¿Qué debe hacer Colombia ante la crisis venezolana?
Tulio Hernandez
BOGOTÁ
— El destino de Colombia y Venezuela siempre ha estado entrelazado.
Pero hoy el sentimiento mutuo de repúblicas hermanas, con el que
históricamente se han reconocido ambas naciones, ha cobrado un nuevo
giro.
Ya
no solo se trata de países vecinos con raíces históricas comunes. Desde
que se agudizó su conflicto político y la crisis social, Venezuela se
ha convertido en un componente ineludible del presente y el futuro de
Colombia: todas las desgracias venezolanas tienen repercusión inmediata
al otro lado del río Táchira. Y desde que se convirtió en el destino
mayor de sus emigrantes, Colombia es la nueva casa donde cientos de
millares de venezolanos intentan rehacer sus vidas.
Siendo candidato, el presidente Iván Duque
y su equipo lo entendieron. Sopesaron el sentimiento de temor al
contagio que suscitan las hordas de inmigrantes empobrecidos, y lo
convirtieron en dilema electoral. Votar por Gustavo Petro, esgrimieron, significaba abrirle las puertas al castrochavismo. Hacerlo por Duque, cerrárselas.
El dilema funcionó y a pesar del alto rechazo al uribismo, una mayoría
holgada de los electores decidió impedirle el paso a la amenaza del socialismo del siglo XXI.
Ya instalado en el Palacio de Nariño, Duque debe haber revisado lo retos que le plantea el conflicto venezolano. Todos esperan que haya entendido que los desafíos que representa son tan complejos como los de los otros grandes problemas nacionales, de cuya resolución dependerá el éxito de su gestión: el proceso de paz, la lucha contra la corrupción y el narcotráfico.
El mayor reto que plantea Venezuela es el éxodo que, según la cancillería colombiana,
ya constituye la más grave crisis migratoria en la historia del país.
Es, además, la primera gran oleada de inmigrantes que recibe Colombia en
su historia, una oleada que en seis meses pasó de cerca de 400.000 venezolanos, reconocidos en marzo por el gobierno como inmigrantes legales, a poco más de un millón en el presente.
La
realización, entre abril y julio, del Registro Administrativo de
Migrantes Venezolanos en Colombia (RAMV), dirigido a los inmigrantes
irregulares, arrojó un total de 442.662 que ahora están legalizados. Si a esa cifra se le suman 250.000 colombianos con nacionalidad venezolana
que han retornado, más los 367.572 ya existentes en el mes de marzo, el
total será de 1.060.234. Esto hace suponer que la cifra real, si se
incluyen los aún irregulares, debe rondar por el millón y medio de
venezolanos establecidos en Colombia.
La complicidad del gobierno venezolano con los grupos armados colombianos, especialmente el Ejercito de Liberación Nacional
(ELN), que operan con libertad plena en los estados fronterizos, es
otro desafío para el gobierno colombiano. El hecho de que Venezuela es
hoy un territorio libre para el transporte de cocaína hacia Europa y
Norteamérica es otro impedimento en la lucha de Colombia contra el
narcotráfico.
Un
problema añadido es la disparidad entre la economía venezolana
artificial, hipertrofiada por el control de cambio y el subsidio
estatal, y el modelo de libre cambio y libre mercado que caracteriza a
la colombiana. La mejor expresión de este problema es el desequilibrio
que genera la multiplicación de los contrabandos organizados en la frontera —de gasolina, dinero en efectivo, armas, alimentos y medicinas—, apuntalados por ganancias exhorbitantes.
Por último, el intercambio comercial entre Colombia y Venezuela también preocupa. Solo entre 2016 y 2017, sufrió una contracción del 32,75 por ciento.
Aunque en los primeros meses de 2018 se registró un ligero repunte de
las exportaciones a Venezuela, el comercio entre ambos países no ha
dejado de disminuir en los últimos cinco años y el efecto acumulado de
esta caída ha sido dramático para la economía colombiana.
Esta serie de problemas binacionales, sumados a un contexto latinoamericano marcado por el triunfo de Andrés Manuel López Obrador
y el poder debilitado de los presidentes Michel Temer y Martín Vizcarra
—en Brasil y Perú— fuerzan a Duque a ejercer de gran líder regional
para resolver por vía diplomática la catástrofe venezolana. Cumplir ese
papel requerirá de un gran esfuerzo de su cancillería y demandará hacer
lo más posible para mantener con vida las acciones en la Organización de
los Estados Americanos (OEA), el Grupo de Lima y la Corte Penal
Internacional, adonde prometió en la campaña llevar a Maduro a juicio por crímenes de derecho internacional.
Similar
esfuerzo exige lidiar con la oposición venezolana, que ha establecido
su base en Bogotá, desde donde opera públicamente a través de líderes
políticos, numerosos diputados y la exfiscal general en el exilio.
Estas circunstancias obviamente exponen a Colombia a las provocaciones y escaramuzas
contraofensivas que se dispararán desde Caracas. Lo demuestran los
tambores de guerra tocados recientemente por voceros oficiales
venezolanos y la operación mediante la cual Maduro, pocos días antes de
la toma de posesión de Duque, responsabilizara del atentado en su contra al entonces presidente Juan Manuel Santos.
Con
tantos flancos abiertos en los próximos años, el gobierno colombiano
tiene que dedicar planificación estatal, recursos fiscales, educación
antixenofóbica e inteligencia especial para atender la crisis
venezolana.
El
primer paso del presidente Duque frente al desafío venezolano debe ser
el de aceptar que el fenómeno migratorio y la recuperación económica de
su vecino permanecerán un largo tiempo, incluso si Maduro saliera pronto
del poder.
El
segundo es intentar buscar respuestas eficientes a preguntas del tipo:
¿cuánto recursos fiscales y equipamiento escolar se requerirán para
incorporar en el aparato escolar a los miles de nuevos estudiantes
producto del éxodo venezolano? O ¿cómo atender a los cientos de miles de
recién llegados que tendrán que recurrir a la salud pública? Incluso,
si se actúa con precaución ante las amenazas, ¿cuánto nuevo armamento
adquirir y cuántas tropas se deberán formar para enfrentar un escenario
de guerra?
En
conclusión, dado que la crisis venezolana será uno de los ejes de su
gobierno, Duque debe prever de manera estructural y fiscal cómo
gestionarla a través de políticas publicas de largo aliento y alto
vuelo. Tiene que evitar la negligencia y el populismo. O la catástrofe
venezolana le puede estallar entre las manos.
Tulio Hernández es sociólogo, experto en cultura y comunicación. Es columnista de El Nacional.
No hay comentarios:
Publicar un comentario