Tulio Hernandez
El Nacional
“Son unos
improvisados, no me convencen, pero tal vez vote por ellos sólo para fastidiar
al PP y al PSOE”. Eso fue lo que le escuché decir, refiriéndose a Podemos, a
una amiga venezolana ahora con nacionalidad española.
La entrada
por la puerta grande de Pablo Iglesias y de Podemos en la escena política
nacional es el gran tema que se debate por estos días en España. Y el triunfo
de Alexis Tsipras en las elecciones del pasado domingo en Grecia, la noticia
que pareciera alimentar y de alguna manera naturalizar el nuevo fenómeno
electoral.
Tanto
Iglesias como Tsipras son algo así como la única alternativa electoral para una
parte significativa y mayoritaria de la población que ha llegado a un hartazgo
absoluto con los partidos políticos tradicionales y no guarda esperanza alguna
en cuanto a su capacidad de rectificar, suscitar entusiasmo y dibujar el
futuro.
No
estamos ante dos proyectos políticos cuidadosa y reflexivamente concebidos. Ni
mucho menos ante un trabajo que cosecha mayorías luego de largos años de
intensa siembra proselitista. Iglesias y Tsipras, Podemos y Syriza, son
básicamente un entusiasmo basado más que en sus ideas, en su propuesta moral
que permite el desahogo de millones de españoles y griegos cuyas identidades
políticas se han roto y ahora navegan en el barco de la desafección.
Algunos
venezolanos que hace rato viven en España confiesan que se sienten viviendo
algo conocido. “Esa barajita ya la tenemos”, dicen. Y no les falta razón. En el
caso de España, el PSOE y el PP, luego de largos años de alternancia, se fueron
deshidratando ideológicamente, ensordeciendo ante los reclamos y expectativas
de los electores y, sobre todo, sobreviviendo en el abuso poder confiados en
que nada grave les iba a pasar.
Pero no
fue así. Como AD y Copey en Venezuela, los partidos del estatus español fueron
poco a poco sirviendo la mesa para la llegada, sin invitación, de nuevos
comensales en el festín del poder. Iglesias, como Hugo Chávez en su momento, lo
ha sabido entender y oficia ahora una carrera vertiginosa para mantener y
multiplicar el entusiasmo de unos electores que, como rezaba aquel grafiti, no
piden realidades, sólo quieren promesas.
Los
analista sostienen que los dos grandes anhelos de los griegos son salir del
hueco económico donde se encuentran y dejar de ser tratados como una colonia,
“vivir mejor y no ser humillados” dice Francesc-Marc Alvaro en La Vanguardia
del 29 de enero. Y Tsipras conecta entusiastamente con esa ilusión.
Podemos,
un partido de profesores universitarios, recoge viejas banderas de la izquierda
mundial, entre ella, la más importante, acabar con las desigualdades. Pero aún
no ha explicado como va a lograrlo. Si en el marco de un “capitalismo decente”;
en el retorno a las fórmulas estatistas anticapitalistas que los venezolanos,
como los cubanos, ya lo sabemos, conducen directamente a sufrimientos
cotidianos como el racionamiento y la escasez de leche, café o de papel tualé,
o lo que sería estupendo, a través de nuevos tipos de propiedad social y economía
solidaria que generen equidad sin acabar con las libertades democráticas.
El
fantasma malévolo del chavismo, que contribuyó a la derrota del primer intento
de Ollanta Humala y al último de López Obrador, gravita sobre la imagen de
Podemos. Los venezolanos sabemos que los entusiasmos electorales son como los
grandes enamoramientos. Indetenibles. Pero igualmente hemos experimentado en
carne propia que, en asunto de políticas y de gobiernos, siempre puede haber
algo y alguien peor que aquel o aquello de lo que nos quisimos divorciar.
En medio
de La Boqueria, el legendario mercado de Barcelona, la periodista venezolana
Andrea Daza comenta: “Que paradoja, mientras en Venezuela abandonan el
chavismo, en España se entusiasman con sus aliados”. Ojalá y el costo social
del frenesí no sea del mismo tamaño que el nuestro. Ni España ni Grecia, se lo
merecen. Tampoco nosotros lo merecíamos.
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