GONZALO GONZALEZ
La credibilidad, según el Diccionario de la Real Academia de la
Lengua Española, es: “La cualidad de ser creíble”. Esa cualidad es un
asunto invaluable en las relaciones sociales de cualquier índole, es la
puerta que facilita la creación de confianza entre interlocutores y
permite establecer los lazos necesarios para que las relaciones
personales y sociales se construyan y mantengan.
Para quienes ejercen funciones de gobierno o de representación
ciudadana la credibilidad es un requisito básico para alcanzar esas
posiciones y adquirir la legitimidad necesaria para ejercerlas y
mantenerse en ellas.
La credibilidad del régimen chavista se ha evaporado, está por los
suelos, es prácticamente inexistente (salvo para la minoría que lo
apoya); es la consecuencia directa de haber convertido en política de
Estado la opacidad, la demagogia y la mentira, también por la distancia
que hay entre su discurso y la realidad, y por el resultado nefasto de
su gestión de gobierno. Padecemos el drama de un gobierno a quien sus
conciudadanos no le creen lo que dice.
El dominio (que no hegemonía, que es cosa distinta) ejercido sobre
el aparato comunicacional les ha servido para tratar de esconder por un
tiempo asuntos importantes, los cuales terminan siendo del dominio
público porque en estos tiempos es complicado mantener secretos; mas no
para vender como verdades falsedades evidentes.
El oficialismo responsabiliza a la llamada guerra económica,
supuestamente impulsada por el imperialismo y la derecha endógena, de la
brutal crisis económica y social en progreso. Pero la voz de la calle y
las mediciones de opinión expresan y reflejan que la inmensa mayoría de
la ciudadanía no se traga el discurso oficialista y culpa al gobierno
de sus padecimientos.
Otro ejemplo es la afirmación de que tenemos en Venezuela “el
sistema electoral mejor y más transparente del mundo”. Tal aseveración
choca con la realidad cuando, por ejemplo, se compara lo sucedido tanto
aquí como en Colombia con las respectivas elecciones presidenciales del
año en curso. En Colombia, donde se vota manualmente, hubo una
participación sin precedente, el resultado se conoció al comienzo de la
noche y los competidores lo convalidaron; aquí, con un sistema
automatizado, hubo una abstención récord (porque la ciudadanía desconfía
del sistema) y el resultado previsto de antemano (por ser un proceso no
competitivo) se conoció oficialmente bien entrada la noche.
Inmersos en una aguda crisis de credibilidad acompañada de un
rechazo al gobierno que escala más allá del 80% del cuerpo social, el
oficialismo debe lidiar con los acontecimientos del sábado pasado en la
avenida Bolívar.
El chavismo sostiene que lo ocurrido fue un atentado, vía drones
cargados con explosivos, contra el presidente y funcionarios de alto
nivel congregados en la tarima y acusa como autores intelectuales al
presidente de Colombia y a la derecha endógena. Tal versión, cuando
desciende a los detalles, muestra diferencias entre voceros
principalísimos del gobierno: una cosa dijo el ministro de Información y
otra el ministro de Interior y Justicia. Además, hay otras versiones de
testigos y medios de comunicación presentes en el sitio de los
acontecimientos. En resumen, al momento que pergeño estas notas (lunes 6
de agosto) no hay claridad acerca de lo ocurrido.
Contra la credibilidad de la versión oficial también conspira la
inveterada costumbre del chavismo de denunciar conspiraciones y
magnicidios a diestra y siniestra sin presentar pruebas sólidas y
culpables verosímiles.
Tengo la impresión de que la combinación del déficit de
credibilidad del régimen y el manejo un tanto impreciso y algo chapucero
del incidente no abonará a favor del oficialismo y pareciera que de
nuevo la verdad y el apego estricto a la realidad serán las primeras
víctimas del asunto.
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