FERNANDO RODRIGUEZ
EL NACIONAL
No voy a escribir del supuesto atentado
del que todos hablamos porque realmente me faltan muchas piezas para
hacerme una idea más o menos completa y coherente de asunto. Y no voy a
lanzar otras conjeturas ligeras al inagotable vocerío que ha desatado
los drones en nuestra ya descoyuntada república.
Esperaré que las incógnitas muy
fácticas que existen a estas alturas se vayan respondiendo y se pueda
dar alguna explicación a un hecho que pareciera haber golpeado
sobremanera las escasísimas bases y delimitaciones que permitían alguna
orientación a la búsqueda de un cambio en el país.
No puedo dejar de decir, claro, que
si algo se puede afirmar sin riesgo es que el gobierno ha sacado sus
peores armas, sus más sucias garras, ante el acontecimiento. Deseo que
la oposición saque pronto su versión y su posición sobre lo acaecido;
lo que ha salido es incompleto, disperso y por ende inconcluyente por
decir lo menos. Pero al margen de ese vacío, el gobierno ante el todavía
oscuro estallido de la avenida Bolívar ha abierto las espitas de su
apetito represivo y su inagotable capacidad de mentir. Aunque no
tengamos todavía esa versión exhaustiva opositora baste los ejemplares
documentos de la Asamblea y, sobre todo, el de la posición impecable
de la jerarquía eclesiástica sobre la prisión del diputado Requesens y
otros ciudadanos para ver cuánta basura y vileza se ha volcado sobre
los derechos ciudadanos de estos. O las disparatadas acusaciones de
Maduro contra Santos, Estados Unidos, y todo aquel que le viniese a su
mente enfebrecida y seguramente atemorizada, apenas unas cuantas horas
después de los acontecimientos, que evidencian la pérdida de cualquier
residuo de sensatez gubernamental, si es que alguna quedaba. La
presurosa “investigación” del fiscal es otra muestra de ese proceder sin
formas y sin una pizca de prudencia y decencia jurídicas.
Esto me sirve de punto de partida
para lo que creo, que es, por los momentos, uno de los efectos más
temibles de lo acontecido: ese deterioro de los pocos cimientos con que
contaba la oposición para ordenar su acción. Ahora es presa no solo de
una represión recrudecida y amplificada, sino que en sus ya anarquizadas
o postradas filas se ha encendido una disputa sobre las razones y fines
del supuesto atentado que hace olvidar el necesario destino de su
acción, salir de la tiranía, para entrar en una especie de competencia
detectivesca de lo más rocambolesca…y que pareciera agregar a los
conflictos, reales y míticos, que la hacían mal vivir desde hace ya
tiempo, una algarabía de los adictos a la posverdad, que juran por sus
progenitoras asuntos sobre los cuales no tienen idea y que crean nuevas
tribus que dificultan el esfuerzo unitario. Quizás esa sea una de las
ganancias claras del gobierno, que la gente se desvíe, al menos por un
rato, del hambre y el acecho de la muerte por penuria médica o por el
caco que acecha en la vereda del barrio. A esa sampablera política, con
acompañamiento mediático, hay que sumar desde hoy un conjunto de
medidas económicas, contradictorias, mal pensadas y peor instrumentadas,
todas a un tiempo, capaces de crear un caos en asuntos tan vitales como
el ámbito monetario, el transporte público y privado, el sistema
cambiario, la hiperinflación camino del sol. Como si fuese poco el
deslave en que vivimos.
Y hay que agregar asuntos de tanta
monta como el creciente y desolador problema migratorio que involucra ya
directamente en el problema venezolano a media docena de países de la
región, que internacionaliza a un nivel mucho más real la crisis
nacional. Lo cual no puede sino generar nuevos conflictos, a lo mejor
de incalculables consecuencias.
Todo este desbarajuste metido en la
destartalada batidora que mueve la vida nacional crea un temible
escenario que no sabemos dónde puede parar. Un gobierno perverso,
incapaz y aterrado, pleno de desgarramientos, y una oposición llena de
traumas, escisiones y trabas para la acción, semeja a esos barcos que
ya solo los conducen el vaivén de olas enfurecidas.. Hay que inventar un
orden, para mañana.
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