martes, 3 de marzo de 2015

LA IZQUIERDA RADICAL NO ES TAL

JOSEP COLOMER

Las primeras semanas de Gobierno en Grecia de Syriza, la “coalición de izquierda radical”, muestran que en la actual Unión Europea es muy difícil oponerse abiertamente al consenso de Bruselas y Fráncfort. Los intentos de lanzar partidos de izquierda radical en el sur de Europa se han producido en contextos políticos definidos por la adopción por la socialdemocracia de una política económica basada en el mercado y la falta de credibilidad de los comunistas como alternativa. Sin embargo, el espacio político entre estas dos tradiciones políticas es muy estrecho.
La referencia fundamental para la comparación es Alemania. El Partido Socialdemócrata Alemán fue pionero en abandonar el marxismo, la hostilidad al capitalismo y las nacionalizaciones y en aceptar la pertenencia a la OTAN, en fecha tan temprana como 1959. Pocos años después, el SPD, liderado por Willy Brandt y Helmut Schmidt, participó en el primer Gobierno de gran coalición con los cristiano-demócratas. El surgimiento de una nueva alternativa de izquierda tardó una generación más. El comunismo no era entonces una opción viable en Alemania Occidental, ya que se identificaba con la ocupación soviética de Alemania Oriental. Inicialmente, los Verdes adoptaron posiciones izquierdistas radicales en política económica y política exterior. Pero fueron inequívocamente anticomunistas, hasta el punto de fusionarse con la oposición anticomunista del Este en una candidatura conjunta permanente desde la reunificación del país. Con el tiempo, los Verdes reforzaron fuertemente su posición pro-Unión Europea y se convirtieron en un partido homologado capaz de participar en un gobierno en coalición con los socialdemócratas.
La situación ha sido diferente en la Europa del Sur. Todavía hubo nacionalizaciones de empresas privadas por motivos ideológicos en Francia a principios de la presidencia del socialista François Mitterrand, quien formó un Gobierno de coalición con los comunistas en 1981. Apenas un año después, sin embargo, el Partido Socialista francés abandonó esa vía. Muy pronto, los socialistas participaron en la primera de varias “cohabitaciones” con los conservadores. En su segundo mandato, Mitterrand nombró primer ministro a Michel Rocard —quien era ridiculizado como un defensor de “la izquierda americana”— para que formara un Gobierno de coalición con los centristas. Los intentos de crear una alternativa de izquierda radical, que estuvieron fuertemente influidos por el legado del marxismo y el comunismo, no consiguieron formar una opción de Gobierno viable. La historia se repite. Tras menos de dos años en el cargo, el actual presidente socialista François Hollande nombró un nuevo primer ministro, Manuel Valls —un discípulo de Rocard—, que está adoptando las políticas económicas diseñadas por la Unión Europea. No parece que esté apareciendo ninguna alternativa izquierdista clara.
En Italia, los socialistas liderados por Bettino Craxi presidieron un Gobierno de coalición con los cristiano-demócratas en la década de 1980. El principal partido de izquierda, el comunista, también abandonó el marxismo y evolucionó hacia vagas posiciones progresistas hasta que se fusionó con exsocialistas y excristiano-demócratas en un nuevo Partido Demócrata. Como presidente de la República, el excomunista Giorgio Napolitano nombró dos Gobiernos de expertos independientes hasta que se formó una amplia coalición de partidos de centro-izquierda y centro-derecha. La larga duración y el gradualismo del proceso de cambio y disolución de los partidos socialista y comunista hicieron inviable la formación de una alternativa consistente de izquierda radical.
El Partido Socialista Obrero Español aprendió la lección muy pronto. Tras perder las dos primeras elecciones democráticas, Felipe González obligó al partido a abjurar del marxismo y a adoptar una política económica promercado. El partido ganó las elecciones siguientes en 1982, cuando ya el experimento francés de izquierda había sido revisado y, a la luz de esa experiencia, ni siquiera trató de aplicar nacionalizaciones o decisiones similares. Poco después el PSOE abrazó explícitamente la OTAN. Durante muchos años, la alternativa de izquierda radical estuvo en manos de Izquierda Unida, una candidatura comunista apenas disimulada que nunca llegó a ser una opción de gobierno real. Solo tras un nuevo periodo de Gobierno socialista en el que las instrucciones de la UE se convirtieron en políticas reales, ha aparecido una nueva alternativa de izquierda radical. Podemos aparece como un soplo de aire fresco, aunque sus miembros son de nuevo excomunistas poco disfrazados. Cabe apostar a que tendrán menos éxito en las próximas elecciones generales de lo que las encuestas aventuran.
Los intentos recientes y actuales de construir alternativas políticas a la izquierda de los socialdemócratas se derivan, en gran parte, de los cambios a nivel europeo. Pero enfrentarse a los postulados estándar de economía de mercado y de política exterior transatlántica requiere hoy la adopción de posiciones anti-Unión Europea y nacionalistas, lo cual comporta desafíos aún más insuperables que en la década de 1980. En este contexto, la experiencia de Syriza en el Gobierno en Grecia puede desembocar bien en un espectacular giro con respecto a sus lemas de campaña —comparable a los que dieron en su momento los verdes alemanes, los socialistas franceses, italianos y españoles y los comunistas italianos—, bien en un pronto fracaso gubernamental y electoral, como el de todas las alternativas de extrema izquierda que se han intentado. Dentro de un año o dos la suerte de la nueva izquierda radical en el sur de Europa estará echada, otra vez.
Josep M. Colomer es autor del libro El gobierno mundial de los expertos (Anagrama).



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