Alvaro Vargas Llosa
La
noticia de que el capitán de corbeta venezolano Leamsy Salazar ha llegado a
Estados Unidos como testigo protegido para brindar información sobre los nexos
de Diosdado Cabello, hombre clave del régimen chavista, y el narcotráfico es el
golpe más fuerte que ha recibido desde el exterior y tal vez desde el interior
del país. Salazar fue el jefe de seguridad de Hugo Chávez y, a su muerte, del
actual presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, al que se conoce
como “número dos” del chavismo y cuya fortuna es motivo de habladurías.
En algún
momento del gobierno de George W. Bush, la secretaria de Estado, Condoleezza
Rice, a instancias de Tom Shannon, su excelente jefe de temas hemisféricos,
decidió dejar de polemizar en público con Caracas. Fue una decisión
políticamente inteligente. Y también engañosa: paralelamente, otras instancias
de EE.UU. hicieron un trabajo, que lleva años, para infligir al chavismo un
castigo inapelable. El resultado es la información acumulada por la Fiscalía
Federal del Distrito Sur de Nueva York, de la que el testimonio del capitán
venezolano será ahora parte esencial, para imputar a las máximas autoridades de
Venezuela por narcotráfico.
En todo
este tiempo, ha habido ya alguna noticia de la relación entre el chavismo y el
tráfico de estupefacientes en EE.UU., incluyendo imputaciones a un general, un
juez y un ex jefe de Interpol en Caracas, así como una lista negra del
Departamento del Tesoro que incluye a algunos militares y civiles.
Pero esto
tiene otro alcance: que el sistema jurisdiccional estadounidense impute
formalmente a los jefazos del chavismo, como casi con toda seguridad sucederá a
partir de testimonios y pruebas como las otorgadas por Leamsy Salazar, es un
torpedo en la línea de flotación de la estructura del régimen.
A partir
de ese momento, será imposible para otros gobiernos latinoamericanos y de otras
partes mantener relaciones normales con Maduro o, como ha ocurrido
sistemáticamente, darle cobertura política en organismos internacionales. De
hecho, ese frente se le está complicando a Caracas en cualquier caso, como
hemos visto con el comunicado del gobierno colombiano esta semana pidiendo la
liberación de Leopoldo López y defendiendo a los ex Presidentes -Andrés
Pastrana, Sebastián Piñera y Felipe Calderón- que fueron vejados por Nicolás
Maduro en Caracas.
La
reacción del chavismo ha sido muy parecida a la del panameño Manuel Antonio
Noriega en su día. Aunque no hay aquí probabilidad alguna de que Estados Unidos
invada Venezuela como sucedió en el caso panameño, es previsible un cerco
internacional que, por lo pronto, impida a quienes resulten imputados circular
y tener propiedades y fondos fuera de Venezuela.
Decía al
inicio que este es un golpe duro también interno. Que el hombre que dirigía el
primer anillo de seguridad de Chávez y protegía a Cabello hasta su deserción en
diciembre haya tomado la decisión de volverse testigo protegido en EE.UU. es un
síntoma de descomposición elocuente. Nada sorprendente, por otra parte,
tratándose de ese tipo de régimen en circunstancias como las actuales, que no
es exagerado describir como de descalabro político, económico y social.
Durante
un largo tiempo el discurso antiimperialista sirvió los propósitos del
chavismo. Pero a juzgar por la considerable merma que ha sufrido la popularidad
del régimen, la eficacia de esa arma también ha decaído mucho. Por tanto, la
capacidad de movilizar el fervor o incluso la lealtad de los chavistas ante lo
que se viene desde la Fiscalía de Nueva York ya no es la que era. Maduro debe
estar sudando frío.
Alvaro Vargas Llosa
Alvaro Vargas Llosa
No hay comentarios:
Publicar un comentario