LUIS VICENTE LEÓN
EL UNIVERSAL
Como era de esperar, el gobierno se vio obligado a retrasar la
reconversión monetaria, algo que ya habían anticipado la mayoría de los
venezolanos desde que lo anunciaron por primera vez, quizás recordando
la triste historia del inmortal billete de 100.
El
proceso ha sido abortado, usando la estrategia clásica de derivar
responsabilidades en un tercero, en este caso la banca, que aparece en
cadena pidiendo más tiempo para cumplir adecuadamente este objetivo,
algo absolutamente lógico y razonable ante los múltiples problemas antes
mencionados. Sin embargo, ver la escena del gobierno, ahora sí,
“complaciendo” una solicitud de la banca no deja de tener un componente
tragicómico. Es como un político en campaña que se lanza un discurso
grandilocuente planteando que el “pueblo” le pidió a gritos que se
lanzara, mientras sabemos que era la esposa, los hijos y el compadre
quienes pedían desesperados el lanzamiento. La parte trágica es que la
banca tenía que pedirlo, sabiendo que era una locura seguir adelante en
los tiempos previstos originalmente y podrían terminar de chivos
expiatorios para limpiar la cara al verdadero culpable del desaguisado.
Pero
bueno, tratemos de rescatar algunos elementos positivos. Lo primero es
que el gobierno entró en razón y retrasó el disparate. Lo segundo es que
haya entendido que el país requiere reconvertir su moneda después de la
pulverización casi total del valor del bolívar fuerte. Esta es una
acción necesaria. Pero el problema es que no es suficiente. Quitar ceros
a la moneda no baja la candela que origina la hiperinflación. Es
relevante para el manejo operativo del país a corto plazo, pero inútil
para resolver los desequilibrios monetarios y fiscales que impactan los
precios. No recupera la confianza, ni estabiliza la macrodevaluación, ni
estimula las inversiones, ni aumenta la producción. Es cierto que
reconvertir la moneda permite tener billetes de más valor a muy corto
plazo, pero es una obra de arte efímero. Asumiendo que tendremos ese
cono funcionando a plenitud en 90 días y que la inflación siguiera
estable a una tasa equivalente a 100% mensual (que es un supuesto
optimista en una economía en hiperinflación desbordada, donde la
devaluación del mes pasado superó el 700%), un billete de 100 bolívares
“soberanos” de hoy tendría un valor real equivalente a 12,50 BsS dentro
de tres meses. Un producto que hoy cueste 100, en un mes costaría 200,
en el segundo 400 y en el tercero 800. Es decir, se requerirían 8
billetes de 100 para comprar un bien que hoy se compraría con uno. Es
una pérdida de 87,5% de su valor o lo que es lo mismo, queda sólo el
12,5% del valor de cada billete. ¿Cuánto tiempo le das para que estés
igual que hoy? ¿En qué momento el gobierno tendrá que decir que se
prepara para lanzar nuevos billetes con más ceros o quitarle ceros a los
billetes? Es el perro mordiéndose la cola. Y el tema sigue sin
resolverse. No se trata de cambiar monedas, ni quitar ceros, ni inventar
nombres rimbombantes para esconder el fracaso. Se trata de cambiar el
modelo y reconocer que el problema no son los empresarios sino el
intervencionismo y el control de cambio que genera corrupción y el de
precios que ocasiona inflación y que se necesita abrir la economía,
buscar recursos frescos, rescatar inversión privada y estabilizar las
relaciones internacionales. Sin eso no hay reconversión, ni discursito,
populista o amenazante, que valga. Porque no puedes apresar la
inflación, ni expropiar el conocimiento, ni decretar la producción, ni
amenazar a la confianza, ni prohibir la rabia.
La historia indica que tarde o temprano, la hiperinflación o te hace cambiar… o te cambia.
luisvleon@gmail.com
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