Una nota de Andrés Izarra, otrora joven
ministro del régimen, incendia la pradera tuitera chavista el día 28 de
julio, aniversario del nacimiento del fallecido déspota: “En ocasión del cumpleaños del Comandante Chávez, un llamado urgente a salvar su legado y nuestro país. ¡Cambio de gobierno ya!”
Izarra fue ministro de comunicación e información entre 2010 y 2012, y presidente del canal “socialista-siglo-XXI” Telesur desde el 2005 al 2011. También fue presidente del canal de televisión estatal VTV, y ministro de turismo.
Mientras, en la página web chavista
Aporrea, otro exministro, Jorge Giordani, escribe un muy cursi y
esperpéntico artículo donde destaca el “afán de Chávez por
complementar la obra iniciada por nuestros Libertadores, en cuanto a la
soberanía, la independencia, la libertad y la justicia plena de
Venezuela”. Siguen varios párrafos con más ficción que realidad
sobre los supuestos logros del extraordinario gobierno encabezado por su
líder preclaro. Luego informa, a quienes hemos tenido paciencia para
soportar su bochornoso bombardeo de palabras, que el objeto de la nota
es resaltar “el grave error cometido por Chávez”, el 8 de
diciembre de 2012, en Miraflores, al anunciar que quien continuaría su
obra sería Nicolás Maduro. Finaliza su escrito explicando por qué esa
decisión fue lamentable y errónea (¿cuál era la correcta? ¿Diosdado
Cabello? Giordani no lo dice). Concluye diciendo que “no hay
tiempo que perder si queremos honrar realmente la memoria del
Comandante Chávez, superando una maldición, producto de una errada
decisión”.
También en Aporrea (“A toda la patria”), el domingo 29 de julio, el otrora zar energético venezolano, Rafael Ramírez, opina desde su actual exilio “producto
de la persecución política de Maduro y su Fiscal (Tarek William Saab);
me persiguen por denunciar este desastre y no avalar la destrucción del
país”. Llama mentiroso a Maduro, cuando éste critica a Chávez y su política petrolera (que presidía, claro, el prófugo Ramírez).
Cuchillos de todo tipo están hoy en
manos chavistas: Walter Martínez, comunicador social uruguayo, residente
en estas tierras desde 1969, socialista del ala más rocosa, acusa al ya
mencionado Izarra de desfalcar a la nación en su época ministerial con
Chávez. Afirma además que el exministro actualmente reside “entre Alemania y Austria”, y que para vivir de esa forma se necesita tener “manos muy ágiles”.
El debate lo inician quienes buscan
defender un supuesto legado de Chávez acusando de traición a los
actuales capitostes maduristas, que a su vez se defienden iniciando una
nada velada ofensiva contra destacados hombres de confianza del
Autócrata Mayor.
Desde las playas opositoras, mirando
con asombro y sospecha afirmaciones como las de Izarra, algunos nos
preguntamos hasta dónde llegará la sangre entre estos antiguos
cómplices. Pero sobre todo, recordamos la discusión, ya de años, de
aquellos que afirmaban, como un deseo nunca logrado, la existencia de un
“chavismo light”, o un “chavismo sin Chávez”, o incluso un “chavismo democrático”.
No hay duda alguna de que sería
deseable que dentro del chavismo hubiera un grupo lo suficientemente
fuerte –obviamente en búsqueda de su salvación individual, estemos
claros- para que, mediante algún tipo de negociación con los sectores
democráticos se permitiera una transición hacia el cambio de régimen que
se desea. Para tal negociación los demócratas necesitarían altas dosis
de sangre fría, de claridad en el objetivo final y ponerse el pañuelo en
la nariz, como recomendara Rómulo Betancourt a la hora de tomar
decisiones difíciles con personajes indeseables.
Otra cosa bien distinta es visualizar el futuro del sistema democrático con una presencia activa del chavismo.
Hablar de “chavismo light”, o de “chavismo democrático”, pensando en una futura presencia de algunos chavistas supuestamente “arrepentidos”
ante el desastre madurista en una democracia futura, pasa por el
abandono y la renuncia por su parte de todos los anti-valores que
corrompen el mensaje y la acción chavistas. Pasa por el respeto y
aceptación de la constitución nacional vigente; exige su reconocimiento
de que hubo una trágica e intencional praxis de destrucción encabezada
por Chávez, y reconocer la responsabilidad que cada uno tuvo en ella, y
demanda la denuncia de la presencia comunista castrista en el entramado
institucional –sobre todo el militar- actual. Algo muy difícil de
imaginar en quienes la política siempre se agotaba en preservar lo
propio, levantar fronteras frente al otro, desmenuzar al rival.
Fanáticos fervientes de un despotismo en ruinas, jamás les gustó la
política porque se han sentido suficientemente protegidos por las
bayonetas. Una miserable estrategia.
La siguiente pregunta es sin duda válida: ¿es
posible que recuperen algún día sus cargos –o al menos la posibilidad
de obtenerlos- sin haber recuperado su dignidad, al seguir adorando al
autócrata más dañino que ha nacido en Venezuela y defendiendo su obra,
tan muerta como él? Son preguntas que trascienden el ámbito de la
política, yendo a terrenos éticos y morales. Y es así porque el mal que
todos ellos han hecho les (nos) sobrevivirá por décadas.
En todos estos mensajes actuales entre
chavistas – todos abyectos sacralizadores de su propia versión de la
tiranía- hay cinismo, no arrepentimiento, deseo de auto-defensa y no
acto de contrición. Ninguno asume su elevada cuota de responsabilidad y
de culpa. ¿Son acaso sus monstruosos actos expiables?
Lo que nos lleva asimismo al debate
sobre dónde arranca la culpa del desastre; vale decir cuándo se inició, y
por quién. Exculpar al pasado pre-madurista suena a deseos imposibles
cargados de una moral endeble al tratar de explicar el desastre actual
como traición frente a un supuesto legado chavista.
Soy de los que piensa que esto no
comienza a finales de 2012, con la infausta herencia recordada por
Giordani; tampoco en 1998, con el resultado electoral que produjo la
victoria de Chávez. La destrucción ética, el acto de traición a la
constitución y a los valores patrios esenciales se inició el 4 de
febrero de 1992, con el fracasado alzamiento militar, que costó vidas
ante las cuales los golpistas nunca pidieron perdón ni mostraron
arrepentimiento, y en el que estaba Hugo Chávez en el papel de traidor
mayor que facilitó la traición de los demás.
Las grietas que hoy se manifiestan en
el chavismo no son el enfrentamiento entre dos visiones legítimas, o
entre dos argumentaciones con méritos al menos parciales: son
dentelladas generadas por temor –ante el futuro- y por rabia –ante la
pérdida de bienestar y de privilegios-. En la tiranía, a cada lado de la
grieta las partes se atrincheran. Mientras, la grieta crece.
Los cuchillos chavistas están muy bien
afilados, el jefe siempre los tuvo, y sus cachorros también. Lo novedoso
es que como nunca antes se apuntan a cuellos de amiguetes previos. Y la
actual ferocidad recuerda la frase que Shakespeare pone en boca de uno
de los hijos del infortunado rey Duncan, asesinado por su vasallo
Macbeth: “en el mundo del tirano las sonrisas de los hombres son como dagas”. Como
las que en estos días aparecen con cada vez mayor frecuencia en el
rostro de Maduro, de Cabello, de El Aissami, de los hermanos Rodríguez…
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