miércoles, 22 de agosto de 2018

La política y los politólogos


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El profesor Rico afirma que no cree en la democracia porque no puede creer en un sistema político que concede el derecho de voto a un individuo como él. Tratándose del profesor Rico, es muy posible que detrás de esa frase colee Groucho Marx, quien según se sabe nunca hubiera aceptado pertenecer a un club que lo admitiese como socio. Sea como sea, a pesar de ser un hooligan de la democracia, hago mía la afirmación del profesor Rico, sólo que yo tengo muchos más motivos que él para sostenerla; sobre todo uno, y es que, además de concederme el derecho a votar, la democracia me concede el derecho a escribir sobre política. Es una concesión irresponsable, y lo peor es que no soy el único plumífero que goza de ella. Claro que, según la mitad de nuestros detractores, los plumíferos escribimos poco de política (cosa que atribuyen a nuestra cobardía: no queremos significarnos y nos refugiamos en el ya clásico silencio de los intelectuales por egoísmo narcisista, para no perder lectores); pero, según la otra mitad de nuestros detractores, los plumíferos escribimos demasiado (cosa que atribuyen a nuestra desfachatez: a un narcisismo egoísta que nos autoriza a escribir de todo sin saber de nada). Ambos reproches son contradictorios; asombrosamente, ambos son exactos.
De un tiempo a esta parte, el último es el más frecuente, sobre todo entre los politólogos. Todos ustedes habrán oído decir a más de uno que los escritores deberían callarse la boca y no escribir de política, “algo para lo que no están preparados y donde suelen cometer errores de bulto”, como ha escrito uno de ellos. Tiene toda la razón. Es verdad que la frase del politólogo está mal escrita, y que lo primero que hay que hacer para escribir, sobre política o sobre lo que sea, es aprender a escribir, pero no importa: el hecho es que, si sólo están preparados para escribir sobre política los que han estudiado ciencias políticas (es decir, los politólogos), la inmensa mayoría de los escritores no estamos preparados para escribir sobre política; en cuanto a nuestros errores de bulto, mejor es no hablar: baste recordar que en el siglo XX muchos de los mejores escritores apoyaron muchas de las peores causas políticas. Es verdad también que, según comprobamos a diario y ha demostrado Philip E. Tetlock, los politólogos se equivocan tanto como cualquiera, pero eso también da igual: ellos se equivocan científicamente, tras arduos años de estudio. Aunque, ahora que lo pienso, ¿no estarán tan mal preparados como nosotros para escribir sobre política los historiadores, los filósofos o los economistas, que tampoco han estudiado ciencia política? Entonces, ¿qué pinta tanto historiador, filósofo y economista escribiendo sobre política? Dios santo, ¿y qué hay de los periodistas, que escriben a todas horas sobre política? Peor aún: si la política es una ciencia y no un arte, que es lo que solía ser, ¿cómo es posible que todos nuestros políticos no sean politólogos? Ahora me explico los errores de bulto que cometen. Y ahora me explico los que cometieron Pericles, Alejandro y Napoleón, que no estaban preparados para la política porque no estudiaron ciencias políticas y no eran politólogos y ni siquiera estaban aconsejados por politólogos. Está bien: exagero. Es cierto que hay politólogos a quienes se les escapa la risa cuando alguien dice que lo suyo es una ciencia exacta; que creen que su trabajo consiste sólo en aportar elementos con los que la gente pueda forjarse su propio juicio político; que saben que hay tantos escritores narcisistas, irresponsables y descerebrados como politólogos narcisistas, irresponsables y descerebrados; que entienden que, si un escritor tiene un poco de cabeza, escribe sobre política desde una perspectiva distinta y compatible con la del politólogo, o más bien complementaria; en definitiva: que, en democracia, la política no es cosa de los expertos, sino de todos. Pero esto sólo lo piensan los buenos politólogos, que son los que últimamente, al parecer, menos ruido hacen.
En cuanto a los otros… “Haga como yo y no se meta en política”, decía Franco. Sólo le faltó añadir: “Déjesela a los politólogos”.

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