FIN DE FIESTA O EL INVIERNO DE LA CIGARRA
Francisco Monaldi
En los años ochenta con el colapso de los precios del
petróleo, los principales exportadores de crudo sufrieron dolorosos
procesos de ajuste ante la nueva realidad de menores ingresos. En la
siguiente década, su desempeño económico fue significativamente peor al
del resto de los países en desarrollo y sus niveles de pobreza se
incrementaron notablemente. De hecho, del análisis de ese periodo surge
la teoría de que tener recursos minerales puede ser una “maldición”,
dándole una dimensión universal a la frase de Pérez Alfonzo de que el
petróleo es el “excremento del diablo”.
Sin embargo, para la
mayoría de los países petroleros la crisis no fue una fatalidad,
salieron del trance y retomaron la senda del crecimiento. No así
Venezuela, uno de los petroestados con peor y más prolongado declive
económico (1978-2003), en buena parte porque fue de los que durante los
años de auge se había endeudado más. No solo nos gastamos todos los
petrodólares que recibimos, sino que pedimos prestado para seguir
gastando y luego tardamos más que los demás en ajustarnos el cinturón.
El deficiente manejo del ciclo de precios del petróleo y el deterioro
económico y social que le siguieron, constituyeron el caldo de cultivo
para el fin del bipartidismo y el triunfo del chavismo en 1998, año en
que simbólicamente el precio del petróleo alcanzó su mínimo de 8 dólares
por barril. El colapso político-institucional que vivimos es hijo de
aquella crisis económica. De aquellos polvos vinieron estos lodos.
Inesperadamente,
a partir de 2003 el país se benefició de un boom de precios aún mayor
que el anterior, que además se combinó con el auge de producción de
crudo generado por la apertura petrolera de los noventa. Venezuela
recibió en los siguientes diez años más de 300% de su PIB en recursos
adicionales. El auge más grande de nuestra historia y más de tres veces
mayor que el promedio en nuestra región, que en general se benefició con
el incremento generalizado de los precios de sus recursos naturales,
producto de la explosión de demanda en Asia.
En este ciclo de auge
casi todos los países exportadores de petróleo y minerales demostraron
que aprendieron de las lecciones del pasado, esta vez ahorraron más,
invirtieron más y mejor, y se endeudaron poco o nada. Aun así, todos los
exportadores sufrirán en alguna medida con el ajuste fiscal y externo
inevitable ante la caída de precios. Pero sin duda, la gran mayoría
están mucho mejor parados que hace treinta años. Venezuela es la notable
excepción, no solo no aprendimos nada del pasado, sino que agudizamos
todos los trastornos que nos llevaron a la debacle en los ochenta y
noventa, el endeudamiento masivo, el estatismo descontrolado y las
inmensas distorsiones de una economía asfixiada por controles. Ahora
acompañadas de la destrucción institucional.
¡Qué ironía! El
chavismo cuya legitimidad política surgió de remacharlas consecuencias
sociales del colapso anterior, generó una versión en esteroides de las
mismas condiciones que llevaron a ese colapso. Como la cigarra de la
fábula de Esopo, estuvimos de fiesta, mientras los demás invertían.
Incluso invitamos a los vecinos a festejar y pedimos prestado para que
siguiera la fiesta, pero ahora que se acabó la música, estamos solos con
la cuenta y la resaca en el frío invierno. Cientos de miles de
venezolanos están volviendo a caer en la pobreza, y muchos aterrados de
presentir que ya esto lo vivimos, que estamos repitiendo una tragedia
conocida, que fue la que precisamente nos llevó al país polarizado,
autoritario y violento que tenemos hoy. Es posible que esta vez tengamos
más suerte, que no vengan veinte años de precios bajos y que quizás
esto evite la catástrofe económica más grande de nuestra historia, pero
¿habremos aprendido alguna lección? o ¿seguiremos pensando que Dios
proveerá?
@fmonaldi
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