TRINO MARQUEZ
Después de varios días de ocurridos los sucesos de la Av.
Bolívar, algunas cuestiones van quedando claras. La operación con los dos
drones fue adelantada por el grupo de irreductibles ligado al asalto al Fuerte Paramacay,
que logró mantenerse en libertad cuando Juan Caguaripano fue capturado por los
cuerpos de seguridad del Estado. Este núcleo -vinculado con sectores de la
“Resistencia”, tan activa en las calles de Caracas durante el largo ciclo de
protestas de 2017- considera que la crisis venezolana no se resolverá por la
vía pacífica, ni electoral, sino a través de una conjura o un acto heroico que deponga al régimen de Nicolás Maduro por
la fuerza. Así como el gobierno cuanta con su fracción guerrerista, en el vasto
cosmos de la oposición también existen los Rambos, que se consideran
predestinados a ejecutar misiones espectaculares, no importa que
carezcan de toda relación orgánica con las fuerzas organizadas.
La “Operación
Fénix”, como ha sido calificada por sus promotores, no sirvió para enviar al
plano astral a Nicolás Maduro y al Alto Mando, pero sí contribuyó a enrarecer
aún más el turbio ambiente nacional, proporcionándole al ruinoso y desangelado
gobierno de Maduro argumentos para atacar sin misericordia a la oposición y desviar
el foco sobre los graves problemas nacionales. Las primeras víctimas de la
escalada represiva fueron Julio Borges, en el exilio desde hace varios meses, y
el joven y combativo Juan Requesens, ambos miembros de la Asamblea Nacional y
de Primero Justicia. Probablemente, la espiral incluya a otros dirigentes en el
futuro cercano. En la arremetida contra Borges y Requesens, de paso, se violó
una vez más la Constitución, artículo 200, que establece de forma taxativa el
procedimiento a seguir para allanar la inmunidad de un diputado.
El episodio de
la Av. Bolívar ocurre en medio de la coyuntura económica y social más grave registrada
en Venezuela. Cuatro días antes se había producido un apagón que dejó sin luz a
Caracas y a más de la mitad interior del país. Frente a esta falla, que se
repite maquinalmente en períodos cada vez más cortos, las “explicaciones” de
Luis Motta Domínguez fueron de un descaro obsceno. Incapaz de admitir su
abismal ineptitud, volvió a hablar de saboteo de la ultraderecha. Mostró ante
la nación y el mundo unos cables, parecidos a los de una computadora, que
supuestamente habían sido cortados por los saboteadores con el avieso plan
de provocar la interrupción del servicio
eléctrico. Las protestas de las valientes enfermeras y los médicos, se
mantienen. La inflación continúa devorando el ingreso de los venezolanos. Los enfermos
se mueren de mengua y los niños no reciben alimentos en los hospitales. La diáspora
hacia el exterior crece con las horas.
La
responsabilidad del régimen de Maduro frente a la desintegración del país ha
quedado atenuada por algunos días, porque el mandatario convirtió el incidente del
4 de agosto en una tabla para surfear la
crisis junto al Alto Mando Militar, la otra cúpula afectada.
A la “Operación
Fénix” el gobierno le opuso la operación
desmesura. En un país donde prevalezca la sindéresis, el jefe del Estado habría delegado en el
Ministro del Interior o en el jefe de la Policía el esclarecimiento de los
hechos. En la Venezuela exagerada de Maduro, el propio presidente asumió la
denuncia e investigación. Resulta obvio que el mandatario necesita construir su
propia leyenda. Convertirse en un héroe prometeico. ¡Soy tan importante que mis
enemigos quieren asesinarme!
Su drama es que
nada de lo que dice o hace resulta creíble o transcendental. Los esfuerzos que
realiza para dotar de majestad lo ocurrido en la Av. Bolívar no cristalizan.
Ninguno de los gobiernos democráticos, ninguno de los parlamentos o de los
medios de comunicación importantes del planeta les confieren credibilidad a sus
palabras. No logra equipararse a Chávez, mucho menos a Fidel Castro. Rómulo
Betancourt le queda demasiado grande. En
torno a su figura, sus declaraciones y discursos sólo provocan suspicacias.
Dudas arraigadas en su comportamiento desmedido. En la interminable cadena de
pretendidos intentos de magnicidio que jamás se concretaron y cuyos
responsables nunca aparecieron. En la ausencia de instituciones u organismos
independientes capaces de llevar adelante una investigación seria e
independiente que elabore una radiografía de los hechos y muestre su
concatenación. Mostrar el testimonio de un delator en cadena nacional, antes
que favorecerlo dibujó de una forma más opaca su imagen.
En este vértice
el plano comunicacional la labor del gobierno ha fracasado. Ha podido distraer
un poco la atención nacional, pero no ha logrado transformar el atentado en un
magnicidio, con toda la carga emotiva que el hecho conlleva. La estampida de la
gloriosa Guardia Nacional y la dramática soledad y desamparo de Cilia ese día,
fueron otros signos de la decadencia del régimen que los drones mostraron.
@trinomarquezc
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