión Europea, por ejemplo, moderna rehabilitación de la vieja idea del Sacro Imperio Romano Germánico que fundó Carlomagno, sucumbe como imperio: los países se separan –como los ingleses con el brexit–, dentro de los países las regiones se separan –como los catalanes, que quieren separarse del rey, pero continuar con el emperador–, mientras, una indetenible, persistente y lenta invasión cruza las fronteras. Así debió ser la caída del Imperio Romano. Entonces quizá lo que el destino tiene entre manos para Occidente es el neofeudalismo, bajo la forma de la atomización propiciada por el relativismo populista que tanta fuerza está cobrando para aniquilar lo poco de sentido común que quedaba.
¿Qué tiene que ver todo esto con Venezuela? Bueno que si este es el destino de la humanidad, su propia destrucción, nosotros tenemos la tarea ya bastante adelantada. En tal sentido somos –quizá– el ensayo general de lo que viene: la inflación más alta del planeta, la inseguridad mayor, la destrucción de toda civilización: electricidad, sanidad, transporte, alimentación. ¿Y si fuésemos nosotros la vanguardia del Occidente que vendrá?
Mi preocupación es la de siempre: y es que los venezolanos tenemos tanta mala suerte en este momento, que puede que se acabe el mundo y aquí el régimen siga. Como estamos en la postmodernidad, sería algo así como la postdestrucción, porque no lo duden: esta gente tiene capacidad
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