LUIS VICENTE LEÓN
Las medidas necesarias para atacar la hiperinflación son conocidas: 1)
Reconversión monetaria; 2) eliminación de la monetización del déficit
fiscal; 3) convertibilidad cambiaria; 4) sinceración de los precios
públicos; 5) rescate de la autonomía del Banco Central, y 6) recursos
frescos para apoyo social a la población más vulnerable.
La
pregunta relevante hoy es si el programa presentado por el gobierno a
cuentagotas ¿es un paquete con alguna capacidad de éxito, aunque sea
parcial, o está condenado a un nuevo fracaso?
Para
responder esa pregunta hace falta chequear tres dimensiones: 1) la
teórica; 2) la implementación, y 3) la confianza del mercado.
En
la primera dimensión, el gobierno intenta abordar parte de los retos
clásicos. Arranca una reconversión monetaria. Podríamos decir que
desordenada, exótica (cinco ceros, ¡por Dios!), necesaria, aunque no
suficiente. Ofrece también atender el tema cambiario con la creación de
un mercado dual que libera el tipo de cambio para las transacciones
entre privados y permite que las petroleras mixtas participen en él. No
se trata de libre convertibilidad cambiaria y unificación. Pero es una
flexibilización relevante para las empresas operando en Venezuela. En el
plano fiscal, el gobierno plantea un anclaje monetario al precio del
petróleo. Si bien lo ofrece a través de un instrumento abstracto y de
pésima reputación, el petro, la realidad es que el racional detrás es un
anclaje equivalente al que otros países usan con el dólar o el oro, y
cuyo objetivo sería autolimitarse para generar dinero sin respaldo. Ha
anunciado también un aumento sustancial en el precio de la gasolina, que
más allá del ruido causado por su condimento de subsidio
discriminatorio y, finalmente, él ha flexibilizado las operaciones de
las empresas petroleras mixtas.
Pero nada de
esto es suficiente para concluir sobre la capacidad de éxito del paquete
planteado, pues además de sus debilidades teóricas y las ausencias
evidentes (reinstitucionalizacion, recursos frescos y confianza) la gran
pregunta es si están en capacidad real de implementarlo.
Es
relevante la discusión sobre si una apertura parcial cambiaria
resolverá el problema de fondo o es sólo una visita conyugal a un preso
político. Pero incluso esa discusión pasa a un segundo plano, si en
realidad ni siquiera se pretende implementar. Para
que la apertura parcial sea estudiable, tiene que garantizarse que se
permitirán esas operaciones de manera libre y la tasa resultante será de
mercado y no manipulada por el gobierno. Si el cambio privado termina
como el Dicom de remesas, manipulado por debajo del mercado, el
resultado está cantado. El mercado negro se mantendrá y seguirá
afectando la formación de precios de manera descontrolada. Es lo mismo
en el caso del anclaje monetario. Si el gobierno se autolimita en la
monetización del déficit con el referente del precio del petróleo, hay
una probabilidad de mejorar el desempeño fiscal y tener impactos
positivos en la economía, pero si ante cualquier crisis de flujo de caja
(que tendrá) el gobierno burla su anclaje manipulando el tema a través
de un petro, el resultado será más de lo mismo o incluso peor.
Finalmente,
la última dimensión de análisis es la confianza, pues si no hay
confianza de los agentes económicos, la probabilidad de éxito se
restringe y el resultado probable es también negativo. La pregunta clave
aquí es: ¿quién realmente les cree?
Dejo
en ustedes la valoración final de estas tres dimensiones para decidir
si les parece que este nuevo intento del gobierno, presentado por
capítulos, puede ser exitoso o volveremos a ver un anuncio más serio,
integral y completo en el futuro, presentado por ellos o por otra
administración.
luisvleon@gmail.com
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