TRINO MARQUEZ
El supuesto atentado cometido
contra el Alto Mando Militar y Nicolás Maduro ha servido para mostrar, una vez
más, la forma morbosa cómo la cúpula del régimen disfruta del control del
Gobierno y de las instituciones del Estado, especialmente de la Fiscalía,
órgano concebido para resguardar los derechos humanos.
Contra el
joven y combativo Juan Requesens ha habido ensañamiento Mostrarlo en cadena
nacional en precarias condiciones físicas; fuera de sí; con cara y voz de
enajenado, fue una muestra de hasta dónde Maduro y los hermanos Rodríguez están
dispuestos a llevar la venganza contra el país, concebida desde hace cuatro
décadas, cuando –con motivo del secuestro de William Niehous- fue detenido y asesinado
Jorge Rodríguez padre. Los videos de Requesens revelaron ese aspecto maligno
que la camarilla gobernante ya no se ocupa de atenuar. Maduro, en tono burlón,
dijo posteriormente que Requesen se había puesto “un poco nervioso” cuando la
policía política lo había detenido. Ese joven ha demostrado un coraje que ya
quisieran exhibir los acompañantes de Maduro, que no se mueven ni a la esquina
sin un escuadrón de guardaespaldas.
Cuesta
creer que facineroso que haya participado en un conato de homicidio contra el
Presidente de la República en un régimen autoritario, algunos de cuyos autores
materiales habían sido capturados a pocas horas de haberse perpetrado el hecho,
en vez de esconderse, “enconcharse” en el argot político, se haya instalado
tranquilamente en su casa en compañía de su esposa, de su pequeña hija y de sus
padres, esperando que la tormenta pasara. ¿A quién iba a despistar?
Tradicionalmente
los jefes de Estado tratan de disminuir la carga explosiva de los atentados que
se cometen en su contra. Ronald Reagan, quien en 1981 estuvo a punto de morir
de un disparo porque la bala se le alojo en un lugar que los aparatos
radiográficos de la época no detectaron, jamás se encarnizó contra su
victimario. Dejó que los cuerpos de seguridad y los tribunales actuaran. Se
refería al episodio con humor e ironía, intentando demostrar que no les temía a
los lobos solitarios ni a las conjuras. Nunca inventó conspiraciones absurdas,
ni culpables peregrinos, a pesar de que la Guerra Fría aún estaba lejos de
concluir y existían suficientes motivos para suponer que la Unión Soviética o cualquier
otro sector del comunismo internacional podían tramar un complot en su contra.
Los verdaderos problemas de los Estados Unidos no giraban en torno a la vida del
Presidente, sino alrededor de los norteamericanos.
Cuando
en 1986 se produjo el atentado contra Augusto Pinochet cerca de Santiago de
Chile, tramado por el Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR), ciertamente la
respuesta de la dictadura contra la oposición fue implacable. Pero del asunto
se ocuparon los órganos de seguridad del Estado porque el tirano los dejó
actuar, como correspondía. Pinochet tenía demasiadas cosas importantes que
atender para estarle dedicando tiempo a convertirse en mártir. El papa Juan
Pablo II fue objeto de un atentado en 1981.
Su victimario fue capturado inmediatamente. El Papa perdonó a su agresor. En 2000 logró
que el gobierno italiano indultara al terrorista turco.
Solo
los megalómanos comunistas se regodean inventando conjuras, muchas de las
cuales son producto de su paranoia. Stalin y Mao fueron maestros en ese arte. La
alucinación desató cacerías que provocaron el aniquilamiento de generaciones
completas de viejos y nuevos dirigentes de sus respectivos partidos. Fidel
Castro transformó a Cuba en una inmensa cárcel, producto de su delirio
persecutorio. Los fidelistas hablaban de más de 700 intentos fallidos. Una
exageración concebida para exaltar al héroe.
Para
convertirse en un verdadero líder, Maduro necesita elaborar una leyenda
heroica. Construir su propio mito, independiente del de Hugo Chávez. El
episodio del 4 de agosto quiere convertirlo en su Juramento del Samán del
Güere. En el acto bautismal de su epopeya. No puede. La ferocidad con la que
actuó contra Juan Requesens, la desmesura de sus ataques a Julio Borges y todas
las dudas y sospechas que el episodio suscita,
bloquearon la posibilidad de que el incidente de la avenida Bolívar proyecte su imagen de un estadista al
borde del precipicio.
El
país sufre demasiados y graves problemas, precisamente por su culpa, para
estarse ocupando de la suerte de Nicolás Maduro. Los verdaderos líderes, decía
su mentor Chávez, son solo briznas que van y vienen con el viento. Jamás
convierten su seguridad personal en el epicentro de la vida nacional. El goce obsceno del poder
siempre provoca nefastas consecuencias para las naciones sometidas a tales
devaneos.
@trinomarquezc
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