RAFAEL ROJAS
LETRAS LIBRES
Ante lo que sucede en Nicaragua vale la pena regresar a los artículos de Gabriel Zaid en la revista Vuelta a
principios de los 80 y al “discurso de Frankfurt” de Octavio Paz, cuya
transmisión por Televisa, en octubre de 1984, desató tanta furia en la
izquierda mexicana. Habría que recordar, de entrada, que la crítica de
Paz y Zaid a la “confiscación de la Revolución por una élite de
dirigentes” y al avance de un modelo “burocrático-militar”, inspirado en
Cuba, dentro de las guerrillas centroamericanas, no se oponía a la
posición oficial del gobierno de México, sino que la complementaba.
Tras la llegada de Miguel de la Madrid a la presidencia en 1982, la
cancillería mexicana dio el impulso decisivo para la creación, con
Venezuela, Colombia y Panamá, del grupo Contadora, que intentó facilitar
la paz en Centroamérica. El trasfondo ideológico de aquella iniciativa
diplomática contemplaba tanto una clara oposición al apoyo militar de
Estados Unidos a la contra nicaragüense y a los regímenes autoritarios
de El Salvador, Guatemala y Honduras, como un llamado a Moscú y a La
Habana para que no interfiriesen el curso nacionalista y democrático del
sandinismo original.
Las palabras de Paz en la Feria de Frankfurt, al recibir el premio de
los libreros, eran otra versión de su crítica a la Revolución Cubana en
los años 60. El poeta pensaba que el cambio revolucionario, beneficioso
en muchos sentidos, debía ser conducido sin atropellar las libertades
públicas en Nicaragua. Cuando llamaba a los sandinistas a propiciar la
paz y la democracia, por medio de elecciones limpias y competidas, Paz
regresaba a la vieja idea de una reconciliación entre lo revolucionario y
lo democrático, compartida por la propia izquierda mexicana desde 1968.
Las objeciones al intervencionismo de Estados Unidos en Centroamérica eran constantes en la revista Vuelta
y, específicamente, en los artículos de Zaid. De ahí que fuera tan
infamante como injusta la consigna de “Reagan rapaz, tu amigo es Octavio
Paz”, coreada por los manifestantes en la avenida Reforma, frente a la
embajada de Estados Unidos, en protesta contra la visita del secretario
de Estado George Schultz. Armando González Torres reconstruyó el debate en torno al “discurso de Frankfurt”, en México, en aquel otoño de 1984.
La plana mayor de la izquierda mexicana no comprendió la crítica de
Paz al sandinismo. Una crítica, valga la reiteración, articulada desde
la lealtad a la tradición revolucionaria latinoamericana del siglo XX,
fundada en México en 1910. Entre las pocas voces del campo intelectual
mexicano que salieron en defensa de Paz (Gabriel Zaid, Enrique Krauze,
José de la Colina, Alberto Ruy Sánchez, Salvador Elizondo, Ramón Xirau…)
destaca, por su precisión conceptual, la del escritor socialista
argentino, exiliado en México, Antonio Marimón. En un artículo aparecido
en Unomásuno, decía Marimón:
El factor verdaderamente nuevo que sostiene Paz,
aparte de reconocer a una oposición no restauradora del somocismo, y por
lo tanto legítima, es que además emite su propia opinión, es decir, que
toma partido por un sector y no oculta su desconfianza ante los
comandantes sandinistas. Este rasgo puede ser observado como un gesto de
compromiso del escritor con el asunto, mas no como un punto de acuerdo
con Reagan. Criticar la tendencia de los comandantes a no atender las
particularidades regionales ni los segmentos autónomos de la sociedad, a
aplicar una colectivización al estilo cubano, a militarizar y cubrir de
mitos ideológicos la educación, a obstaculizar la prensa independiente,
no es sinónimo de reaganismo. Es disentir con un modelo autoritario,
que no equivale a lo mismo.
Lo que Paz y Zaid intentaban argumentar era que la Revolución
sandinista, como antes la cubana, era un proceso originariamente plural y
antiautoritario que merecía evolucionar hacia un orden institucional
democrático. Pero, a la vez, advertían que la corriente neoestalinista,
es decir, procubana y prosoviética, de Ortega y otros comandantes, en
caso de lograr la hegemonía del cambio, trataría de evitar que eso
sucediera e impondría una dictadura comunista. La historia posterior de
Nicaragua dio la razón a Paz: tras las elecciones de 1984, el gobierno
de Daniel Ortega y Sergio Ramírez mostró una tensión interna, entre una
corriente autoritaria y otra democrática, que inicialmente se liberó a
favor de la segunda, como puede leerse en la Constitución pluralista de
1987.
En vista de la represión y el despotismo de este verano, en
Nicaragua, es evidente que, a la larga, el polo autoritario del
sandinismo prevaleció. Entre 1990 y 2006 siguió pugnando por la
hegemonía hasta que la consiguió, paradójicamente, bajo la democracia.
Daniel Ortega y Rosario Murillo son la prueba viviente de que la
modalidad autoritaria del populismo de izquierda, que arranca con el
chavismo en Venezuela, ha resultado una ruta más expedita hacia la
dictadura, en América Latina, que el socialismo real de estilo soviético
o cubano. El sandinismo antidemocrático no logró perpetuarse desde el
modelo marxista-leninista, como temía Paz, sino desde el chavismo o el
llamado “socialismo del siglo XXI”.
Hoy, muchos de quienes en 1984 rechazaron las palabras de Paz en
Frankfurt, como Ernesto Cardenal y Sergio Ramírez, coinciden con el
poeta mexicano en lo fundamental. El orteguismo “desnaturalizó” a la
Revolución sandinista, cuyas posibilidades de institucionalización
democrática, sin divorciar derechos sociales y políticos, fueron
dilapidadas por una nueva oligarquía, tan corrupta e intolerante como la
somocista. La reconstrucción democrática de Nicaragua no es imposible,
pero a estas alturas difícilmente tendrá a su favor el legado de una
epopeya distorsionada por sus caudillos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario