La política y los politólogos
El
profesor Rico afirma que no cree en la democracia porque no puede creer
en un sistema político que concede el derecho de voto a un individuo
como él. Tratándose del profesor Rico, es muy posible que detrás de esa
frase colee Groucho Marx, quien según se sabe nunca hubiera aceptado
pertenecer a un club que lo admitiese como socio. Sea como sea, a pesar
de ser un hooligan de la democracia, hago mía la
afirmación del profesor Rico, sólo que yo tengo muchos más motivos que
él para sostenerla; sobre todo uno, y es que, además de concederme el
derecho a votar, la democracia me concede el derecho a escribir sobre
política. Es una concesión irresponsable, y lo peor es que no soy el
único plumífero que goza de ella. Claro que, según la mitad de nuestros
detractores, los plumíferos escribimos poco de política (cosa que
atribuyen a nuestra cobardía: no queremos significarnos y nos refugiamos
en el ya clásico silencio de los intelectuales por egoísmo narcisista,
para no perder lectores); pero, según la otra mitad de nuestros
detractores, los plumíferos escribimos demasiado (cosa que atribuyen a
nuestra desfachatez: a un narcisismo egoísta que nos autoriza a escribir
de todo sin saber de nada). Ambos reproches son contradictorios;
asombrosamente, ambos son exactos.
De un tiempo a esta parte, el último es
el más frecuente, sobre todo entre los politólogos. Todos ustedes
habrán oído decir a más de uno que los escritores deberían callarse la
boca y no escribir de política, “algo para lo que no están preparados y donde suelen cometer errores de bulto”,
como ha escrito uno de ellos. Tiene toda la razón. Es verdad que la
frase del politólogo está mal escrita, y que lo primero que hay que
hacer para escribir, sobre política o sobre lo que sea, es aprender a
escribir, pero no importa: el hecho es que, si sólo están preparados
para escribir sobre política los que han estudiado ciencias políticas
(es decir, los politólogos), la inmensa mayoría de los escritores no
estamos preparados para escribir sobre política; en cuanto a nuestros
errores de bulto, mejor es no hablar: baste recordar que en el siglo XX
muchos de los mejores escritores apoyaron muchas de las peores causas
políticas. Es verdad también que, según comprobamos a diario y ha
demostrado Philip E. Tetlock, los politólogos se equivocan tanto como
cualquiera, pero eso también da igual: ellos se equivocan
científicamente, tras arduos años de estudio. Aunque, ahora que lo
pienso, ¿no estarán tan mal preparados como nosotros para escribir sobre
política los historiadores, los filósofos o los economistas, que
tampoco han estudiado ciencia política? Entonces, ¿qué pinta tanto
historiador, filósofo y economista escribiendo sobre política? Dios
santo, ¿y qué hay de los periodistas, que escriben a todas horas sobre
política? Peor aún: si la política es una ciencia y no un arte, que es
lo que solía ser, ¿cómo es posible que todos nuestros políticos no sean
politólogos? Ahora me explico los errores de bulto que cometen. Y ahora
me explico los que cometieron Pericles, Alejandro y Napoleón, que no
estaban preparados para la política porque no estudiaron ciencias
políticas y no eran politólogos y ni siquiera estaban aconsejados por
politólogos. Está bien: exagero. Es cierto que hay politólogos a quienes
se les escapa la risa cuando alguien dice que lo suyo es una ciencia
exacta; que creen que su trabajo consiste sólo en aportar elementos con
los que la gente pueda forjarse su propio juicio político; que saben que
hay tantos escritores narcisistas, irresponsables y descerebrados como
politólogos narcisistas, irresponsables y descerebrados; que entienden
que, si un escritor tiene un poco de cabeza, escribe sobre política
desde una perspectiva distinta y compatible con la del politólogo, o más
bien complementaria; en definitiva: que, en democracia, la política no
es cosa de los expertos, sino de todos. Pero esto sólo lo piensan los
buenos politólogos, que son los que últimamente, al parecer, menos ruido
hacen.
En cuanto a los otros… “Haga como yo y no se meta en política”, decía Franco. Sólo le faltó añadir: “Déjesela a los politólogos”.
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