TRINO MARQUEZ
Antes
que comenzara el congreso del Psuv, se produjeron algunas mini protestas y
denuncias dentro del partido oficialista. Freddy Bernal, Elías Jaua, Earle Herrera,
Miguel Pérez Pirela, fueron algunas de las voces que se atrevieron a reconocer
que en el país existen algunas dificultades y que esas fallas tienen alguna relación
con el gobierno. El regaño de Maduro, quien los llamó “showseros”, inmediatamente los hizo retroceder. Los arrestos de
coraje e independencia crítica desaparecieron por completo. En los primeros
días del congreso el Psuv lució tan monolítico como siempre. La exaltación de
Nicolás Maduro al altar reservado al líder máximo fue por unanimidad. La
procesión que, según dicen algunos, va por dentro, quedó silenciada. El rígido
esquema cubano se impuso. Maduro es el jefe del Estado, del Gobierno y del
Partido, todo dentro de la más estricta ortodoxia stalinista, adoptada sin
modificaciones por la nomenclatura de la isla caribeña.
Quienes habíamos percibido y celebrado,
me incluyo en ese combo, pequeñas grietas en el bloque dominante, estábamos
viendo pajaritos preñados. Nicmer Evans, hasta hace algún tiempo figura joven
emergente vinculada al oficialismo, dice que el Psuv es un hueso roto pegado
por un yeso hermético. Las evidencias no muestran ninguna fisura significativa.
El madurismo disidente, si tal cosa existe, tuvo la oportunidad de expresar su
descontento en la plenaria de la convención y no lo hizo. Guardó un silencio cómplice con Maduro y la camarilla que destruye sin
tregua al país. Se sumó a la aclamación del presidente y aprobó sin chistar la
delegación en él de los poderes plenipotenciarios que lo habilitan para
organizar la dirección del partido como le venga en gana. Mao, Stalin o Castro sentirían
envidia ante tanta sumisión. Aprovechando la onda aclamacionista, Aristóbulo
Istúriz –siempre obsecuente- propuso crear el partido hegemónico y, de paso,
acabar con las elecciones democráticas para no correr el riesgo de perder el
poder por la vía electoral.
Ante las prácticas claramente
antidemocráticas de la convención, el ala inconforme ni siquiera expresó su
desacuerdo, ni se mostró como tendencia dentro de la organización, tal como
ocurría en los antiguos partidos izquierdistas, en los cuales las facciones
lograban su reconocimiento como corrientes específicas. No hubo discreción,
sino miedo cerval por las consecuencias que podría acarrearles cualquier ejercicio
autonómico de la crítica.
Los amagos preliminares al congreso no
tuvieron nada que ver con un movimiento interno de rebeldía o con una división
en ciernes, sino con la enorme fragilidad de la oposición. Los dirigentes del
Psuv que se atrevieron a tocar notas disonantes, lo hicieron no porque estén
agrupados de forma orgánica, sino ante
las evidencias del raquitismo de la opción democrática. Cuando fue
necesario demostrar unidad y hasta armonía frente el país, toda la dirigencia
oficialista se cerró en torno al gobierno y a Maduro.
El espejismo de la segmentación del
oficialismo hay que develarlo, lo mismo que la hipotética fractura entre los
militares o la invasión extranjera. Esas quimeras solo alimentan ilusiones que
colocan el epicentro de los cambios en factores ajenos a la dirigencia
democrática. Si el madurismo, hastiado por la ruina de la nación, se divide,
pues muy bien que lo haga y bienvenidas las facciones o dirigentes que quieran
integrarse a la reconstrucción nacional. Si la cúpula militar opta en algún
momento por defender la Constitución y colocar los intereses nacionales por
encima de las apetencias insaciables del corro dominante, pues también será
excelente. La invasión extranjera jamás ocurrirá, además de que es
inconveniente que suceda.
La oposición tiene que desterrar las
fantasías y entender que la recuperación de la democracia y la reconstrucción
nacional dependen, en primer lugar, de su propia capacidad para unificarse,
organizarse, ganar aliados y proponer un programa que compacte a la inmensa mayoría de los
venezolanos en torno a objetivos comunes. Lo demás son vapores de la fantasía,
como diría Andrés Eloy Blanco.
@trinomarquezc
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