La implosión de la industria petrolera venezolana
Francisco Monaldi
PRODAVINCI
El sector petrolero venezolano está colapsando. La producción está
cayendo tan rápido que se ha convertido en un gran riesgo geopolítico
para el mercado petrolero. Como más del 90% de las divisas de la
economía venezolana dependen de la exportación petrolera, la caída de la
producción está empeorando lo que ya es la peor depresión económica de
la historia de América Latina. El país está en hiperinflación, y el
colapso económico ha generado una masiva crisis humanitaria y de
refugiados en la región. Más de dos millones de venezolanos han migrado
en los últimos dos años. La “reelección” de Nicolás Maduro fue
considerada como ilegítima por la mayoría del hemisferio occidental y
Europa, y Estados Unidos y otros países occidentales están aplicando
sanciones contra Venezuela. El colapso difícilmente cesará hasta que
ocurra una transición política.
Cuando Hugo Chávez llegó a la presidencia en 1998, la producción petrolera estaba cerca de 3,5 millones de barriles diarios (MMbd). Cuando el presidente Maduro fue elegido por primera vez en abril de 2013, la producción petrolera estaba cerca de 2,7 MMbd; cuando su “reelección” en mayo de 2018, la producción llegaba a la mitad de ese nivel, aproximadamente 1,36 MMbd. El colapso se ha acelerado rápidamente; de hecho, la mayor parte de la caída (aproximadamente 1,25 MMbd) ha ocurrido en los últimos dos años. La producción operada exclusivamente por PDVSA, la empresa petrolera nacional, ha estado cayendo más rápidamente y actualmente se calcula que se encuentra en 600 mil barriles diarios (Mbd), mientras que en el 2016 se encontraba alrededor de 1,5 MMbd, y en 3,1 MMbd para 1998. La producción operada por empresas mixtas, con socios extranjeros, también han ido cayendo recientemente, pero menos intensamente, a 750 Mbd, de 1,1 MMbd en 2016. Incluso la producción operada por las empresas petroleras estatales rusas y chinas han caído, aun cuando estos países le han otorgado un financiamiento importante a PDVSA. El colapso en la producción convencional ha sido más significativo, pero, recientemente, la producción extrapesada también ha estado cayendo. Cerca del 60% de la producción total, alrededor de 800 Mbd, es de petróleo extrapesado, y el país está importando cerca de 125 Mbd de diluyentes para mezclar y reexportar el crudo diluido. Este petróleo pesado se vende a un precio menor que el petróleo más ligero y los márgenes de ganancia en su venta son generalmente más bajos.
Una espiral de la muerte
Menos de la mitad de la producción total de PDVSA, aproximadamente 550 Mbd, generan liquidez. Más de 350 Mbd se consumen en el mercado interno subsidiado, son una pérdida masiva; más de 400 Mbd se utilizan para pagar deudas con Rusia, China y otros acreedores, y alrededor de 50 Mbd se venden a precio subvencionado a Cuba. El colapso del flujo de caja ha resultado en un colapso de la inversión, generando una espiral mortal. Los taladros operativos han caído a 28 en mayo de 2018, un nivel que no se había visto desde la huelga de 2003, menos de la mitad del nivel en 2014-2016 y menos de un cuarto del nivel alcanzado en el pico de producción en los años 90. Asimismo, la producción por taladro es aproximadamente un tercio de lo que era entonces. Se estima que PDVSA debe más de 15 mil millones de dólares a empresas de servicios y socios, además de más de 40 mil millones de dólares en deuda financiera. A excepción de la deuda con Rosneft, la empresa petrolera rusa, PDVSA ha incumplido con todas las demás. Hasta no hace mucho, con pocas excepciones, los acreedores han sido pacientes y no han demandado para cobrar, pero la paciencia está empezando a agostarse. Venezuela y PDVSA incumplieron los pagos de algunos bonos a finales de 2017 y es probable un incumplimiento total en 2018. Los tenedores de bonos se están organizando para desarrollar una estrategia legal para cobrar y algunos proveedores y clientes comenzaron recientemente a tomar acciones legales por incumplimientos del contrato, pero las malas noticias no terminan aquí. Recientemente, a ConocoPhillips le ha sido adjudicado un pago por 2,04 mil millones de dólares de PDVSA, por un tribunal arbitral de la Cámara de Comercio Internacional, como compensación por la expropiación del 2007 de sus bienes en Venezuela. Se movieron rápidamente para embargar los bienes y cargamentos de PDVSA en las islas holandesas del Caribe. Como consecuencia, más del 20% de las exportaciones venezolanas se han entorpecido porque PDVSA dejó de enviar buques petroleros a esas instalaciones y había cerca de 80 buques en aguas venezolanas a finales de mayo, un inventario masivo acumulado. Reuters reportó que las exportaciones venezolanas bajaron a 765 Mbd en la primera mitad de junio de 1,13 Mbd en mayo. Este tipo de problemas legales es probable que incrementen cuando los acreedores con incumplimientos de pagos también intenten obtener bienes, cargamentos y fuentes de ingreso. CITGO, la subsidiaria de refinación de PDVSA en EE. UU, es un posible blanco de litigación.
El peso internacional de las sanciones
El Gobierno estadounidense le impuso sanciones financieras a Venezuela y PDVSA, limitando su capacidad para emitir, reestructurar o refinanciar deudas, vender bienes, incluyendo créditos, o para obtener dividendos de CITGO. Las sanciones le han dificultado a PDVSA la compra de diluyentes en EUA sin pagar de contado, obtener cartas de créditos o acumular atrasos con compañías de servicios. Las sanciones también implican que cualquier programa de ajuste macroeconómico con renegociación de la deuda requiere de la aprobación de Estados Unidos. Este último se ha abstenido de aplicar sanciones petroleras; no han limitado la exportación de diluyentes y productos refinados ni han prohibido la importación petrolera desde Venezuela. Aunque las autoridades estadounidenses han anunciado que estas sanciones están todavía sobre la mesa, parece poco probable que las implementen, especialmente la prohibición de importación. La industria petrolera venezolana se está hundiendo sin estas sanciones, así que ¿por qué aceptarían la culpa del colapso y su impacto en el mercado petrolero, especialmente cuando hay otras prioridades como las sanciones iraníes?
El mercado interno
Aunque el mercado nacional, actualmente por debajo de 400 Mbd, ha colapsado en menos de la mitad de cuando estaba en su pico, sobrepasando el colapso en el PIB, éste aún representa una pérdida masiva para PDVSA. El combustible de transporte y la electricidad son “gratis” y no se llegan a cubrir ni los costos de distribución. Refinerías nacionales están operando a menos de un tercio de su capacidad y Venezuela ha estado importando cada vez más productos para el mercado nacional. La producción del parque refinador nacional a principios de junio estuvo por debajo de 500 Mbd, 144 Mbd menos que el año pasado, y el contrabando a países vecinos continúa. A menos de que el país elimine los subsidios energéticos, al ritmo al que la producción está bajando puede que éste necesite racionar el consumo de energía para mantener un superávit por exportaciones.
Una lucha de supervivencia
La catastrófica situación socioeconómica -el colapso del crecimiento, la hiperinflación, el incremento de pobreza, el crimen desenfrenado y la hambruna- también está jugando un papel en la industria petrolera. Los salarios reales, incluso aquéllos para los trabajadores petroleros “privilegiados”, han colapsado. Los empleados no se presentan en el trabajo, culpando la falta de transporte y la incapacidad de PDVSA de proveerles comida, uniformes y condiciones laborales seguras. Aquéllos que pueden, incluyendo algunos de los mejores ingenieros, se van del país y, en total, han renunciado aproximadamente más de 20 mil empleados en el último año. El robo de equipos se ha convertido en uno de los principales impedimentos para operar. Desde cables y repuestos hasta equipos multimillonarios, todo pareciera estar en riesgo. Los trabajadores han incluso presenciado robos armados dentro de las instalaciones de la industria. La corrupción también está muy presente, no sólo al inflar los costos, sino también al retrasar la ejecución de incluso las tareas más sencillas. En 2017, la administración de Maduro lanzó una campaña anticorrupción, la cual se ha percibido como una purga de origen político, un ajuste de cuentas. Como resultado, los últimos tres presidentes de PDVSA fueron imputados, al igual que más de cien ejecutivos. El ya limitado equipo de profesionales con experiencia ahora ha casi desaparecido. La “solución” de Maduro fue militarizar la industria petrolera. Un general de la Guardia Nacional sin ninguna experiencia relevante fue designado como ministro de Petróleo y el director general de PDVSA.
La remota posibilidad de un plan de recuperación
En junio, el Gobierno anunció un “plan” para incrementar la producción en un millón de barriles diarios en un año. El objetivo es la reactivación de casi mil pozos inactivos usando contratos de servicios. Los detalles son poco claros, pero parece que los contratistas recuperarán costos con los nuevos barriles de producción y recibirán una prima por los barriles adicionales a una base de referencia. Propuestas similares han sido anunciadas en el pasado sin ningún logro concreto y esta vez es poco probable que se generen resultados mucho mejores. La situación de flujo de caja está peor y la compañía carece de recursos humanos para supervisar apropiadamente dicho programa. El Gobierno cambió la ley para darle al ministro de Petróleo poder absoluto para firmar y modificar contratos sin la aprobación de la legislatura controlada por la oposición. Esto podría otorgarles una oportunidad para desarrollar alguna estructura “creativa” que garantice los pagos a los contratistas de maneras que no estaban permitidas anteriormente. Pero, como cabe esperar, dado el registro histórico de decepciones, hay escepticismo sobre la habilidad de PDVSA para implementar el plan.
Las incertidumbres del mercado global
Debido al colapso de la producción, Venezuela está sobrecumpliendo con los cortes de la OPEP en más del 700%. Eso ha ayudado a alcanzar los objetivos de la OPEP de reducir el inventario acumulado, balanceando al mercado petrolero mundial y ejerciendo una presión alcista en el precio del petróleo. Asimismo, es poco probable que Venezuela revierta esa baja pronto. La situación de Venezuela, junto al anuncio de EUA sobre nuevas sanciones a Irán, forzó a la OPEP a revisar el acuerdo con Rusia y otros países no pertenecientes a la OPEC, incrementando el tope de producción.
La caída de producción de petróleo pesado en Venezuela, junto a la de México, ha afectado la oferta de petróleo pesado a las refinerías en la Costa del Golfo de EUA (USGC). Estas refinerías fueron diseñadas para una dieta de petróleo pesado, y han estado buscando alternativas de suministro. Según Platts, USGC importó de Venezuela aproximadamente 249 Mbd de crudo pesado en los primeros cinco meses de 2018, disminuyendo de 530 Mbd en el mismo periodo de 2017 y 659 Mbd en 2016. La exportación del crudo canadiense al área de la USGC ha incrementado de 336 Mdb en enero a 530 Mdb en junio, pero la falta de infraestructura para transporte limita la capacidad de Canadá para cubrir la brecha de suministro. Hasta que se construya el oleoducto de Keystone XL, el cual le proporcionará alrededor de 800 Mdb de petróleo canadiense directamente a la USGC, las importaciones de petróleo pesado desde el medio oriente, particularmente Irak, tendrían que aumentar. Venezuela tiene incentivos para exportar a EUA la mayor cantidad posible de su escasa producción porque es su mercado más rentable y el único que genera flujo de caja significativo. La mayor parte de las exportaciones a Asia, y especialmente a China, están destinadas a pagar las deudas. De hecho, el CSIS informa que, desde marzo, las exportaciones a China han disminuido, mientras que una gran parte de las exportaciones se han enviado a USGC y a la India. Sin embargo, la realidad del colapso de la producción venezolana, junto a las dificultades para obtener diluyentes y los efectos negativos de las sanciones financieras, hace más probable que haya un incremento en la escasez de petróleo pesado en USGC. Como consecuencia, la divergencia de precios entre crudos ligeros y pesados continuaría cayendo, potencialmente reduciendo la rentabilidad de las refinerías de USGC. Reuters informó recientemente que Venezuela no estaba cumpliendo la mayoría de sus compromisos contractuales con sus clientes. En abril, el compromiso de suministro contractual con clientes estadounidenses fue aproximadamente de 600 Mbd y PDVSA ni siquiera cumplió con la mitad. Los compromisos contractuales con India y China también fueron parcialmente incumplidos y sólo los compromisos con Rusia fueron alcanzados. Es particularmente sorprendente que, según Reuters, Venezuela estaba comprando a terceros para cumplir sus compromisos de crudo subvencionado con Cuba, una decisión bastante costosa que sólo puede explicarse por intereses políticos.
Dos caminos divergentes
De cara al futuro, el régimen y la industria petrolera venezolana enfrentan dos caminos radicalmente divergentes. El primero requiere un programa de estabilización macroeconómica con una reestructuración de la deuda y el apoyo del FMI y de la comunidad internacional. También requiere masiva inversión extranjera en la industria petrolera. Para aumentar la producción en aproximadamente 200 Mbd por año, Venezuela necesitaría invertir en promedio cerca de 20 mil millones de dólares al año por una década y el Gobierno venezolano sólo podría financiar una pequeña fracción de ese monto. Para atraer inversiones extranjeras, se necesitaría una reforma petrolera que ofrezca credibilidad institucional y contractual. Tal camino sería impensable sin la cooperación de EUA y otros países occidentales, levantando sanciones a cambio de pasos significativos para reestablecer la democracia constitucional. Sin un plan de esta naturaleza, pareciera casi imposible parar la hiperinflación reanudar el crecimiento económico y recuperar la producción petrolera. Por supuesto, no hay ninguna señal de que el régimen estaría dispuesto a negociar dicho trato, uno que debilitaría su control del poder.
En el otro camino la producción petrolera continúa disminuyendo; los acreedores arrinconan al país, incautando activos, cargamentos y flujos de ingresos; las compañías occidentales tienen un papel decreciente en el sector petrolero; Rusia y China incrementan su rol en la exportación de crudo venezolano y, renuentemente, se convierten en los más grandes operadores de la declinante industria petrolera; el país se aísla políticamente, y el masivo éxodo de inmigrantes a la región continúa.
No pareciera haber mucho espacio para un punto intermedio. Quizás un gran incremento en el precio del petróleo podría hacer menos dramático el segundo escenario. Incluso una transición dentro del régimen, la cual podrían ver como favorable algunos aliado claves, requeriría moverse hacia el primer camino para evitar el segundo. La pregunta, entonces, es ¿puede ser políticamente sustentable el segundo camino? Parece inverosímil, pero no puede ser descartado. La ruta electoral se ha cerrado, las conspiraciones militares contra Maduro han sido decisivamente aplastadas y las presiones internacionales parecen haber tenido poco efecto en el régimen. Por ende, el futuro de Venezuela y su industria petrolera lucen sombrías.
¿Dónde está el fondo?
Hasta hace poco más de un año, la producción de empresas mixtas había demostrado mucha más resiliencia que la de PDVSA. Además, la producción de petróleo extrapesado, con poco riesgo geológico, había compensado parcialmente el brusco descenso en campos petroleros convencionales. Como consecuencia, se esperaba que la disminución de la producción se ralentizara y asintóticamente alcanzara cierto nivel, por ejemplo, 800-900 Mbd, que está cerca de los niveles de la “producción sostenible” de las empresas mixtas. Sin embargo, el año pasado ha puesto a prueba algunos de estos supuestos. La producción de las empresas mixtas está cayendo y la infraestructura para aumentar el crudo extrapesado diluido no ha sido desarrollada. Todos los problemas descritos anteriormente, de recursos humanos, los robos, sanciones, etc., no parecieran tener un fin cercano. Por ende, ciertos analistas han empezado a hacer predicciones apocalípticas: que Venezuela se convertirá en un importador neto de petróleo en 2019, que las refinerías en Venezuela operarán principalmente con petróleo importado, que Venezuela deberá retirarse de la OPEP. El problema con esas proyecciones es que si Venezuela no exporta, no podrá importar nada. Entonces, el país no puede convertirse en un importador neto de petróleo. Así que, el Gobierno tendrá que hacer todo lo que pueda para mantener las exportaciones y cierto flujo de caja. Es una cuestión de supervivencia. Parece poco probable que puedan estabilizar la producción, mucho menos revertir su caída, pero quizás puedan ralentizarla y reducir el consumo interno para permitir más exportaciones. Al ritmo actual de caída, la producción podría alcanzar el umbral de un millón de barriles diarios para el fin de 2018. No está muy claro dónde se encuentra el “fondo” del nivel de producción. Todo apunta hacia abajo, pero el Gobierno deberá reaccionar o si no éste también colapsará.
***
Este artículo fue traducido al español por Samantha Ruggiero y publicado originalmente en inglés en la Revista World Energy (WE) en julio de 2018.
Francisco Monaldi es profesor e investigador del Instituto Baker de Políticas Públicas de la Universidad de Rice en Houston, investigador asociado del Centro de Política Energética Global de la Universidad de Columbia en Nueva York y director fundador del Centro de Energía y Ambiente del IESA en Caracas.
Cuando Hugo Chávez llegó a la presidencia en 1998, la producción petrolera estaba cerca de 3,5 millones de barriles diarios (MMbd). Cuando el presidente Maduro fue elegido por primera vez en abril de 2013, la producción petrolera estaba cerca de 2,7 MMbd; cuando su “reelección” en mayo de 2018, la producción llegaba a la mitad de ese nivel, aproximadamente 1,36 MMbd. El colapso se ha acelerado rápidamente; de hecho, la mayor parte de la caída (aproximadamente 1,25 MMbd) ha ocurrido en los últimos dos años. La producción operada exclusivamente por PDVSA, la empresa petrolera nacional, ha estado cayendo más rápidamente y actualmente se calcula que se encuentra en 600 mil barriles diarios (Mbd), mientras que en el 2016 se encontraba alrededor de 1,5 MMbd, y en 3,1 MMbd para 1998. La producción operada por empresas mixtas, con socios extranjeros, también han ido cayendo recientemente, pero menos intensamente, a 750 Mbd, de 1,1 MMbd en 2016. Incluso la producción operada por las empresas petroleras estatales rusas y chinas han caído, aun cuando estos países le han otorgado un financiamiento importante a PDVSA. El colapso en la producción convencional ha sido más significativo, pero, recientemente, la producción extrapesada también ha estado cayendo. Cerca del 60% de la producción total, alrededor de 800 Mbd, es de petróleo extrapesado, y el país está importando cerca de 125 Mbd de diluyentes para mezclar y reexportar el crudo diluido. Este petróleo pesado se vende a un precio menor que el petróleo más ligero y los márgenes de ganancia en su venta son generalmente más bajos.
Una espiral de la muerte
Menos de la mitad de la producción total de PDVSA, aproximadamente 550 Mbd, generan liquidez. Más de 350 Mbd se consumen en el mercado interno subsidiado, son una pérdida masiva; más de 400 Mbd se utilizan para pagar deudas con Rusia, China y otros acreedores, y alrededor de 50 Mbd se venden a precio subvencionado a Cuba. El colapso del flujo de caja ha resultado en un colapso de la inversión, generando una espiral mortal. Los taladros operativos han caído a 28 en mayo de 2018, un nivel que no se había visto desde la huelga de 2003, menos de la mitad del nivel en 2014-2016 y menos de un cuarto del nivel alcanzado en el pico de producción en los años 90. Asimismo, la producción por taladro es aproximadamente un tercio de lo que era entonces. Se estima que PDVSA debe más de 15 mil millones de dólares a empresas de servicios y socios, además de más de 40 mil millones de dólares en deuda financiera. A excepción de la deuda con Rosneft, la empresa petrolera rusa, PDVSA ha incumplido con todas las demás. Hasta no hace mucho, con pocas excepciones, los acreedores han sido pacientes y no han demandado para cobrar, pero la paciencia está empezando a agostarse. Venezuela y PDVSA incumplieron los pagos de algunos bonos a finales de 2017 y es probable un incumplimiento total en 2018. Los tenedores de bonos se están organizando para desarrollar una estrategia legal para cobrar y algunos proveedores y clientes comenzaron recientemente a tomar acciones legales por incumplimientos del contrato, pero las malas noticias no terminan aquí. Recientemente, a ConocoPhillips le ha sido adjudicado un pago por 2,04 mil millones de dólares de PDVSA, por un tribunal arbitral de la Cámara de Comercio Internacional, como compensación por la expropiación del 2007 de sus bienes en Venezuela. Se movieron rápidamente para embargar los bienes y cargamentos de PDVSA en las islas holandesas del Caribe. Como consecuencia, más del 20% de las exportaciones venezolanas se han entorpecido porque PDVSA dejó de enviar buques petroleros a esas instalaciones y había cerca de 80 buques en aguas venezolanas a finales de mayo, un inventario masivo acumulado. Reuters reportó que las exportaciones venezolanas bajaron a 765 Mbd en la primera mitad de junio de 1,13 Mbd en mayo. Este tipo de problemas legales es probable que incrementen cuando los acreedores con incumplimientos de pagos también intenten obtener bienes, cargamentos y fuentes de ingreso. CITGO, la subsidiaria de refinación de PDVSA en EE. UU, es un posible blanco de litigación.
El peso internacional de las sanciones
El Gobierno estadounidense le impuso sanciones financieras a Venezuela y PDVSA, limitando su capacidad para emitir, reestructurar o refinanciar deudas, vender bienes, incluyendo créditos, o para obtener dividendos de CITGO. Las sanciones le han dificultado a PDVSA la compra de diluyentes en EUA sin pagar de contado, obtener cartas de créditos o acumular atrasos con compañías de servicios. Las sanciones también implican que cualquier programa de ajuste macroeconómico con renegociación de la deuda requiere de la aprobación de Estados Unidos. Este último se ha abstenido de aplicar sanciones petroleras; no han limitado la exportación de diluyentes y productos refinados ni han prohibido la importación petrolera desde Venezuela. Aunque las autoridades estadounidenses han anunciado que estas sanciones están todavía sobre la mesa, parece poco probable que las implementen, especialmente la prohibición de importación. La industria petrolera venezolana se está hundiendo sin estas sanciones, así que ¿por qué aceptarían la culpa del colapso y su impacto en el mercado petrolero, especialmente cuando hay otras prioridades como las sanciones iraníes?
El mercado interno
Aunque el mercado nacional, actualmente por debajo de 400 Mbd, ha colapsado en menos de la mitad de cuando estaba en su pico, sobrepasando el colapso en el PIB, éste aún representa una pérdida masiva para PDVSA. El combustible de transporte y la electricidad son “gratis” y no se llegan a cubrir ni los costos de distribución. Refinerías nacionales están operando a menos de un tercio de su capacidad y Venezuela ha estado importando cada vez más productos para el mercado nacional. La producción del parque refinador nacional a principios de junio estuvo por debajo de 500 Mbd, 144 Mbd menos que el año pasado, y el contrabando a países vecinos continúa. A menos de que el país elimine los subsidios energéticos, al ritmo al que la producción está bajando puede que éste necesite racionar el consumo de energía para mantener un superávit por exportaciones.
Una lucha de supervivencia
La catastrófica situación socioeconómica -el colapso del crecimiento, la hiperinflación, el incremento de pobreza, el crimen desenfrenado y la hambruna- también está jugando un papel en la industria petrolera. Los salarios reales, incluso aquéllos para los trabajadores petroleros “privilegiados”, han colapsado. Los empleados no se presentan en el trabajo, culpando la falta de transporte y la incapacidad de PDVSA de proveerles comida, uniformes y condiciones laborales seguras. Aquéllos que pueden, incluyendo algunos de los mejores ingenieros, se van del país y, en total, han renunciado aproximadamente más de 20 mil empleados en el último año. El robo de equipos se ha convertido en uno de los principales impedimentos para operar. Desde cables y repuestos hasta equipos multimillonarios, todo pareciera estar en riesgo. Los trabajadores han incluso presenciado robos armados dentro de las instalaciones de la industria. La corrupción también está muy presente, no sólo al inflar los costos, sino también al retrasar la ejecución de incluso las tareas más sencillas. En 2017, la administración de Maduro lanzó una campaña anticorrupción, la cual se ha percibido como una purga de origen político, un ajuste de cuentas. Como resultado, los últimos tres presidentes de PDVSA fueron imputados, al igual que más de cien ejecutivos. El ya limitado equipo de profesionales con experiencia ahora ha casi desaparecido. La “solución” de Maduro fue militarizar la industria petrolera. Un general de la Guardia Nacional sin ninguna experiencia relevante fue designado como ministro de Petróleo y el director general de PDVSA.
La remota posibilidad de un plan de recuperación
En junio, el Gobierno anunció un “plan” para incrementar la producción en un millón de barriles diarios en un año. El objetivo es la reactivación de casi mil pozos inactivos usando contratos de servicios. Los detalles son poco claros, pero parece que los contratistas recuperarán costos con los nuevos barriles de producción y recibirán una prima por los barriles adicionales a una base de referencia. Propuestas similares han sido anunciadas en el pasado sin ningún logro concreto y esta vez es poco probable que se generen resultados mucho mejores. La situación de flujo de caja está peor y la compañía carece de recursos humanos para supervisar apropiadamente dicho programa. El Gobierno cambió la ley para darle al ministro de Petróleo poder absoluto para firmar y modificar contratos sin la aprobación de la legislatura controlada por la oposición. Esto podría otorgarles una oportunidad para desarrollar alguna estructura “creativa” que garantice los pagos a los contratistas de maneras que no estaban permitidas anteriormente. Pero, como cabe esperar, dado el registro histórico de decepciones, hay escepticismo sobre la habilidad de PDVSA para implementar el plan.
Las incertidumbres del mercado global
Debido al colapso de la producción, Venezuela está sobrecumpliendo con los cortes de la OPEP en más del 700%. Eso ha ayudado a alcanzar los objetivos de la OPEP de reducir el inventario acumulado, balanceando al mercado petrolero mundial y ejerciendo una presión alcista en el precio del petróleo. Asimismo, es poco probable que Venezuela revierta esa baja pronto. La situación de Venezuela, junto al anuncio de EUA sobre nuevas sanciones a Irán, forzó a la OPEP a revisar el acuerdo con Rusia y otros países no pertenecientes a la OPEC, incrementando el tope de producción.
La caída de producción de petróleo pesado en Venezuela, junto a la de México, ha afectado la oferta de petróleo pesado a las refinerías en la Costa del Golfo de EUA (USGC). Estas refinerías fueron diseñadas para una dieta de petróleo pesado, y han estado buscando alternativas de suministro. Según Platts, USGC importó de Venezuela aproximadamente 249 Mbd de crudo pesado en los primeros cinco meses de 2018, disminuyendo de 530 Mbd en el mismo periodo de 2017 y 659 Mbd en 2016. La exportación del crudo canadiense al área de la USGC ha incrementado de 336 Mdb en enero a 530 Mdb en junio, pero la falta de infraestructura para transporte limita la capacidad de Canadá para cubrir la brecha de suministro. Hasta que se construya el oleoducto de Keystone XL, el cual le proporcionará alrededor de 800 Mdb de petróleo canadiense directamente a la USGC, las importaciones de petróleo pesado desde el medio oriente, particularmente Irak, tendrían que aumentar. Venezuela tiene incentivos para exportar a EUA la mayor cantidad posible de su escasa producción porque es su mercado más rentable y el único que genera flujo de caja significativo. La mayor parte de las exportaciones a Asia, y especialmente a China, están destinadas a pagar las deudas. De hecho, el CSIS informa que, desde marzo, las exportaciones a China han disminuido, mientras que una gran parte de las exportaciones se han enviado a USGC y a la India. Sin embargo, la realidad del colapso de la producción venezolana, junto a las dificultades para obtener diluyentes y los efectos negativos de las sanciones financieras, hace más probable que haya un incremento en la escasez de petróleo pesado en USGC. Como consecuencia, la divergencia de precios entre crudos ligeros y pesados continuaría cayendo, potencialmente reduciendo la rentabilidad de las refinerías de USGC. Reuters informó recientemente que Venezuela no estaba cumpliendo la mayoría de sus compromisos contractuales con sus clientes. En abril, el compromiso de suministro contractual con clientes estadounidenses fue aproximadamente de 600 Mbd y PDVSA ni siquiera cumplió con la mitad. Los compromisos contractuales con India y China también fueron parcialmente incumplidos y sólo los compromisos con Rusia fueron alcanzados. Es particularmente sorprendente que, según Reuters, Venezuela estaba comprando a terceros para cumplir sus compromisos de crudo subvencionado con Cuba, una decisión bastante costosa que sólo puede explicarse por intereses políticos.
Dos caminos divergentes
De cara al futuro, el régimen y la industria petrolera venezolana enfrentan dos caminos radicalmente divergentes. El primero requiere un programa de estabilización macroeconómica con una reestructuración de la deuda y el apoyo del FMI y de la comunidad internacional. También requiere masiva inversión extranjera en la industria petrolera. Para aumentar la producción en aproximadamente 200 Mbd por año, Venezuela necesitaría invertir en promedio cerca de 20 mil millones de dólares al año por una década y el Gobierno venezolano sólo podría financiar una pequeña fracción de ese monto. Para atraer inversiones extranjeras, se necesitaría una reforma petrolera que ofrezca credibilidad institucional y contractual. Tal camino sería impensable sin la cooperación de EUA y otros países occidentales, levantando sanciones a cambio de pasos significativos para reestablecer la democracia constitucional. Sin un plan de esta naturaleza, pareciera casi imposible parar la hiperinflación reanudar el crecimiento económico y recuperar la producción petrolera. Por supuesto, no hay ninguna señal de que el régimen estaría dispuesto a negociar dicho trato, uno que debilitaría su control del poder.
En el otro camino la producción petrolera continúa disminuyendo; los acreedores arrinconan al país, incautando activos, cargamentos y flujos de ingresos; las compañías occidentales tienen un papel decreciente en el sector petrolero; Rusia y China incrementan su rol en la exportación de crudo venezolano y, renuentemente, se convierten en los más grandes operadores de la declinante industria petrolera; el país se aísla políticamente, y el masivo éxodo de inmigrantes a la región continúa.
No pareciera haber mucho espacio para un punto intermedio. Quizás un gran incremento en el precio del petróleo podría hacer menos dramático el segundo escenario. Incluso una transición dentro del régimen, la cual podrían ver como favorable algunos aliado claves, requeriría moverse hacia el primer camino para evitar el segundo. La pregunta, entonces, es ¿puede ser políticamente sustentable el segundo camino? Parece inverosímil, pero no puede ser descartado. La ruta electoral se ha cerrado, las conspiraciones militares contra Maduro han sido decisivamente aplastadas y las presiones internacionales parecen haber tenido poco efecto en el régimen. Por ende, el futuro de Venezuela y su industria petrolera lucen sombrías.
¿Dónde está el fondo?
Hasta hace poco más de un año, la producción de empresas mixtas había demostrado mucha más resiliencia que la de PDVSA. Además, la producción de petróleo extrapesado, con poco riesgo geológico, había compensado parcialmente el brusco descenso en campos petroleros convencionales. Como consecuencia, se esperaba que la disminución de la producción se ralentizara y asintóticamente alcanzara cierto nivel, por ejemplo, 800-900 Mbd, que está cerca de los niveles de la “producción sostenible” de las empresas mixtas. Sin embargo, el año pasado ha puesto a prueba algunos de estos supuestos. La producción de las empresas mixtas está cayendo y la infraestructura para aumentar el crudo extrapesado diluido no ha sido desarrollada. Todos los problemas descritos anteriormente, de recursos humanos, los robos, sanciones, etc., no parecieran tener un fin cercano. Por ende, ciertos analistas han empezado a hacer predicciones apocalípticas: que Venezuela se convertirá en un importador neto de petróleo en 2019, que las refinerías en Venezuela operarán principalmente con petróleo importado, que Venezuela deberá retirarse de la OPEP. El problema con esas proyecciones es que si Venezuela no exporta, no podrá importar nada. Entonces, el país no puede convertirse en un importador neto de petróleo. Así que, el Gobierno tendrá que hacer todo lo que pueda para mantener las exportaciones y cierto flujo de caja. Es una cuestión de supervivencia. Parece poco probable que puedan estabilizar la producción, mucho menos revertir su caída, pero quizás puedan ralentizarla y reducir el consumo interno para permitir más exportaciones. Al ritmo actual de caída, la producción podría alcanzar el umbral de un millón de barriles diarios para el fin de 2018. No está muy claro dónde se encuentra el “fondo” del nivel de producción. Todo apunta hacia abajo, pero el Gobierno deberá reaccionar o si no éste también colapsará.
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Este artículo fue traducido al español por Samantha Ruggiero y publicado originalmente en inglés en la Revista World Energy (WE) en julio de 2018.
Francisco Monaldi es profesor e investigador del Instituto Baker de Políticas Públicas de la Universidad de Rice en Houston, investigador asociado del Centro de Política Energética Global de la Universidad de Columbia en Nueva York y director fundador del Centro de Energía y Ambiente del IESA en Caracas.
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