CLEPTOCRACIA Y CACOCRACIA
MOISES NAIM
Mientras el mundo se desgañita
debatiendo sobre socialismo, capitalismo, independentismo, populismo y
otros “ismos”, los ladrones y los ineptos están tomándose cada vez más
gobiernos. Ladrones en el poder los ha habido siempre y gobernantes
incompetentes también. Pero, en estos tiempos, la criminalidad de
algunos jefes de Estado ha alcanzado niveles dignos de los tiranos de la
antigüedad. Y las consecuencias de la ineptitud de quienes mandan se
ven ahora amplificadas por la globalización, la tecnología, la
complejidad de la sociedad, así como por la velocidad con la que suceden
las cosas.
Ya no estamos hablando solo de la
corrupción “usual”; la del ministro que cobra una comisión por la compra
de armas o por otorgar a dedo el contrato para construir una carretera.
Ni de un caso aislado en el cual el más tonto de la clase llega, para
sorpresa de sus antiguos compañeros, a ser presidente.
No; en el caso de la cleptocracia se
trata más bien de conductas criminales que no son individuales,
oportunistas y esporádicas sino colectivas, sistemáticas, estratégicas y
permanentes. No es el caso de uno o más individuos deshonestos que se
aprovechan de su cargo público para hacer ocasionalmente un negocio
sucio. Se trata, más bien, de un sistema en el cual todo el liderazgo de
un gobierno es cómplice y se organiza de manera deliberada para
enriquecerse –y usar las fortunas acumuladas para perpetuarse en el
poder–. Para los cleptócratas el bien común y las necesidades de la
población son objetivos secundarios y solo merecen atención cuando están
al servicio de lo más importante: engordar sus fortunas y seguir
mandando.
El caso de los tontos en el poder es
algo distinto. Las cacocracias proliferan en sistemas políticos
degradados y caóticos que repelen a los talentosos y les abren paso a
los ciudadanos menos preparados y más ineptos. Obviamente es posible que
a veces se combinen los dos y el gobierno no solo sea criminal sino
también incompetente. Cuando coinciden, la cleptocracia y la cacocracia
se refuerzan entre sí.
Un ejemplo que ilustra la conducta de
gobiernos cleptócratas lo ofrece el respetado periodista brasileño
Leonardo Coutinho. Recientemente, Coutinho reportó el testimonio de
Marco Antonio Rocha, un oficial de la aviación boliviana que reveló el
tráfico de grandes volúmenes de cocaína de Bolivia a Venezuela y a Cuba.
Cuenta Rocha que semanalmente debía pilotar un avión desde La Paz hasta
Caracas y La Habana cargado con las “maletas diplomáticas”, entregadas
por los agregados militares de la Embajada de Venezuela en La Paz. Solo
que en este caso no eran ni maletas ni llevaban documentos diplomáticos.
Eran enormes bultos que contenían 500 kilos de cocaína. Una operación
de este tipo requiere la complicidad de los más altos niveles de
gobierno de al menos tres países. Esta no es solo la historia de una
operación más de narcotraficantes, sino que también revela las
actividades de una alianza de gobiernos cleptocráticos. El recién
depuesto primer ministro de Malasia, Najib Razak, ha sido acusado de
haber organizado un sistema financiero que le permitió pasar 42.000
millones de dólares de cuentas públicas a las cuentas privadas
controladas por sus familiares y cómplices. En Brasil, el escándalo
conocido como Lava Jato reveló una vasta, sofisticada y permanente red
de corrupción que involucró durante años a centenares de los más
poderosos políticos, gobernantes y empresarios del país.
Un error común es suponer que las
cleptocracias solo se dan en los países más pobres y subdesarrollados.
Rusia es un buen ejemplo de un país avanzado cuyo gobierno muestra
claros signos de ser una cleptocracia. Los ex agentes secretos de la KGB
convertidos en oligarcas cuyas enormes empresas trabajan de la mano del
Kremlin son un pilar fundamental de la cleptocracia que gobierna al
país. En un testimonio ante el senado de Estados Unidos en 2017, Bill
Bowder, empresario de vasta experiencia en Rusia y acérrimo crítico de
su gobierno afirmó que “Putin se ha hecho el hombre más rico del mundo y
su fortuna alcanza a los 200.000 millones de dólares.”
Es también un error pensar que solo
en países con instituciones débiles y sistemas políticos inmaduros
pueden llegar a ocupar las posiciones más importantes del gobierno
personas que no tienen la capacidad y la preparación necesaria. Lo que
estamos viendo en países con una larga tradición democrática en Europa y
también en Estados Unidos muestra que ningún país es inmune a la
cacocracia.
En Estados Unidos, la búsqueda por
Internet del significado de esta palabra ha tenido un enorme auge desde
la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca.
Como buenos prestidigitadores, los
cleptócratas saben cómo distraernos de sus fechorías y los cacócratas de
su incapacidad. Lo hacen hablándonos de sus ideologías y atacando a las
de sus rivales. Mientras nosotros vemos y participamos en estos torneos
ideológicos, ellos roban. O tontean.
Twitter @moisesnaim
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