CARLOS RAUL HERNANDEZ
EL UNIVERSAL
Según una tradición española, el “capitán araña embarca a la gente y se queda en la playa”. Cuando ya es muy difícil para mí dudar que hubo un atentado terrorista en la Av. Bolívar, el caso drone sirve para construir modelos de lo que no se debe hacer. La acción terrorista masiva, que implicaba una masacre en la tribuna para producir un caos interno en el país, revela niveles de imbecilidad desconocidos en la política venezolana. De morir ese día un centenar de personas entre políticos y militares ¿qué habría pasado? ¿Hubiera caído el poder en manos de los atolondrados, como aspiran quienes asumieron autorías y/o conocimiento previo del asunto?
¿O habría una
especie de Guerra Federal, un desencadenamiento arrollador de violencia,
un aguacero de sangre? En situaciones homólogas la historia enseña que
se producen oleadas de asesinatos, violaciones, saqueos, incendios,
pases de factura, invasión de hogares por las turbas. El poder hubiera
quedado en militares, pero también en bandas de delincuentes, el
narcotráfico, las guerrillas, y no, como creen algunos acéfalos, que los
uniformados hubieran buscado para entregarles los mandos, precisamente a
quienes llevan 20 años denigrándolos.
Como
las redes son un sicoanálisis, el acontecimiento que la torpeza del
gobierno tornó dudoso, lo aclaran declaraciones impresentables desde
Miami y Bogotá, si se toma la molestia de leerlas pese a su patetismo.
Ud. podrá comprobar el grado de sicopatía del capitán araña,
sujeto de apellido italiano que se declaró héroe de la acción pero vive
en Miami. Violencia, descomedimiento, cobardía, egocentrismo, mitomanía,
carencia de sentido de la realidad, incapacidad de cuidar a los que
están detrás de las consecuencias de sus actos.
¡Dispara a lo que se mueva!
Con
su demencia abrió camino a la cadena de allanamientos y razzias, y es
corresponsable directo de las detenciones, una vez que rastrearon sus
llamadas. Es muy cómodo asumir acciones terroristas descabelladas offshore
sin preocuparse por arrastrar a la tragedia a un grupo de muchachos que
tendrían otro destino. Pero por su lado el gobierno no cesa de
equivocarse y su primera reacción es acusar a todo lo que se mueve: la
oposición, hoy sin cuerpo ni cabeza y que son mil cosas distintas, la
oligarquía colombiana, el Presidente Santos, la propia Colombia, los
norteamericanos y todo lo que recordaran en la vociferación de
incoherencias.
Debían
estudiarse metódicamente las alocuciones de los líderes civilizados
durante las frecuentes acciones terroristas en Europa, por ejemplo, para
que aprendan que la primera contraindicación es meter en el mismo
paquete a quienes también repudian semejante bribonada. La respuesta
debe ser cuidadosa para aislar a los autores. El Presidente López
Contreras dijo una vez, para retratar nuestra arrogancia nacional, que
“todo venezolano lleva en el morral un bastón de mariscal”. Pero se
equivocó porque, al parecer, lo que portamos es el retrato de un
terrorista islámico.
Para
demostrarlo, aparece en las redes un grupo de mamarrachos con armas
largas y pasamontañas, envueltos en un tricolor que ha llegado a ser
emético. Tal despliegue de poder hubiera hecho temblar como hojas al
grupo Swat que acabó con Bin Laden en Pakistán, momento en el que
Hillary no pudo reprimir un ¡upss! Hasta ahora, gracias a Dios,
no han cazado ni un pato y esperemos que sigan así. Menos mal que somos
mariscales o terroristas por la jeta nada más, como el mencionado
capitán araña que embarcó a todo el mundo y se quedó en la playa.
Los medios justifican el fin
Maquiavelo
jamás escribió que el fin justifica los medios, aunque seguramente le
pasó por la cabeza, pero debe haber evaluado las consecuencias de
consagrarlo en el papel. Lo que sí es cierto es, al revés, que los
medios determinan el fin y procedimientos sucios llevan a resultados
sucios. Dejemos a Mohamed Atta, con sus cientos de huríes, prostitutas
del más allá, creer que construiría el reino de Alá asesinando
personas en las Torres Gemelas de N.Y. Capriles al contrario hace una
declaración de la que merece rescatarse lo que apunta a la razón: la
necesidad de entablar con el gobierno conversaciones, para él
testificadas por la ONU.
De
inmediato lo desautoriza otro dirigente de ¿su partido? a quién, de
paso, aprecio sobremanera, y que califica el planteamiento de
“extemporáneo”, si no hay previos “mecanismos duros, fuertes, de presión
al gobierno”. Esto dice mi amigo después de dos años y siete meses de
palizas consecutivas de Maduro que nos tienen caminando con muletas. La
palabra transición se ha convertido para mí desde 2002 en uno de esos términos aterradores, tabú, que anuncian desventuras, dan jaqueca y taquicardia, y es mejor hacer una transición que envejecer hablando de ella.
Y
cada vez que se celebra el advenimiento de “la transición” terminamos
en un hospital político con polifracturas. Un filósofo y sicoanalista de
actualidad, Slavoj Zisek, también con gran sentido del humor, contaba
una anécdota. De visita en China, a su grupo le tocó una bella y sensual
guía cantonesa, que casualmente lo había sido también del expresidente
Clinton. La semana de su recorrido, Zizek estuvo a la ofensiva tratando
de seducirla con insinuaciones y juegos verbales. Al final de la gira,
le preguntó a la mujer qué pensaba de Clinton, y ella respondió. “Ud. y
él tienen en común el interés por el sexo. La diferencia es que Ud.
habla pero él lo hace”.
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