LUIS VICENTE LEÓN
EL UNIVERSAL
Es obvio que el país se ha primitivizado salvajemente. Los derechos
reales están muy comprometidos. El debate político da grima y no hay con
quien la población se sienta identificada, acompañada y representada.
El liderazgo está desgastado y la gente ha construido un muro virtual
frente a ellos y ya no les oye ni siquiera cuando tienen cosas
interesantes que decir. Si agregamos que el gobierno ha planteado un
conflicto existencial contra quien despunte políticamente, en el marco
donde su popularidad está extremadamente debilitada y no puede asumir el
riesgo de adversarios populares, la posibilidad de surgimientos de
alternativas políticas, no estrambóticas, parece un límite que tiende a
cero.
Con este panorama sombrío, se puede entender
la decisión de muchos: emigrar. No soy yo quien los va a cuestionar, ni
tampoco vengo a decirles que se equivocan. En realidad, la mayoría de
quienes nos quedamos también nos cuestionamos y esperamos no
equivocarnos con una apuesta que, de salir mal, comprometerá nuestro
futuro y el de nuestros hijos.
Pero no vengo a
discutir quién tiene la razón sino a compartir una reflexión. En el
medio de la polarización y radicalización del país, hay una tendencia
natural a perder la verdad como valor.
Yo he
decidido vivir aquí y esa decisión afecta a mi familia. Pues si ya están
sometidos a este ambiente hostil y al deterioro de su país, no seré yo
quien contribuya a agrandar el problema primitivizándome también yo y
dejando que mis sentimientos, rabia y deseos de cambio dominen la
razón.
Hablo a mis hijos: Lo bueno es bueno y
lo malo es malo independientemente de que lo hagan los buenos o los
malos. Sus amigos pueden cometer actos malos como sus adversarios buenos
y viceversa. No se trata de quiénes lo hacen sino de lo que hacen. No
se dejen manipular por la presión de sus grupos, para acomodar sus
opiniones y criterios. Pongo dos ejemplos de esta semana para graficar
la importancia de ese tema.
Hemos dicho que el
gobierno es malo. Podemos decir incluso que terriblemente malo. Es sin
duda culpable del deterioro del país y de la calidad de vida de su
gente. Pero no podemos convertirnos en lo que rechazamos. No se trata de
cambiar un excluyente por otro. No sirve responder la violencia con
violencia, ni la ignorancia con ignorancia, ni las violaciones de otros
por violaciones nuestras.
Un atentado tiene
que ser rechazado, sea este real o simulado, popular o impopular, da
igual. El resultado es el mismo: inestabilidad futura, vacío e
incertidumbre. Matar es malo y que otro lo haga no te justifica a ti
para hacerlo, ni cambia su condición intrínseca. Rechazo a un asesino y
no podemos estar dispuestos a que él y sus acciones nos conduzca a
nosotros a convertirse en lo mismo.
Pero que
el gobierno tome ventaja de estos actos para hacer política radical
también es malo. Violar la inmunidad parlamentaria de un diputado a la
AN es un acto inconstitucional, ilegal, antidemocrático y bárbaro que
debemos rechazar contundentemente. La ley establece los procedimientos
para investigar y enjuiciar a un representante del pueblo, cuando se
sospecha que ha cometido un delito. Apresar a un diputado sin cumplir
los procedimientos de ley (sea inocente o culpable) vicia cualquier
proceso y lo convierte en un acto de represión política inaceptable.
Aprobar un levantamiento posterior de la inmunidad, cuando ya ha sido
cometida la violación del derecho no resuelve para nada la ilegalidad
cometida, ni la nulidad y sesgo antidemocrático del caso.
Ustedes
deciden si estos dos ejemplos son una muestra de coherencia con los
valores y principios, como yo lo creo o una demostración de ambigüedad,
la crítica típica de los primitivos a los racionales.
luisvleon@gmail.com
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