JEAN MANINAT
Rafael Rojas, es el historiador, y pensador cubano contemporáneo,
(radicado en México) que más ha ayudado a entender la Cuba histórica,
desprovisto de las ataduras intelectuales que ofuscan el juicio y
oscurecen el relato. (¡El relato y la narrativa, what an egg!).
Junto
a Carlos Alberto Montaner -cada uno en su Guantamera particular- nos ha
dado escritos que han logrado desentrañar el embrujo que logró
irradiar la isla caribeña, más allá de las fronteras acuáticas que la
circundan.
Hasta Coppola tuvo que desembarcar
en La Habana a un aprendiz de brujo como Michael Corleone, en su saga
por "normalizar" a su familia y de paso despachar al ficticio gánster
judío, Hymen Roth, interpretado en el Padrino II por Lee
Strasberg, quien lograra reconocimiento mundial para el "Método" en el
Actors Studio de Nueva York a partir de los años 50.
En
el trasfondo, reina como un Zeus tropical, Fidel Castro, dispuesto a
comerse el mundo y dejar su traza en la historia de esta irredenta
comarca del planeta, siempre tan propicia a dejarse subyugar por
caudillos que tengan la cortesía de despojar a sus habitantes de toda
responsabilidad para regirse democráticamente por ellos mismos.
¿Cómo
logra Fidel Castro encantar a los principales escritores del "boom" -
gente culta y de raigambre iconoclasta- y luego hacer trizas
públicamente el cheque en blanco que le habían otorgado para festejar su
ensueño revolucionario?
El libro más reciente de Rafael Rojas, La Polis Literaria,
nos da unos indicios de la infatuación de los principales intelectuales
latinoamericanos con la épica revolucionaria cubana de entonces, y
el desgarrador desencanto que los partió -con sus bemoles- cuando se
dieron cuenta de la terrible realidad que anidaba en sus entrañas
socialistas.
Es conmovedor, por decir lo
menos, los ires y venires de Julio Cortazar, Carlos Fuentes, Octavio
Paz, Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, por nombrar algunos de
los más destacados escritores, entre su independencia, apenas enunciada
como "intelectuales críticos", y su dependencia hacia un régimen que
negaba todo lo que proclamaban en voz alta y consciencia perturbada.
El
"caso Heberto Padilla" los obligaría a asumir su parteaguas particular,
y a desandar, con mayor o menor dignidad, su propia liberación del mito
de una revolución tropical y libertaria, que era la negación de sus
propios ensueños redentores.
De alguna manera u
otra, todos abjuraron de su identificación con el líder de la
revolución cubana, salvo García Márquez, quien aseguraría que gracias a
él, y a su amistad con Fidel Castro, se habrían salvado innumerables
desterrados de la vida en su propia isla. Lo cual parece ser verdad, y
se le agradece.
Hay pasajes que describen la
abyección intelectual, la postración del juicio, como los que se
refieren a un influyente sector de la crítica literaria -dentro y fuera
de la isla- que medía las obras literarias según el fervor fidelista de
sus creadores.
Pero queda plasmado, con la
minuciosidad documental que caracteriza la obra de Rojas, el vía crucis
personal, el desgarramiento moral, que finalmente lleva a la mayoría de
estos escritores a abandonar la revolución verde oliva, una vez que toda
esperanza de rectificación por parte de Castro se evapora, a medida que
la joven revolución envejece a paso de vencedores hasta semejar a una
matrioshka soviética.
¿Qué nos deja este libro
de Rafael Rojas? El tenue trazo entre la abdicación intelectual y el
macho alfa que todo lo devora. Y una lección para la estupidez hoy
reinante, aquí y acuyá.
@jeanmaninat
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