NELSON CHITTY LA ROCHE
“Quien abra el diario hoy se encuentra con el término crisis. El concepto indica inseguridad, desgracia y prueba, y refiere a un futuro incierto, cuyas condiciones no pueden ser lo suficientemente elucidadas”.
Reinhart Koselleck
Hierven en mi angustiado espíritu
ciudadano, entre inevitables emociones y cavilaciones, algunas
constataciones dentro de un plano de temores e incertidumbres. ¿Qué es
esto que vivimos y hacia dónde derivará?
Tratar de responder supone evaluar
con sentido orgánico el intento de una revolución que el chavismo
pregona haber realizado. Revolución para llamar así a un proceso de
cambios de un orden complejo societario por otro como repite su
discurso. Un proceso se ha venido cumpliendo, dicen, y pretenden
edificar una estructura social, política, económica, institucional,
axiológica diferente a la precedente.
Más allá de los subjetivismos propios
de una ponderación de suyo subjetiva, está a la vista una relación
fáctica que sostiene o compromete las afirmaciones que se postulan en el
hilado racional de la comunicación. ¿Logró el chavismo su cometido?
¿Hay un cambio, una transformación que apreciar, una revolución que
cuajó? ¿Estas dos décadas y su recuento crítico permiten una
consideración histórica?
Histor, el que sabe para los griegos,
se complementa con historia como investigación, recuento y conocimiento
adquirido por la búsqueda y examen de los hechos. Creo francamente que
aún es pronto para concluir la historia de estos 20 años recientes, sin
embargo, es diacrónicamente conveniente fijar parámetros, referencias
metodológicamente útiles para que se cumpla el trámite de la observación
histórica. Esto que nos acontece merece una muy seria y acuciosa
calificación.
Diré, no obstante, que encarar las
interrogantes que se acumulan exige necesariamente un esfuerzo en la
línea de comprender y, con ello, ensayo advertir el fenómeno ínsito al
giro, al paréntesis que se ha constituido en este tiempo histórico y
comenzaré apuntando que no hay revolución, que no se construyó otro
orden, se desordenó sí pero no se fraguó una entidad normativa,
institucional, social, económica, valorativa que funcionalmente tomara
el lugar de la República civil contra la cual se actuó. Chávez y sus
epígonos desordenaron, pero no armaron y en ello consiste el evidente
fiasco con el que nos topamos caracterizado por un enorme desconcierto,
desasosiego, frustración, obsolescencia, mediocridad, ruindad y
parálisis.
Sin ideas, sin claridad ni
sistematicidad en el proyecto, la clase política emergente asumió la
gestión del poder, alumbrándose con las luces del personalismo y las
bujías de Ceresole para luego completar el Frankenstein del modelo,
ideologizándolo con pócimas marxistas y castrocubanas. La disfunción del
pensamiento engendró la monstruosidad que nos turba y a ratos espanta.
La opacidad estratégica los llevó al
pragmatismo y a la anomia que acompañan a una crisis inmanente y
omnipresente que como un virus contagioso se extendió a todo y a todas
las expresiones del fenómeno social nacional. Más que de una historia de
Venezuela y relativa al período 1998-2018, podemos ya referirnos a un
historial de la crisis en el sentido que otras veces evocamos citando al
dramaturgo Brecht o al estudioso Reinhart Koselleck. Lo grave, y por
eso es legítimo hablar de crisis, es que no saben, no pueden, no
entienden y no quieren hacer algo distinto.
En efecto, De Saint-Simon alguna vez
afirmó que solo se destruye lo que se sustituye, y traigo a colación lo
que ello significa y se evidencia como un ostensible fracaso en el plan
de una revolución chavistamadurista castrocomunista. No han sido capaces
de ensamblar, unir partes, articular un orden que implique un modelo,
una organización pública con sustentabilidad. Lo único que tienen es una
suerte de garrote vil sobre el cuello de la democracia venezolana, y
asfixian a la nación y desvencijan a la República y a su ideario, nada
más. Son competentes para destruir, pero no lo son para lo opuesto.
Pudieron y tuvieron todo para hacer esa revolución de la que hablaron,
pero solo hicieron jirones del país y millones para sus bolsillos. El
costo de oportunidad que hemos pagado nos dejó exhaustos y anémicos como
pueblo.
La historia de los conceptos puede
ayudarnos a comprender más. El vocablo crisis se origina en la expresión
de la medicina que observa y hace clínica. Hace inflexión en torno al
dilema existencial por excelencia y al que conducen la patología y el
conocimiento médico con su terapéutica, si vive o muere el paciente en
el punto crucial. La misma dinámica se advierte con la crítica que
también para los griegos, reconoce, ausculta, diagnostica y avanza un
juicio.
Galeno se refiere a un texto rico y de sugerente lectura para médicos y aun para los que no lo son, Corpus hippocratium,
en el que se muestran las patologías como crisis disfuncionales que
aquejan y mediatizan el cuerpo y su desenvolvimiento, enervándolo y
menguándolo en alguno o algunos de sus cuatro humores.
Tomará el relevo en la evolución de
la lingüística Tucídides, nos recuerda la doctrina citando a Koselleck,
quien utiliza y abunda en la polisemia del vocablo crisis ya usado para
describir ese trance en la guerra en que los pueblos viven o mueren.
Luego Aristóteles, siempre atento a la significación de los equilibrios y
a los procesos decisorios y a la irrupción de crisis como una situación
que resulta de la mora o la ausencia simplemente de la función debida,
pertinente, conveniente para la ciudad, la poli.
Leyendo los escritos y discursos de
Chávez, queriendo comprender, me detengo en aquel de febrero de 1999
ante el Congreso de la República en el que se expresó así: “Venezuela
pareciera que fue escogida por algún investigador especial para estudiar
y aplicar un caso que es estudiado en la teoría política y social con
aquel nombre de la teoría de las catástrofes. Aquí en Venezuela se ha
cumplido cabalmente la teoría de las catástrofes. Esta teoría la
conocemos, voy solamente a refrescarla un poco, de aquellos días de los
estudios de ciencia política y de ciencia militar que en el fondo es lo
mismo, decía Clausewitz, uno de los grandes estudiosos de la ciencia
militar: La teoría de las catástrofes ocurre de manera progresiva.
Cuando sucede alguna pequeña perturbación en un entorno, en un sistema
determinado y no hay capacidad para regular esa pequeña perturbación;
una pequeña perturbación que pudiera regularse a través de una pequeña
acción. Pero cuando no hay capacidad o no hay voluntad para regular una
pequeña perturbación, más adelante viene otra pequeña perturbación que
tampoco fue regulada, y se van acumulando pequeñas perturbaciones, una
sobre la otra y una sobre la otra; y el sistema y el contorno van
perdiendo la capacidad para regularlas, hasta que llega la catástrofe,
la catástrofe es así la sumatoria de un conjunto de crisis o de
perturbaciones”.
Venezuela vive la acumulación de
todas las perturbaciones hasta lograr un cuerpo social y político
perturbado entonces, metido en una crisis que banaliza inclusive que su
historia se reduzca en realidad a la testimonial de una crisis
exponencial, existencial, espiritual, material, moral, brutal y
terminal.
Vivimos, sobre todo, la catástrofe
que significa que quienes nos ahondaron en esa crisis sigan allí
reptando insolentes dentro de ella. Una secuencia sin responsabilidad ni
consciencia obra en la etiología como historia de la crisis. Por allí
deambula el legado del difunto y sus ominosos epígonos.
nchittylaroche@hotmail.com
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