REVOLUCIÓN Y ALUCINACIÓN
CARLOS RAUL HERNANDEZ
EL UNIVERSAL
Revolución y alucinación
“No podemos seguir gobernados pasivamente por las leyes de la ciencia,
ni por las de la economía, ni por los imperativos de la técnica”
(Asamblea estudiantil de Toulouse 1968)
Algunos
dicen que hay que estudiar la Historia para no repetir errores, mientras
otros creen que estamos condenados a reincidir (¿2005 y 2018?). La
insurrección estudiantil de mayo 1968 en Francia, que sacudió al mundo y
produjo una oleada universal de revueltas, sería un buen ejercicio
comparativo. Comienza en las universidades y se extiende a la
ciudadanía, una revolución reaccionaria contra la sociedad abierta,
inspirada en ideas fanáticas, despóticas y simplistas, como el Libro rojo de Mao, la hagiografía de la revolución cubana y las teorías del filósofo alemán-norteamericano Herbert Marcuse.
La
sociedad abierta se modernizaba, se extendía la TV, se imponía el rock,
música sexual por excelencia en las caderas de Elvis y Jagger. El amor
libre venía en las anticonceptivas y la minifalda, sensacional invento
de Mary Quant. Manifestaciones convocadas por la Unión Nacional de
Estudiantes terminan en violencia con la policía y llevan al cierre de
La Sorbonne y Nanterre, lo que suma a los de educación media y los
sindicatos de izquierda que soñaban derrocar “el capitalismo”.
Llaman
a una huelga general y decretan autogobierno estudiantil, con cacería
de brujas contra profesores que no fueran suficientemente críticos, es
decir, comunistas. Las huelgas eran “salvajes”, sin objetivos, no
solicitaban mejoras laborales sino derrocar el orden burgués. Para
mediados de ese meteórico mes, había diez millones de huelguistas, 2/3
de la fuerza de trabajo. Los estudiantes creían que Francia, Italia,
EEUU, Alemania, Inglaterra, al decir de Marcuse, eran sociedades
esclavizadas, enajenadas por el consumo (el bienestar), y no había nada
tan libre como la Revolución Cultural China y los regímenes de Enver
Hoxda en Albania y Fidel Castro.
La gran sorpresa
Vivían formas extremas de libertad y gritaban prohibido prohibir,
pero sus ídolos eran Mao y el Che Guevara. En la capital de las comunas
y las barricadas, habían algunas en las que día y noche un piano
tocaba jazz. En mayo el país parecía dispuesto a salir de De Gaulle,
pero en junio los franceses le dieron un monumental viraje y triunfó en
las urnas. De Gaulle era un personaje épico, de un valor personal casi
imposible. Recibió disparos en tres ocasiones y un bayonetazo en pelea
cuerpo a cuerpo. En 1916 perdió el conocimiento por una explosión de
gas mostaza y lo secuestraron los alemanes. Intentó fugarse cinco
veces.
Caminaba sin siquiera bajar la cabeza
en medio de balaceras y pánico colectivo en atentados contra él ya
siendo presidente. Si bien al principio de la revolución los
enfrentamientos entre el gobierno y la fuerza pública dejaron miles de
heridos, luego la policía se repliega y entrega las calles a las
muchedumbres, que misteriosamente no se dedican al saqueo ni al pillaje,
como ocurrió varias veces en las revoluciones parisinas. François
Mitterrand declaró que en Francia “el Estado dejó de existir”.
De
Gaulle abandona el Palacio del Elíseo, “estaba caído”, pero el hombre
de hierro no dio su brazo a torcer y se refugió en la base francesa de
territorio alemán, Baden-Baden, dirigida por uno de sus mejores amigos
de la guerra. El 30 de mayo, después de crear una ansiedad límite con su
desaparición, emerge y afirma, contra las conjeturas, “no renunciaré”,
que “probaré a los franceses que los fanáticos del totalitarismo y la
destrucción habían hecho un carnaval”, y anuncia elecciones adelantadas
para el 23 de junio.
Elección-traición
Llamar
a elecciones es acto de extraordinaria habilidad, y como cita Marcuse,
convirtió “cada barricada, cada automóvil incendiado… en decenas de
miles de votos para el gobierno”. La alianza revolucionaria lo reta y
saca un millón de manifestantes, con la consigna elección=traición,
pero esta vez los cuerpos de seguridad se despliegan en los Campos
Elíseos bajo el decreto de Estado de emergencia. Por fortuna para
Francia, la alianza opositora decide suspender la movilización, aceptar
el expediente del proceso electoral y todo termina con los bistros de
la ciudad abarrotados de manifestantes que castigaban las existencias de
vino y cerveza.
Mattei Dogan en su monumental obra Ciencia política y otras ciencias sociales
dice que 57% de los franceses desaprobaba un golpe de Estado, y luego
en la elección castigaron la locura revolucionaria, que se ahogó en sus
odios y vituperios a los que hacían críticas a la insensatez. Cómico que
los estudiantes de Nanterre invitaron a los sindicatos a una gran
asamblea, los recibieron con vítores, y minutos después los corrieron
con una andanada de insultos porque ya no querían expropiar las
fábricas.
Jean Paul Sartre quiso convertirse en
el padrino de la revolución y gruñía ya que el Partido Comunista era
traidor por asumir preceptos burgueses como el pluripartidismo. Raymond
Aron, tal vez el más grande pensador francés del siglo XX, se horroriza
de las humillaciones contra honorables profesores que temían suicida el
movimiento, al que define como “una masa de resentimientos en envoltura
lírica” (YouTube: Aron analiza mayo 68). Milan Kundera lo
califica como “una explosión de lirismo revolucionario seguida por una
explosión de escepticismo revolucionario”.
@CarlosRaulHer
No hay comentarios:
Publicar un comentario