WOLFGANG GIL
PRODAVINCI
"Si la montaña viene hacia ti, ¡Corre! Es un derrumbe"
Les Luthiers
Imaginemos que aparece un pergamino apócrifo que refiere que la Atlántida no colapsó como lo narró Platón en el diálogo Critias.
Sin embargo, el pergamino coincide con el filósofo griego en que la
Atlántida era una civilización de avanzada tecnología para su tiempo,
que se derrumbó por la soberbia de sus gobernantes. Pero nada de grandes
terremotos o volcanes escupiendo lava hacia los templos. En su lugar,
el documento cuenta otra historia.
Comenzó cuando un grupo de los guerreros que debían proteger las
leyes de la ciudad, se hicieron del poder. De inmediato dieron pie a una
política demagógica que ofrecía a los pobres vivir sin trabajar, con la
condición de que les otorgaran poderes dictatoriales a los nuevos
gobernantes. La consigna: una forma particular de búsqueda de igualdad.
Arrebatar las propiedades a los ricos. De seguidas, la ciudad-estado
dejó de producir alimentos y medicinas. Los ciudadanos empezaron a
sufrir de hambre y enfermedades.
Cuando iniciaron las protestas, la población fue reprimida con
violencia, cárceles y torturas. Los gobernantes despilfarraron el tesoro
público, se construyeron grandes palacios y erigieron estatuas de sí
mismos. Al final, la mitad de la población huyó en balsas improvisadas.
Los que se quedaron se convirtieron en muertos vivientes.
Al final, los escribanos oficiales y los burócratas dejaron de
trabajar para el Estado porque no podían pagarles. Policía y ejército
abandonaron sus puestos. La ciudad quedó desierta. Hasta los tiranos
huyeron debido a las pestes que azotaron la isla.
Pasos de la implosión
El relato, que es mera ficción, da cuenta de un fenómeno que ha
tenido lugar en ciertos momentos de la historia en donde tuvo lugar una
implosión. Implosión es la acción de romperse hacia dentro con estruendo
de las paredes una cavidad cuya presión es inferior a la externa, rezan
los diccionarios. La definición refiere al sentido literal del término,
al físico. Luego, ese significado se extiende en forma metafórica a
otras realidades, especialmente la realidad político-social. Una
sociedad implosiona cuando su decadencia no se debe a un estallido, sino
cuando se corroe su estructura y no puede resistir las presiones
externas. Esa corrosión tiene lugar debido a la quiebra moral. Como
afirmaba el Premio Nobel de Medicina Alexis Carrel: “El sentido moral es
de gran importancia. Cuando desaparece de una nación, toda la
estructura social va hacia el derrumbe”.
Existen ciertos patrones generalizados en cuanto al colapso social.
Todo comienza cuando los miembros de esas sociedades incurren en el
pecado de la soberbia, y son incapaces de reconocer que la situación es
producto de sus decisiones equivocadas. La tragedia que se puede resumir
en tres actos.
El primero. Sucede cuando una vieja clase gobernante desdeña sus
deberes para con la sociedad en su conjunto, ocasionando que las clases
sociales se sientan insatisfechas. Esto ocasiona que comience a perderse
el sentido de la vida a nivel social. Aparecen nuevos actores que
ofrecen justicia, pasiones políticas, en sustitución a la falta de
sentido de la vida. Las pasiones políticas son sucedáneas de lo que
realmente es la finalidad legítima de la existencia. Consisten en odiar a
las otras clases sociales u odiar a las otras naciones.
Segundo acto. Los nuevos demagogos se hacen con el poder frente a la
incapacidad de las antiguas élites. La economía se estanca y la vida se
dificulta. Una atmósfera de crueldad envuelve la sociedad. Las clases
dominantes prefieren negar el estancamiento. De lo contrario, admitirían
su fracaso. El contrato social queda irreparablemente dañado. A cada
ciudadano común le toca un pedazo cada vez más pequeño del pastel.
Comienza la guerra de todos contra todos, el Estado de Naturaleza
hobbesiano. Los ciudadanos deben competir más y más brutalmente para
sobrevivir. El nivel de vida de sus padres y abuelos se convierte en un
imposible. Los vínculos sociales se rompen. Las normas se desintegran.
Tercer acto. Los gobernantes tiránicos comienzan a exterminar a los
más débiles y ocasionan las hambrunas. Provocan grandes éxodos de la
población. Las soflamas no surten ya efecto. El gobierno no tiene nada
que ofrecer a la sociedad, además de represión. Los dirigentes solo
piensan en sus intereses egoístas. Sus mismos seguidores comienzan a
alejarse de ellos y dejan de creer en sus falsos ideales. Las
condiciones para la implosión están dadas.
Dos grandes derrumbes
Edward Gibbon, en su magnífica Historia de la decadencia y caída del imperio romano
(1776), explica las causas del ocaso de la antigua Roma. Atribuye el
debilitamiento de las instituciones políticas romanas a causas
endógenas. A esta teoría principal de tipo decadentista, Gibbon la
complementa con los factores exógenos, como las invasiones bárbaras, los
cuales detonan a las primeras.
El gran historiador inglés planteará la decadencia como surgida de la
propia sociedad romana, incapaz de mantener el espíritu que había
propiciado el predominio romano durante la República. La propia
constitución imperial provocará un marcado desinterés por los asuntos
públicos. Todo eso incidirá en la pérdida de las libertades republicanas
como una causa subyacente, que habría llevado a la debilidad del senado
frente a los césares y a la guardia pretoriana.
Otro ejemplo paradigmático lo constituye el colapso de la Unión
Soviética en 1991. Como afirma Stephen Kotkin, profesor de historia
contemporánea de Princeton, en su Armageddon Averted: The Soviet Collapse, 1970–2000
(2001), esta caída no fue ni repentina ni inesperada, sino inevitable.
Kotkin enfatiza la incapacidad del socialismo real para hacer reformas.
Por otro lado, los dirigentes perdieron sus principios ideológicos y
comenzaron a beneficiarse de los bienes estatales.
En un libro posterior, Uncivil society (2009), el mismo
Kotkin formula la tesis de que la desaparición de los sistemas
comunistas en 1989, a lo largo de todo el imperio soviético, no se debió
a victorias de la llamada “sociedad civil”, es decir, organizaciones y
movimientos fuera de las estructuras del Estado, sino más bien a la
implosión de lo que él denomina la “sociedad incivil”: burócratas,
ideólogos, policía política, gerentes y otros miembros de la élite
comunista que dirigió los estados del bloque soviético en asociación con
el Kremlin. En otras palabras, fueron los mismos representantes del
régimen, la “sociedad incivil”, quien derribó su propio sistema. Fue una
combinación de errores de cálculo ideológicos, para tratar de salvar al
comunismo, sumado a la codicia, lo que lo llevó a su ruina final.
Némesis
El pecado de soberbia se debe a la falta de reconocimiento de la
prioridad moral en los asuntos humanos, fenómeno especialmente crítico
en los asuntos públicos. Tampoco se reconoce que existen leyes
históricas que colocan a cada civilización y régimen en su lugar. Es
sintomático que los arrogantes representantes de una sociedad poderosa
clamen que su reinado durará mil años y que nunca caerá. Estas palabras
han sido dichas por incas, mayas, romanos y hasta por los nazis.
El principio de la sabiduría antigua era “nada en demasía”, es decir,
evitar los excesos. Los excesos se atribuyen al error moral de la
“desmesura” o “soberbia”: la hibris (en griego antiguo ὕβρις, hýbris). La persona que incurre en hibris es responsable de desear más de la justa medida que el destino le asigna.
El castigo a la hibris es la Némesis (Νέμεσις), la venganza
de los dioses, la cual tiene como efecto devolver al individuo a los
límites que transgredió. Heródoto lo expresa claramente:
“Puedes observar cómo la divinidad
fulmina con sus rayos a los seres que sobresalen demasiado, sin permitir
que se jacten de su condición; en cambio, los pequeños no despiertan
sus iras. Puedes observar también cómo siempre lanza sus dardos desde el
cielo contra los mayores edificios y los árboles más altos, pues la
divinidad tiende a abatir todo lo que descuella en demasía”. Historia, VII, 10.
Las sanciones de Némesis tienen la intención de dejar claro a los
mortales que, debido a su condición humana, no pueden ser excesivamente
afortunados ni deben trastocar con sus actos, ya sean buenos o malos, el
equilibrio universal.
En la mitología hay muchas aplicaciones de este principio. Aracne,
descrita como una gran tejedora, presumió ser más habilidosa que la
diosa Atenea. Como consecuencia, la diosa ofendida entró en competición
con ella, pero, según cuenta Ovidio, no pudo superar la destreza
tejedora de la mortal, por lo cual la transformó en una araña.
Los gobernantes comienzan pensando que están por encima de los
gobernados, y que su misión no es servir, sino ser servidos. Esto viene
acompañado por una sensación de invencibilidad e invulnerabilidad. Luego
viene la crisis social y política. Finalmente, hay una negación
histérica de la realidad: la disonancia cognoscitiva. Hasta que el
sistema no aguanta y colapsa. La implosión es inevitable. En ese punto,
la diosa Némesis tiene la palabra.
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