ELIAS PINO ITURRIETA
EL NACIONAL
A raíz de la vacante de la presidencia en la llamada asamblea
nacional constituyente, proliferaron los rumores sobre las divisiones
que se observaban en la cúpula dictatorial. Se habló de una pugna de
banderías que demostraba la fragilidad del régimen, hasta el punto de
ponerlo a temblar. Pero ¿existe una división de importancia en las
alturas del poder, que nos deba conducir a la alegría? Sin apostar una
fortuna por la existencia de un bloque compacto alrededor del dictador,
tal vez lo más certero consista en afirmar que apenas experimentan
pugnas transitorias que no amenazan su estabilidad, o que no permiten el
anuncio de cambios en la administración de los negocios públicos.
La mudanza de la jefe prostituyente a los despachos de Miraflores
fue una decisión sin traumas. Significó, en principio, un movimiento
superficial cuya realización se debió pensar con calma después de
consultar con los interesados. No hubo despidos ásperos sino consensos
meditados, porque nada apremiaba al dictador para mover la mata con
urgencia. Más bien hubo traslados amigables, no en balde el
vicepresidente propietario y algunos titulares de los ministerios solo
cambiaron de silla mientras a otros se les garantizó la permanencia en
las cercanías de palacio. Nadie fue echado a la mala. Debieron
predominar los tratos entre gente conocida hasta la saciedad, las
observaciones sobre las cualidades y los defectos del familiar rebaño,
para que las aguas no se salieran de cauce.
Si lo que sucedió fue así, no estamos ante prólogos de división
que puedan entusiasmar a una oposición que prefiere ver en lugar de
actuar, que espera que la dictadura se vuelva ella sola un castillo de
naipes sin hacer mayor cosa desde la otra orilla. Tampoco la opinión
pública debe esperar sorpresas de debilidad, o derrumbes en el edificio
del oficialismo, porque nada parece anunciarlas desde la superficie de
los hechos. Presenciamos movimientos contenidos, es decir, nada parecido
a un alud capaz de provocar temblores de magnitud en la montaña. Pero
una mutación trabajada con semejante cuidado nos pone ante un hecho
trágico, sin relación con la precariedad de la dictadura, pero capaz de
enterrar las expectativas sobre una rectificación del rumbo de los
negocios públicos. Los movimientos no obedecieron a las ideas que los
concernidos pudieran tener sobre la marcha del país, o sobre la
necesidad de modificar la concepción que ha predominado en el manejo de
la economía, o sobre lo que cada uno de ellos entienda por libertad y
por derechos humanos, por ejemplo. Tales asuntos, pese a que son
primordiales, no pasaron por la cabeza del chofer de la mudanza.
No se cambió a un moderado por un extremista, ni a un profesional
poco preparado por otro de mejores calificaciones, ni a un burócrata
encerrado en sus concepciones sobre la distribución de la riqueza por
otro de formación contraria, ni a alguien opuesto a los derechos
ciudadanos por otro dispuesto a considerarlos, ni a un individuo negado
al diálogo por otro con ganas de conversar. Simplemente hubo un acomodo
de hombres, una mutación insignificante de piezas en el gastado tablero,
sin mirar hacia la alternativa de modificar el rumbo de la vida
venezolana. Son lo más parecido a los bueyes viejos que llamaba el
general Gómez a Maracay cuando estimaba conveniente. Y todos sabemos de
él que fue un campesino enemistado con las sorpresas, quien administró
la renta petrolera pensando que estaba lidiando con los peones de La
Mulera. Venezuela tuvo que esperar a que se muriera de viejo para entrar
en la historia contemporánea.
Los cambios en el gabinete solo indican que continuará el declive
de la sociedad, porque ninguno de los burócratas que ahora acompañan a
Maduro tiene el propósito de evitarlo. Quizá el asunto de las entradas y
las salidas guarde relación con los intereses de grupos necesitados de
mayor privanza, o dispuestos a mantener la que tienen, pero sin tener en
cuenta el destino de los gobernados. Solo importa el poder que se pueda
multiplicar o resguardar, sin que la sangre de los altos empleados
corra bajo los puentes. Como todavía las aguas no se tiñen de rojo, y
como presenciamos la escena como si no nos importara de veras, la
modificación de las nóminas seguirá formando parte de la rutina.
Excelente articulo de Elias Pino Iturrieta
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